Lo primero que me viene a la mente tras tener doloroso conocimiento de la muerte de Melchor Sáiz-Pardo Rubio es el privilegio que para mí supuso el haberlo sufrido como director durante muchos años y de haber compartido con él muchas mañanas, muchas tardes, ... muchas noches y un sinfín de madrugadas. Sufrir, sí, porque el reloj de Melchor no tenía dígitos ni minutero y la primera vez que tuve oportunidad de descubrirlo fue el de la jornada de su toma de posesión como director de IDEAL, en la que tras el emotivo ceremonial de discursos, elogios y parabienes, apareció por la redacción bien entrada la noche para sintetizar él personalmente las decenas de folios que me hicieron sacar de las distintas intervenciones que se fueron sucediendo en el acto, todas ellas cuidadosamente grabadas en un magnetófono de los de la época. Aquel día trabajamos mano a mano hasta la madrugada sin ni siquiera llegar a conocernos, él en su nuevo despacho y yo, a escasos metros, en una pequeña sala de la redacción conocida como el 'paritorio', porque en ella solían aislarse los que buscaban la inspiración sin ruidos ni interrupciones.
Desde el primer momento, aquel joven director, con las ideas tan claras como su propia dinámica de trabajo, forjada en los exigentes retos diarios de la corresponsalía de la agencia Efe en Roma, marcó un estilo diferente de hacer, mucho más directo y participativo. Una forma distinta y menos jerarquizada de ejercer el ordeno y mando que, además, tuvo que perfeccionar a golpe de realismo en unos primeros meses de verano sin apenas efectivos en la redacción porque el anterior director, Santiago Lozano, asumido su adiós, no puso demasiados impedimentos para que los redactores eligieran su mes de vacaciones y la desbandada en julio y agosto fue casi general. Poca gente para compartir anhelos e ideas con el flamante director, pero sobrada capacidad por su parte. Tanta, que no era fácil aguantarle el ritmo ni sobreponerse un día sí y otro también a su plena y un tanto anárquica dedicación, rara vez sujeta a las servidumbres horarias.
Aquel Melchor, pura vocación, granadino hasta la médula, inquieto, tenaz y clarividente, fue el mismo que con el paso del tiempo terminó por convertirse en un gran referente nacional, no sólo por su permanencia récord en el cargo, sino, sobre todo, por su brillante trayectoria y sus importantes logros. Y ciertamente no lo tuvo fácil. Puedo dar fe por mi condición durante muchos años de secretario de dirección, que en una sociedad tan convulsa como la que formó parte de su universo profesional en esa primera etapa como director, las incertidumbres, las presiones, las amenazas y las incomprensiones estaban al orden del día, sin que nada de ello –y esto es parte de su grandeza profesional– sirviera para doblegar su firme decisión de estar siempre al servicio de la verdad, que es tanto como decir al servicio del buen periodismo.
Quiero recordar una anécdota que define muy bien el talante, la firmeza y la valentía de Melchor Sáiz-Pardo. Una de las viñetas publicadas por el genial Martinmorales en IDEAL, atemporal, dejaba ver a un redactor-jefe en su mesa y, frente a él, a un redactor con un rollo del teletipo que le decía a su superior: «¿Publicamos el discurso entero o con unas cuantas líneas tendrá la gente suficiente para reírse?». Aquella viñeta había sido publicada varios meses antes de que volviera a aparecer en una revista de prensa en el diario hermano 'Hoy' de Badajoz y no hubiera tenido mayor trascendencia de no ser porque de forma nada intencionada, pero real, coincidió con un discurso del general Franco, con el consiguiente revuelo entre los defensores del régimen dictatorial.
Las reacciones no se hicieron esperar. A primeras horas de la mañana, agentes de Policía llegaron a la redacción del periódico para iniciar diligencias y someter a interrogatorio a Melchor, que salió en defensa de Martinmorales y se negó en rotundo a facilitar información y dar explicaciones, exigiendo a los representantes de la autoridad gubernativa que abandonaran inmediatamente el periódico. El mismo gesto que le vi repetir varias veces cuando alguien intentaba poner en entredicho el legítimo derecho del periódico a informar y que, en el caso descrito, para su mayor gloria, tuvo un epílogo que pocos conocen y que me sigue pareciendo definitorio de la acusada personalidad del hombre que hoy llora el periodismo y de cuyo prolongado magisterio hemos recibido multitud de lecciones magistrales muchos profesionales. Cuando Martinmorales tuvo conocimiento de lo ocurrido, recortó muchas de las viñetas publicadas en los últimos días en IDEAL y se las envió al director de 'Hoy' de Badajoz para «que las reprodujera en el momento más inoportuno», mientras que Melchor añadía una nota suya manuscrita al sobre del humorista con el siguiente comentario: «Martínmorales, genio y figura hasta con la censura».
Tampoco quiero olvidar otra anécdota que viene a engrandecer la figura de Melchor y que, por espontánea y poco común, define perfectamente la sencillez y el amor propio de quien hizo del periodismo, de la honestidad, objetividad e independencia, la razón de ser de su vida. A la muerte del general Franco y tras muchas noches en vela en la redacción de IDEAL, se sucedieron los acontecimientos y uno de ellos, la toma de posesión de don Juan Carlos como jefe del Estado, mereció por parte del periódico la publicación vespertina de una edición especial que se imprimió convenientemente pero que, ausente ya el personal administrativo, no podía distribuirse por los puntos de venta de la provincia. Melchor, informado del problema, se ofreció a llevar el periódico hasta donde hiciera falta e, incluso, a venderlo, iniciativa secundada entusiásticamente por el personal de la redacción.
Se establecieron varias rutas y en la del Área Metropolitana me tocó compartir vivencias con él. Esa tarde se celebraban todavía funerales por Franco en algunas localidades y en una de estas, en Atarfe concretamente, el coche de Melchor sirvió de expositor del periódico a las puertas del templo parroquial. Logramos vender un buen número de ejemplares, hasta que Pepe Bailón, insigne atarfeño, reconoció al director y, sorprendido por su gesto, compró toda la mercancía y mandó repartirla por el pueblo. De esa experiencia siempre se sintió orgulloso Melchor. «A nadie se le caen los anillos –llegó a decir– por vender aquello que se hace para que el lector esté bien informado».
No quiero entrar en la dimensión profesional del periodista que nos ha abandona porque seguro que plumas más autorizadas le rendirán el homenaje que merece. Me quedo, eso sí, con su vertiente humana, con su permanente ejemplo de hombría de bien, con su cercanía y con su amor por los suyos. La prematura desaparición de su mujer, Mariem, fue el más duro de los golpes que le tenía reservado su existencia, pero tuvo el consuelo de poder refugiarse en sus hijos, en sus nietos y en el propio periodismo, que siguió ejerciendo en los últimos años como brillante y fino comentarista en las páginas de su querido IDEAL. Una contribución más, una más, a un mundo tan apasionante como complejo que él ha sabido dignificar como pocos.
Que Dios lo tenga en su gloria.
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