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Carlos Morán
Granada
Martes, 21 de abril 2020, 02:40
Ya nada es igual ni lo será. Todas las miradas se han quedado viejas de un día para otro. Las recetas anteriores al coronavirus no servirán para la postpandemia. Es uno de los efectos más impresionantes de la Covid-19: ha obligado al mundo a cambiar de planes a una velocidad de vértigo. Y con el problema añadido de que no había ningún manual de instrucciones para manejar la situación.
El lema ahora no es 'renovarse o morir'. Eso también es ya antiguo. Lo interesante es que la sociedad está empezando a entender que 'renovarse es vivir'.
Las apariencias engañan. Lo que hace solo unas semanas era una simple plancha de plástico es ahora una herramienta esencial para evitar el contagio del patógeno que ha puesto al planeta cabeza abajo. Proliferan por doquier los discípulos de MacGyver, un héroe atípico que dio nombre a una teleserie de éxito en los años ochenta y noventa del siglo pasado. Angus, que ese era el nombre de pila del superhombre, no empleaba nunca la violencia. Su principal arma era la inteligencia, el conocimiento científico y una habilidad pasmosa para fabricar artilugios con los que derrotar a los malos.
Pues se conoce que el tal MacGyver creó escuela. Hay decenas de personas, que al igual que él, han hecho de la necesidad virtud y se han adaptado al cataclismo.
Es el caso de Isabel y David González, que, hasta que llegó la pandemia regentaban una empresa familiar, Taine, que distribuía fundamentalmente material de oficina. En estos momentos –siguen abiertos, porque el decreto del Gobierno considera su actividad esencial– y además de su negocio habitual, suministran materia prima para que personal sanitario y de Protección Civil de Granada disponga de caretas antivirus eficaces.
Todo empezó por una casualidad. Cuando ya estaba en vigor el estado de alarma, un conocido que trabajaba para el Servicio Andaluz de Salud (SAS) se pasó por la nave de Isabel y David para adquirir diversos productos. Como es natural, hablaron con su cliente de la Covid-19. «Nosotros queríamos saber si podíamos hacer algo para ayudar», recuerda David.
En este sentido, los ojos de los tres acabaron posándose en un palé cargado de láminas de plástico. «Normalmente, ese material servía para fijar puzzles y enmarcarlos. También se usaba para hacer capirotes de Semana Santa. Para nosotros, era una parte residual de nuestra actividad. Compramos 600 kilos y nos duran cinco años», detalla David. Es decir, que no era ni mucho menos su producto estrella. Pero eso, como tantas otras cosas, cambió con la coronavirus.
Las láminas eran perfectas para manufacturar protecciones faciales altamente seguras. Se corrió la voz y fueron los propios sanitarios los que diseñaron y confeccionaron los modelos con sus propias manos. Son 'made in ellos mismos'. El espíritu MacGyver. «En total, del palé han salido 4.600 máscaras, según nuestros cálculos. Las están utilizando trabajadores sanitarios y de Protección Civil. La verdad es que es una satisfacción poder aportar algo para que esto se acabe cuanto antes», argumenta David.
Ya nada es igual. Ni lo será. Pero eso no quiere decir que tenga que ser peor.
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