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«La Rijana era un paraíso: la playa desierta, un vergel sembrado y con una fuente de agua dulce»

«La Rijana era un paraíso: la playa desierta, un vergel sembrado y con una fuente de agua dulce»

Las mañanas en el río Genil, las noches en la Alhambra y los paseos por el Salón marcaron los veranos en la ciudad en la que Celia vivió junto a su familia, aunque los que recuerda con mayor nostalgia son los vividos en la Costa de Granada

Lunes, 27 de agosto 2018, 02:02

Los recuerdos de Celia Correa comienzan a partir de 1960 en la playa de La Rijana. Entre los siete y los diez años, la directora del Centro Artístico, Literario y Científico (CALC) de Granada pasó los veranos en esa zona de la Costa que entonces era virgen. «Era una playa por descubrir, recuerdo las aventuras que corríamos mis hermanos y yo, que era la más pequeña. Aquella playa desierta en la que íbamos a pescar, a bucear, en la que yo aprendí a nadar es el recuerdo de una playa que nada tiene que ver con la que hay ahora, pese a lo bonita que sigue siendo, era como un paraíso». Celia conoció la fuente de agua dulce que había en la misma playa, los campos sembrados de hortalizas, los árboles. «Aquello era un vergel», comenta. Por las mañanas, los pescadores llegaban con el chopo a la playa para venderlo. Su madre solía comprar y hacerlo frito en una caseta que había fabricado su padre. «Son recuerdos preciosos de unos veranos inolvidables y de una playa paradisiaca que por desgracia hoy ha perdido mucho de aquel paraíso», señala.

Celia sentada en el parachoques del coche de su padre . CEDIDA POR CELIA CORREA

Cuando llegó la adolescencia, los veranos cambiaron para Celia y su familia. Pasaba más tiempo en la ciudad. El río Genil era su principal escenario. Tras la emancipación de sus hermanos, Celia vivió los veranos de adolescencia con algún viaje esporádico a la Costa o a la Alpujarra, pero eran veranos más de ciudad y muy granadinos: «¿Cómo no recordar la sangría de Las Titas y las patatas asadas junto al Genil, el frescor que venía de todo el Barranco del Genil cuando aún no se había construido todo lo que hay ahora por la carretera de la Sierra», evoca Celia. La directora del CALC pasaba las mañanas en las alamedas del río Genil, en las pozas de agua fría o tomando el sol sobre una piedra. Por la tarde, al regresar a la ciudad, paseaba por el Salón, por la Carrera del Darro, «donde hacía más fresquito y no estaba tan lleno de gente como ahora, sino que era un paseo más granadino», comenta.

Cenas en la Alhambra

Son inolvidables para la ella, las veladas veraniegas en la Alhambra. «De esto conservo unos recuerdos preciosos», señala. «El auditorio Manuel de Falla no había sido construido y a la Cruz de los Mártires, que hoy está prácticamente tapada por los árboles, accedíamos con el coche de mi padre, sacábamos los asientos y cenábamos con Granada frente a nosotros», relata Celia. La imagen de la ciudad extendiéndose a sus pies es muy difícil olvidar.

No puede destacar ningún verano en concreto. «Los veranos de la infancia son los que recuerdo con más nostalgia, más cariño, los de niña en La Rijana porque era menos consciente de la vida que te rodea; estás más entregada en juegos, en disfrutar el momento, la playa, el agua, descubriéndolo todo, aprendiendo a nadar, observando el fondo del mar... Entonces era todo un descubrimiento y por eso estos deben de ser los mejores veranos por lo que tenían de novedad y fantasía, porque era una época en la que todo te asombraba».

Cuando Celia se casó se mudó a Valencia con su marido y sus hijos. Sus recuerdos allí vuelven a ser de mar. Las playas valencianas son muy distintas a las de Granada, son de arena fina y Celia las disfrutó con su familia. Sus hijos vivían esa fase de descubrimiento y ella la experimentó, esta vez, con la perspectiva de madre, de mujer adulta, que muestra a esos niños un mundo nuevo. Celia recuerda esos veranos como «una vuelta a la infancia a través de la de sus hijos».

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