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Aparte de ciertos ribetes de cuento de Navidad, este suceso encierra una lectura casi poética... o puede que incluso subversiva -como se verá más adelante, el uso de los términos 'encierra' y 'lecturas' en la introducción de esta información no es inocente-. Por ejemplo, si quien roba a un ladrón merece cien años de perdón -es lo que dice la sabiduría popular-, ¿quien roba para procurar la libertad de otro ser vivo, merece también el siglo de perdón? Según la justicia oficial, no. De hecho, el Juzgado de Menores 1 de Granada, cuyo titular es el magistrado Emilio Calatayud, ha 'condenado' a aprender a leer y escribir a dos chavales que robaron cinco gallos y un jilguero que estaban en una especie de cercado de un pueblo de la provincia.
Los chicos, de 16 y 17 años, aceptaron los cargos, es decir, que admitieron su culpa y se conformaron con las penas que solicitaba para ellos la Fiscalía de Menores: sesenta horas de prestación en beneficio de la comunidad para uno de ellos, un tiempo que deberá emplear en 'liberarse' de su analfabetismo; y ocho meses de libertad vigilada para su compinche. Este último, además de lo de aprender a leer y escribir, estará vigilado constantemente para que se mantenga alejado de las malas influencias y recibirá formación para intentar que encuentre un trabajo.
Si durante las 32 semanas que debe permanecer bajo control, incumple lo acordado por el juez, podría ser acusado de desobediencia y se arriesgaría a ser encerrado en un correccional. Lo cierto es que ambos reconocieron haber cometido un delito de robo con fuerza, ya que rompieron una valla para hacerse con los animales, según el escrito de alegaciones del ministerio público.
Aunque no fue necesario celebrar la vista oral del juicio, el magistrado, un tanto intrigado, preguntó a los muchachos por las razones que les impulsaron a sustraer el jilguero en cuestión. El jurista 'entendía' el robo de los cinco gallos, porque podían tener una salida en el 'mercado negro' -de hecho, su valor ascendía a 350 euros-, pero lo del pajarillo -30 euros- le picaba la curiosidad. Total, que interrogó a los menores sobre ese particular. La conversación se desarrolló -más o menos- en los siguientes términos:
-«¿Por qué os llevasteis el jilguero?», inquirió Calatayud.
-«Porque nos dio pena verlo preso», respondió uno de los acusados en un tono orgulloso.
-«¿Sois animalistas?», prosiguió el juez. Y ellos, tras algún titubeo, respondieron que no, aunque la expresión de sus rostros decía que desconocían el significado de la palabra 'animalista'. Como ya se ha dicho, no era su única laguna. Su ignorancia era ancha y abarcaba amplios campos del saber -a excepción de las destrezas necesarias para romper una verja, claro-.
En este sentido, Calatayud quiso cerciorarse de que el nivel educativo de los chicos era, efectivamente, muy deficiente. Así que les hizo leer el artículo 155 del Código Civil, cuyo contenido nunca está de más recordar: «Los hijos deben obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad, y respetarles siempre. Los hijos deben contribuir equitativamente, según sus posibilidades, al levantamiento de las cargas de la familia mientras convivan con ella».
Ninguno de los dos superó la prueba. Se trabaron varias veces y parecía evidente que no estaban comprendiendo nada de lo que leían. De ahí, que el contenido de su 'condena' consistiera en aprender a leer y escribir. La incultura también es una cárcel.
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