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Después de una tormenta de adrenalina, llega una calma débil que es el anuncio de la siguiente tempestad. El personal sanitario que se está batiendo el cobre contra el coronavirus conoce bien esa sensación de estar en una montaña rusa emocional que nunca se ... detiene. Ahora, acción frenética y después, el desplome y el miedo a la ruleta rusa del contagio (valga en este caso la terrible redundancia).
Estrés, ansiedad, angustia, insomnio... Hay que tener mucho equilibrio para mantener la forma mental en esas condiciones. Ylos sanitarios soportan esa presión desde hace meses.
Hasta que no se supo que las vacunas estaban listas, tuvieron que vivir con la incertidumbre de enfrentarse a diario con una pandemia impredecible y caprichosa. Dinamita para los nervios.
Ayer, 27 de diciembre, sintieron por fin un sosiego verdadero y sólido. Los cincuenta voluntarios del Hospital San Cecilio del PTS que se habían ofrecido para probar los primeros la vacuna de Pfizer en Granada no pudieron evitar (tampoco quisieron) un llanto de felicidad cuando recibieron la inyección de esperanza. «El pinchazo no duele, alegra. Ha sido muy emocionante», dijo la enfermera María Ángeles Moreno instantes después de inmunizarse (dentro de 21 días les inocularán la segunda dosis).
Fernando Santamarina, facultativo del servicio de Urgencias, demostró con sus lágrimas que su compañera no exageraba al definir el momento como «muy emocionante». En realidad, se quedó corta. «Te acuerdas de toda la gente que se ha quedado en el camino...», acertó a decir el médico antes de que un sollozo le quebrase la voz durante unos conmovedores segundos. Ese gesto fue más elocuente que mil palabras. Pero en cuanto se recompuso, Santamarina urgió a la población a pincharse para dejar atrás de una vez por todas la pesadilla de la pandemia. «Que se vacunen, porque si no esto no se acabará nunca. Hay que tomárselo muy en serio, pero ya vemos la luz al final del túnel. Varios hemos llorado de alegría al ponernos la vacuna», enfatizó el galeno.
Esa era la misión principal de su comparecencia ante los periodistas en las puertas del Hospital del PTS: dar ejemplo, de nuevo, para alejar cualquier temor a los efectos del fármaco. Y, de paso, desmontar los estrambóticos bulos que demonizan las vacunas.
La sinceridad de sus lágrimas y de sus palabras consiguieron ambos objetivos. Si un negacionista les hubiera escuchado habría pedido a gritos una dosis de inmunidad.
En la conversación con los periodistas también participó el director-gerente de centro sanitario, el psiquiatra Manuel Reyes, quien explicó que ayer se vacunaron cincuenta integrantes de la plantilla y que harán falta dos semanas más para completar la campaña en el hospital. «Para nosotros, esto ha sido un orgullo, una alegría y un honor», afirmó, aunque recordó de inmediato que todavía no ha llegado la hora de la euforia, que hay que mantener las precauciones para evitar que la pandemia siga causando estragos.
El Hospital San Cecilio del PTS, en el que trabajan unas 3.500 personas, soportó con un notable esfuerzo la primera ola del coronavirus, que infectó a 140 profesionales. La segunda ola fue mucho peor: más de 200 contagiados. Lo mismo ocurrió en la capital y la provincia. Ycon la agravante de que la segunda embestida fue bastante más letal, una circunstancia para la que nadie parece encontrar explicación.
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