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Agoniza –por fin– este 2022, y debe dejar el cronista constancia escrita para las generaciones venideras de todo aquello que nos ocurre, para general conocimiento de los que nos estudien cuando ya no estemos. Sepan aquellos que no estén para entonces al corriente, que este ... año sin gracia ha borrado de los titulares en primera y los informativos de radio y televisión las cifras de una pandemia que no se ha ido, y que por el contrario, sigue mandando a los hospitales y cementerios a diario, a quienes la padecen. Cierto es que las cifras han bajado, pero el bicho muta y persiste en su actitud, sin dejar aflorar las enormes cifras de secuelas en aquellos que ya han padecido la enfermedad, y que desapareciendo de las estadísticas, no han logrado recuperarse del todo. Pero están ahí.
Lo mismo que está este verano prolongado y seco, que empezó en el mes de mayo con temperaturas de 42 grados, y que se resiste a marchar, con sequía y temperaturas impropias de un otoño que nos aboca a un invierno raro, pero Donald Tramp y otros, mantienen que aquí no pasa nada, y que lo del cambio climático es una profecía sin fundamento. Como el hecho de que los coches ahora no lleven rueda de repuesto, sustituida por un kit repara pinchazos que nadie sabe utilizar, y que te obliga en caso de pérdida de aire en una rueda a llamar a la grúa. Bueno está que ya no llevemos el famoso correíllo para el ventilador, ni la caja de bombillas de repuesto, ni las fotos de los niños en el salpicadero, ni el perro que mueve el cuello en el cristal trasero, ni el cojín de ganchillo multicolor, ni la identificación del coche colgada del retrovisor, pero lo de la rueda de repuesto es algo para hacérselo mirar.
Debe el cronista dejar constancia de que, desgraciadamente, ya hemos alcanzado el indeseable privilegio de contar en la sociedad con pobres excluidos del sistema que, paradójicamente, tienen trabajo fijo, pero que no llegan a final de mes, ni encomendándose a los dioses. Los recibos de luz y gas impiden poner la calefacción y el aire acondicionado a quienes cuentan con su instalación. Llenar el depósito de carburante precisa de un crédito personal, y ya que hablamos de bancos y cajas, en plena crisis como estamos, no dejan de repartir dividendos entre los suyos, mientras las hipotecas se ponen al alcance de muy pocos. No han devuelto el dinero que pusimos todos los españoles para su rescate, pero si nos sisan de nuestros ahorros, comisiones por mantenimiento, por el gasto de tarjetas y por los motivos más injustificados, advirtiéndonos, como en el caso de Unicaja, que en breve la comisión de mantenimiento pasará de 120 euros, a 240. Todo un alarde de 'solidaridad', con los que peor lo están pasando en estos momentos. Esa es la sensibilidad de bancos y cajas, cuando el IPC está disparado, el gasto público desorbitado, y la cesta de la compra con productos básicos ha triplicado su importe, a las puertas de una navidad en la que los bancos de alimentos y los comedores sociales no dan abasto, y la gente que duerme en la calle va en aumento.
Jamás en la historia de este país hemos tenido a la clase médica tan quemada y desprotegida. Sometida a un estrés y un ritmo de vida, impropios de quienes deben curarnos. Llamas para pedir cita con tu médico de familia y, aunque en ruedas de prensa los responsable políticos te venden la moto de que te ve en dos días, la realidad es que el plazo supera los veinte, o los diez, si es por teléfono, una moda que ha impuesto la pandemia, y que por lo visto ha venido para quedarse. Lo de auscultar por teléfono, me parece un eufemismo trágico, que no deberíamos consentir. Lo mismo que la educación pública está dejada de la mano de sus responsables, con colegios públicos que se caen a pedazos, y ratios superados, mientras que la enseñanza concertada goza de estupendas instalaciones, a costa de sufragarla en gran medida con el dinero de todos. Algo incomprensible, que debería correr a cargo de quienes eligen esta otra opción, pero corriendo con el gasto íntegro, y no utilizando dinero público. Los desajustes sociales son cada vez mayores, y siempre recaen sobre los más débiles y desprotegidos. Avanza el tercer milenio y los asentamientos chabolistas, lejos de desaparecer, van en aumento. La vivienda pública es un sueño muy insuficiente. La gente rebusca en la basura, mientras la sociedad mira hacia otro lado, y otra parte recicla para ser más modernos y ecologistas. Estamos sumergidos en un mundo de contrastes, con unas desigualdades que cada vez son mayores, en detrimento siempre de los más desfavorecidos. Una llamada diaria a los servicios de Cáritas nos da una bofetada de realidad, de esas que te hacen tambalear en los cimientos de tus convicciones, y preguntarte a qué estamos jugando. Por eso debe el cronista dejar aquí escrito y para siempre que la realidad de este 2022 no es la que nos están vendiendo, que la gente lo está pasando cada vez peor, hasta el punto de no valorar la amenaza constante de un Putin enloquecido que está masacrando Ucrania, ante la mirada analista y diplomática del resto del mundo 'civilizado', incapaz de poner coto a este loco que, en cualquier momento, puede apretar el botón y mandarnos a todos a las partículas del éter. Por eso, aquellos que nos estudien dentro de unos años, deben saber esto, y cómo nos sentimos.
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