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Toda una vida | Paco el Montañero
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Toda una vida | Paco el Montañero
Sesenta y tres años subiendo a las montañas de GranadaEn el Documento Nacional de Identidad pone que su nombre es Francisco Fernández Pérez (Granada, 1945), pero por estos pagos todo el mundo lo conoce como Paco El Montañero. Ya podrán intuir el porqué. Tiene 78 tacos y lleva 63 subiendo a la montaña «Ahí me conocí a mí mismo», dice mirando a Granada desde el Cerro del Sol. Se estrenó con quince. «Los niños de la calle del Aire, al lado de plaza Nueva, nos divertíamos buscando nidos en el Avellano o bañándonos en el Darro, pero un día de agosto decidimos hacer una excursión siguiendo el trazado del tranvía hasta Hotel del Duque, en Güéjar Sierra, por encima del Barranco San Juan, y se nos hizo tan tarde que no llegamos a casa hasta bien entrada la noche», recuerda. «Mi madre –prosigue– me castigó sin salir de casa y me escondió la mochila». «Me impactó la grandeza, los enormes tajos, la sensación de ser muy chiquitito frente a la inmensidad de todo lo que me rodeaba».
Y así fue cómo, superado el correctivo, lo primero que hizo fue apuntarse a la Sociedad Sierra Nevada, «pero como la cuota era muy alta y yo un niño tieso –dice entre risas–, me inscribí en el Club Alpino P-4 de la calle San Antón». Ahí fue donde Paco conoció a su gran maestro Pepe Borlán, que le enseñó dos cosas: la primera y principal, a amar la naturaleza, y la segunda, meterse de lleno en todas esas rutas de baja y alta montaña que rodean Granada.
«Querer la Sierra –explica– significa no molestar a los animales, porque ese es su hogar y no el nuestro; no pisar la flora porque en Sierra Nevada hay muchas especies que son únicas en el mundo; y no arrojar basura porque una cáscara de naranja tarda cinco años en degradarse y una lata de refresco más de quinientos». Por todo ello, ya podrán colegir que los domingueros no son precisamente sus amigos. «No los trago, dejan todo lleno de basura».
Paco el Montañero nació en la 'maternidad de los pobres' de Granada, el Hospital Real, un 11 de mayo de 1945. Bueno, nacieron él y su hermano mellizo, «que falleció con dos años debido a una mala diarrea». «La vida no fue sencilla para nosotros porque no teníamos dinero y por el pasado republicano de mi padre», rememora. Así que con diez años ya se buscaba el sustento vendiendo por dos reales 'La Goleada', un folleto con los resultados de los partidos de fútbol que se imprimía en la calle Fábrica Vieja y posteriormente como caramelero en los descansos de las películas del Cine Regio.
Aunque todo cambió cuando una mañana, paseando por el callejón de Nebot, vio un cartel donde buscaban un aprendiz para la fábrica de Radiadores Ortiz. «Mañana te vienes con ropa de trabajo», le dijo don José Ortiz Sotomayor. Y ahí, en esa empresa, estuvo hasta los 57 años. Un periodo en el que se enamoró de su esposa Pepita y tuvo sus hijos. Después, cuando los americanos compraron la factoría y despidieron a parte del plantel, se empleó como conserje en el Consorcio de Transporte Metropolitano hasta jubilarse con 65.
Paco conoce las serranías de la provincia como la palma de su mano, aunque su paraje favorito es el valle del Río Lanjarón, donde una vertiente da al Mediterráneo y la otra, al Atlántico. «Las puestas de sol desde el lagunillo del Puesto del Cura, donde se otea la Vega de Granada por una parte y la Almijara por otra, son maravillosas», asegura. Aunque también ha vivido momentos muy complicados. Como cuando hace diez años se quebró una chorrera en los Lavaderos de la Reina y se precipitó al el Pozo de la Nieve. «Me rompí el hombro y estuve a punto de morir congelado, pero afortunadamente el helicóptero de rescate llegó a tiempo y me pudieron trasladar hasta el Hospital de Traumatología», relata. Tras dos años de rehabilitación, volvió a los senderos con sus bastones y con sus característicos pañuelos en la cabeza. «Los tengo de todos los modelos y de todos los tipos», sonríe.
Tras enviudar hace ocho años de Pepita, Paco tomó la decisión de celebrar todos sus cumpleaños subiendo al pico del Veleta. «Lo seguiré haciendo –relata divertido– hasta que el cuerpo aguante».
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