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Manuela González observa su nombre escrito con chocolate sobre el bizcocho y sonríe. Después, alza la vista y detiene sus ojos sobre todos los familiares que la rodean, sobre sus compañeros de la residencia Sagrada Familia de La Zubia y sus cuidadoras. No puede evitar ... que se le humedezca la mirada. Tampoco sus hijas, Encarna y Concepción, y su hijo Manuel. «No todos los días celebra uno cien años», dicen. Tampoco todos tienen la suerte de llegar. «Y en su buen estado y con esa fuerza», añaden sus allegados.
Al lado de Manuela se sienta Paula, su bisnieta, que celebra también su aniversario ese mismo día. Ambas se abrazan y esperan el momento justo a que la gente pare de cantar para soplar las velas a la vez sobre , aunque los números muestran 89 años de diferencia.
Los globos de diversos colores sobre las paredes, la música procedente de una guitarra y el olor a azúcar hacen que más de uno quiera quedarse. Algunos trabajadores corren para llegar justo al momento en el que la mujer apaga las velas. Otros, inmortalizan el momento a través de sus móviles o piden a otros asistentes que graben o fotografíen el instante. Sus empleados ya no recuerdan la última vez que uno de sus mayores llegaba a esa cifra, por lo que contagian alegría.
El comedor de la residencia Sagrada Familia-Hijas de la Caridad de San Vicente Paúl se convirtió ayer en todo un homenaje. La sala acogió la fiesta del cumpleaños del siglo de vida de Manuela y desde la dirección se encargaron de mimar hasta el último detalle. Ofrecieron una merienda repleta de zumos, chocolates y pasteles con la que los compañeros de la protagonista se sumaron al evento. «Es lo menos que podíamos hacer», cuentan sus trabajadores.
Los compañeros y familiares recibieron a la mujer con un gran aplauso que estuvo acompañado de unas emotivas palabras de parte de la directora de la residencia, Irene González. También de un vídeo en el que los nietos de la mujer que residen en América y otras partes de España le dedicaron una cariñosa felicitación. Porque nadie quiso perderse el día en el que Manuela sopló el número cien.
Una gran pancarta anuncia a sus espaldas que Manuela celebra sus cien años de vida, una vida que su hija Encarna define llega de energía y alegría, pero también de trabajo. «Ha estado siempre dedicada a su casa y su familia», señala.
El secreto para alcanzar esa cifra está detrás de un día a día lleno de vitalidad y amor a los suyos. Así lo expresan sus allegados, que también reconocen que ha superado a lo largo de su vida momentos difíciles de salud a los que siempre ha sabido reponerse, una mentalidad fuerte que es lo que ha hecho que la mujer esté a día de hoy aún con ellos. «Siempre hay periodos delicados; más aún, cuando alguien llega a esta edad», añaden.
El resto están sin palabras. A la alegría y la emoción de ver a una madre o una abuela cumplir cien años, suman una gran sentimiento de fortuna. Así lo expresa Encarni, que lo transmite al hablar y que no se separa ni un minuto de su progenitora.
A su ilusión se suma la de su nieta Amalia, que relata cómo ha vivido todo el día con un gran nerviosismo. Recuerda también los fines de semana en Güéjar Sierra con ella.
A su lado, la mujer llena sus pulmones y sopla. Sonríe orgullosa de ver que aún es capaz de acabar con la misión mientras a lo lejos una voz le desea que ojalá cumpla muchos más. Ella lo escucha y asiente. «Pues sí, que así sea», afirma.
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