Y por fin llegó la televisión. La esperábamos como agua de mayo. Ya no tendríamos que ir a casa del vecino para ver los programas que nos gustaban. Firmó mi padre un montón de letras en Molinero Radio de la calle Santa Escolástica, y aparecieron ... por la puerta dos hombres con una gran caja, una barra larga de hierro y una parrilla con un rollo de cable muy grande. Mientras uno ponía la tele en su mesita comprada al efecto, con un tablerito bajo para el estabilizador, y un bonito enrejado de macarrón a modo de revistero, el otro se subió al tejado y colocó la antena.
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Mientras el de abajo sintonizaba el único canal que se podía ver, el otro iba girando la antena hacia Parapanda, hasta lograr que se vieran en la pantalla una serie de cuadritos y dibujos en blanco, negro y gris, con una musiquilla de fondo. A voz en grito, el que estaba en el salón de casa le gritó al del tejado: ¡Ahí, ahí, déjala ahí! Y a partir de ese día, ya tuvimos televisión. Un Vanguard de 23 pulgadas que acordamos comprar porque la publicidad decía: ¡Ponga un Vanguard en su vida! Y eso hicimos. Hasta la hora de la emisión a la caída de la tarde, la dejamos con su funda de franela puesta para que no cogiera polvo, y se la volvíamos a poner a eso de las doce, cuando terminaba la programación.
Solo había un canal que emitía unas seis horas al día, así que el asunto televisivo tenía pocas alternativas. Los niños veíamos por la tarde, 'Silla de Pista' con Boliche y Chapinete, y 'Rin Tin Tin', que era interpretada por el actor infantil Lee Aaker como Rusty, un niño huérfano por una incursión de indios americanos criado por los soldados de un puesto de la Caballería de los Estados Unidos. Él y su perro pastor alemán, Rin Tin Tin, ayudaban al ejército a establecer el orden en el Lejano Oeste. Nos encantaban las aventuras de 'Bonanza'. La serie relataba las aventuras de la familia Cartwright, liderada por un patriarca viudo y sabio llamado Ben Cartwright (Lorne Greene). Ben tenía tres hijos biológicos, cada uno de ellos de una esposa distinta. La familia vivía en un rancho de mil millas cuadradas llamado 'La Ponderosa', sobre la costa del Lago Tahoe, en Nevada. Madre mía qué historias. En aquella televisión vimos el funeral de Pío XII, la llegada de Juan XXIII al pontificado, la boda de Balduino y Fabiola, el Concilio Vaticano II, que tantas esperanzas nos dio a muchos y luego quedó en agua de borrajas. Finalizaban las emisiones con un programa llamado 'El alma se serena', que consistía en unas imágenes idílicas, con música relajante, y sobre ella, la lectura de un poema en la voz aterciopelada de Paco Valladares. Después de eso, se apagaba la televisión y se le ponía su funda de franela hasta el día siguiente.
El tiempo fue pasando y las horas de emisión se fueron prolongando, así como el número de canales, pues fui testigo del nacimiento de una cosa llamada UHF, que era una segunda cadena, como al final la llamamos todos, que tenía la 'virtud' de verse en muy pocos sitios por falta de repetidores de la señal, y en pocos televisores de primera generación que no traían dos sintonizadores. Así que si tú en casa no veías ésta segunda opción de programas no estabas en el mundo, modernizarse era de obligado cumplimiento. Al día siguiente en el trabajo había que comentar qué te había parecido 'Historias de la frivolidad', un programa avanzado a su tiempo y multipremiado en el extranjero. No podías perderte 'Historias para no dormir' con el terror de Chicho Ibáñez y la interpretación con magnífica voz de su padre, Narciso Ibáñez Menta. Y empezamos a conocer personas muy perseguidas por su popularidad. En programas como: 'La pequeña historia de hoy' yo comencé a admirar a quien después sería mi maestro y yo sucedería en menesteres de cronista. Hablo de mi añorado Tico Medina, pionero de la televisión española, que junto a su compadre, Yale, nos tenían pegados a la pantalla sin pestañear. Y no se pueden analizar aquellos años, sin la participación del vasco más motrileño que conozco, con el que comparto nuestro amor por la capa española, me refiero a, Alfredo Amestoy, que pasó por diversos programas de los que guardo un gratísimo recuerdo, sobre todo de su serie: 'Los Botejara'. Querido y admirado Alfredo, me debes una torta real.
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En aquella televisión de único canal en blanco y negro para Granada marcaron época programas como aquel 'Con acento', dirigido y presentado por Manuel Martín Ferrand, que iniciaba sentado en el pretil del Castillo de Santa Elena con la Alhambra y Granada al fondo, o aquellas malogradas emisiones en directo de nuestra semana santa, que vino a transmitir Pedro Maciá, presentador del único Telediario, y que por llevar a todo el mundo la procesión de los gitanos con marco incomparable se hizo desviar el cortejo hasta la plaza de San Nicolás para que el Cristo del Consuelo pasara con la Alhambra iluminada de fondo, bajo una lluvia de justicia, que ya hacía presagiar la tragedia del día siguiente, Jueves Santo, que era cuando salía entonces la Virgen de la Alhambra. Durante horas y horas se mantuvo a los espectadores con una vista de la Puerta de la Justicia, a la espera de la salida procesional, bajo un manto de agua como no se veía en Granada desde que enterraron a Zafra. Aguardaban en perfecta formación un escuadrón de Caballería de la Guardia Civil, que iba a iniciar el cortejo que finalmente fue suspendido. Hombres y cabalgaduras empapados para la historia de la TV en Granada.
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