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Laura Ubago
Granada
Domingo, 22 de enero 2023, 00:28
Como inspector jefe de la Policía Judicial de Motril, Francisco Pérez Polo, siempre recordaba las palabras de su madre. De familia de agricultores –de Alhendín– fue la vocación lo que le llevó a elegir el oficio. «Nunca he sido como un policía de las películas ... a los que les gusta pegar tiros. Yo me hice policía para ayudar a los demás». Polo, como lo han llamado siempre, dice que los que ingresaban por aquel entonces en la academia eran muy grandes y que los pantalones del uniforme le quedaban largos. Su madre le metió los bajo y le dijo una frase que marcaría su carrera: «Que esta ropa siempre sirva para hacer el bien». Las anécdotas durante sus 20 años como jefe de la Policía en Motril son infinitas. «Si veía a alguien esperando fuera de la comisaría para hacerse el dni con frío, le decía que esperase dentro. ¿Qué te cuesta ser amable? Si te enfadas en casa no puedes trasladar eso al trabajo. Nunca he olvidado que me pagaban los ciudadanos». Asegura que no sabe lo que es el karma pero que si alguien hace el bien, la vida te devuelve el doble. Acaba de jubilarse. Tras una época de miedo, destinado en Hernani y con ETA en el cogote, Polo llegó a Motril para encargarse, entre otros muchos, del caso que le ha quitado el sueño: la desaparición de María Teresa. De los homicidios siempre ha encontrado el culpable y asegura que mirando a los ojos se pueden resolver asesinatos.
–¿Cuál fue su primer destino?
–Estuve en el año 78 en Madrid, haciendo las prácticas. Mi primer destino fue Hernani. No había comisaría. Llegamos allí más de 30 policías. Fuimos al Ayuntamiento y nos dijeron que no hacíamos falta. Nos fuimos a San Sebastián e íbamos desde allí a trabajar. Era uno de los pueblos donde el terrorismo pegaba más fuerte. Aquello era una guerra. Nos mataban a traición. Nos ponían bombas lapas debajo del coche, ametrallamientos, nos esperaban a la salida de los domicilios para pegarnos el tiro en la nuca. Lo viví con mucho miedo. El miedo nunca puedes dejar de tenerlo. Pero hay que coger poco miedo. Me tiré 23 años allí destinado. Vi muchos amigos muertos. Yo he sacado a dos compañeros de coches reventados. Te reventaban. Recuerdo ver un chico tras una bomba que le faltaba toda la espalda. He vivido mucho sufrimiento. Al final te acostumbras. Sabes lo que es no agacharte a mirar si tenías bomba porque ya te la jugabas. Yo le decía a mi mujer: no dejes que los niños salgan al cole hasta que yo no mueva el coche. Movías el volante con mucho miedo y ya les decía que bajaran. Tuve problemas psicológicos. Me preguntaba: por qué me vais a doblegar, por qué me tengo que agachar todos los días. Una mañana vimos la explosión de un coche con un ertzaintza y pensé: si hubiese mirado se habría salvado.
–¿Cómo se afronta eso psicológicamente?
–Voy a contar una anécdota que es muy difícil. La Cadena Ser tenía un programa de radio por la noche en el que sonaba una música de guitarra cada vez que se había producido un atentado. Llegué a desear que sonase esta música cada noche. Pensé que estaba loco. Pero las psicólogas me dijeron que era normal, que era supervivencia cuando yo pensaba que era un monstruo. Si escuchaba la música del atentado por la noche ya sabía que no habría otro por la mañana y que no me había tocado a mí. Eso es muy duro. Yo he estado durmiendo y me despertaba pegando un salto en la cama justo cuando me estaban pegando el tiro en la nuca en sueños.
–Qué situación tan dura.
–¿Y sabe con quién viví también momentos muy difíciles que hoy está de moda? Con Borja Sémper. Yo estaba allí cuando él tenía 16 años y escribía en la prensa sin cortapisas y tuvimos que ponerle escolta porque se lo iban a cargar. Vivíamos los dos en la misma plaza. Tenía mucha amistad con sus padres que me pidieron que hablase con él. Una noche nos sentamos los dos y le dije que tenía que frenar. Me dijo que nadie nos defendía. Le dije: Borja, como te maten, a esta plaza en la que estamos vendrá el ministro, el presidente del PP, te pondrán una bandera de España en el féretro, pero a la media hora todo ha terminado y son tus padres los que se van a quedar aquí y sufrir durante toda su vida. Además estás estudiando Derecho y no puedes dejar eso por la política. Tenía mucha amistad con él.
–¿De ahí adonde fue?
–De ahí me fui destinado a Irún, a la frontera, cuando ascendí fui a Lanzarote un año a Policía Judicial y después me vine aquí a Motril.
–Qué detalles o imágenes se le han quedado grabadas de la etapa de Motril.
–He vivido momentos difíciles y duros en Motril pero me queda lo positivo. Me quedan los amigos, la gente que me ha tratado bien y la que me ha querido.
–Habrá tenido días duros de trabajo...
–Sí, claro que hemos tenido. Homicidios. El primer día que llegué a Motril el 26 de junio del año 2002 mataron a un chaval de 21 años de un tiro en el pecho a la salida de una discoteca. A las 9 de la mañana teníamos detenido al culpable. Todos los homicidios que ha habido en Motril los hemos resuelto.
–¿Eso es suerte o trabajo?
–Eso es trabajar. Llegas, te encuentras el cadáver. Agarras testigos y al final alguien te dice es uno al que le dicen tal, de tal zona, y a la mañana siguiente estamos deteniendo. Resolvimos el homicidio de Calahonda en quince días. Ese fue fácil. Lo detuve en Irún, se fue allí el culpable y como yo había vivido allí, cuando pinchamos el teléfono y supimos que estaba allí, lo detuvimos.
–Uno de sus últimos casos fue la muerte a manos de su pareja de una chica.
–La detenida se personó en la comisaría diciendo que había matado a su pareja. Cuando vi el cadáver dije, esta mujer ha tenido ayuda de alguien. Lloraba y rogaba y decía que no y yo que sí y al final le saqué que había tenido ayuda para intentar deshacerse del cadáver para envolverlo. Y así fue. El juicio es el día 14.
–¿Ese instinto te lo da la profesión?
–Cuando yo interrogo a una persona siempre la miro a los ojos. Y como me vaya a mentir el cambio en los ojos se lo noto siempre. Esa intuición la he tenido siempre. Hay personas que también les cambia el tono de voz, las posturas... todo eso es vital para un interrogatorio.
–Los casos de violencia de género tienen especial dureza.
–Uno de ellos es lo más horrible que yo he visto. Con una radial y con una taladradora... aquello fue terrible. Cuando tú ves eso piensas que no puede haberlo hecho un ser humano sino una bestia o un demonio. En violencia de género los hombres se engrandecen con la persona débil. Yo no puedo con eso, te lo juro.
–En estos años se han conseguido bajar los índices de delitos en Motril.
–Lo importante es la prevención. Con coches en la calle hay prevención, es vital para bajar los índices de la delincuencia.
–También ha creído en la prevención en los colegios.
–Sí, claro. En 2005 fue la primera vez, como jefe de Seguridad Ciudadana, que me decidí a ir a los colegios a hablar sobre acoso escolar y también sobre drogas. Me llevaba hachís, coca y les hablaba en los chavales. Aquello era innovador en Granada. Gustó mucho y les llegaba a los chicos. Iba 'ilegal' porque iba con uniforme y sin la pistola porque tienes que llevarla obligatoriamente. Me preguntaban por qué no llevaba la pistola y decía que en la escuela no sirve porque es el templo de la sabiduría y todo se resuelve mediante el diálogo y la palabra y no con la imposición y ni con la fuerza.
–¿Le ha tocado de manera personal algún caso tanto como el de María Teresa?
–Sinceramente, como María Teresa no me ha tocado nada. He sido profesional en mi tarea diaria, no por eso he dejado de meterle las horas necesarias para esos casos pero los he dejado ahí. Cuando tocas una desaparición y en este caso concreto es diferente. Este caso me ha quitado el sueño y tengo una relación muy especial con sus padres.
–Dice que es peor una desaparición que un homicidio.
–Cuando comienzas una investigación y es un homicidio ya lo único que puedes hacer es buscar al culpable. Es decir, hay un muerto, está ahí, ya no hay más. Pero cuando es una niña con 18 años, en la flor de la vida, que desaparece y no hay ningún rastro. Eso no es lo mismo. No se puede soportar. Por lo menos si tienes sentimientos y eres un ser humano, te tiene que doler como persona. Y si eres padre y dices yo me podría ver en la misma circunstancia, porque los padres de María Teresa han sufrido y sufren todavía lo que no está escrito. Cada mañana se preguntan dónde está mi hija, por qué no sé dónde está. Y eso es lo más duro de la vida.
–¿Se va con la tranquilidad de haberlo hecho todo para intentar resolver el caso de María Teresa?
–Sí, claro. He trabajado el caso de María Teresa cientos de horas. Cientos. Yo he estado trabajando aquí, en la comisaría de Motril, y a mediodía he terminado y me he ido a Málaga a seguir con la investigación de Toni King. Cuando mandó la carta abrí una línea de trabajo. Yo vivía trabajando por ese caso mañana, tarde y noche. Me he perdido en las urbanizaciones en Málaga buscando porque ahí se puede camuflar cualquiera. Me he metido mucho en esa investigación pero cuando, en los primeros años, no se comienza bien, ya es muy difícil.
–¿Cómo se consigue el cariño de la gente desde su cargo?
–Eso va en la persona. No te tienes que imponer ni tener arrogancia por ser policía. A las personas se les gana de tú a tú no con imposiciones de que yo soy el inspector. Yo soy una persona que está aquí porque tienes un problema y tengo que intentar solucionarlo. A mí quien me paga son los ciudadanos con los impuestos. Estoy obligado a darte mi mejor cara. No puedo ir a trabajar enfadado. Tengo que darte lo mejor de mí.
–Ha ayudado a muchos padres que llegaban con sus chavales pidiendo su consejo.
–Yo he tratado con muchos chicos porque han venido sus familias a hablar conmigo porque a esas edades tienen problema y me han pedido que hable con ellos. Yo les decía a esos padres: Tráigame a su hijo. El sábado, para que no pierda colegio. Entonces les preguntaba por qué estás haciendo novillos, por qué no vas al cole, qué pretendes. Qué quieres ser. Los bajaba al calabozo de menores y cerraban la puerta con un portazo muy grande –¡puum!– y le decía: esto es un hotel de tres estrellas en comparación con la prisión, donde hay tres compañeros y donde hay un wáter. Eso es lo que te puede pasar si pierdes tu libertad, que es, junto con la salud, lo mejor que tenemos todos.
–¿Qué se de esta etapa como inspector jefe de Judicial en Motril?
–De Motril me llevo que debo de seguir siendo el mismo siempre. Porque me ha ido bien y he intentado siempre ayudar a la gente.
–¿Qué hace ahora?
–Me he ido a vivir a Madrid porque mi mujer es militar, es comandante enfermera, jefa de enfermería en la base aérea de Torrejón de Ardoz y yo soy su marido y me corresponde está donde esté ella. Ella estuvo en Motril por mí.
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