'Vacaciones en el mar' ('Love Boat') nos descubrió una nueva forma de viajar. Supuso el 'boom' de los cruceros en una generación que disfrutaba con unas tramas ñoñas que no han resistido el paso del tiempo
elena de miguel
Miércoles, 29 de julio 2020, 23:57
Mi amiga lo cuenta mejor que yo porque tiene más gracia, pero no me resisto a que quede impreso como ejemplo de que lo que se populariza demasiado, se degrada. Cuenta mi amiga, a la que le gusta de lo bueno lo mejor pero que por esas cosas del destino se embarcó en un crucero 'low cost', que aquello empezó a olerle mal cuando vio que el capitán del crucero sonreía igual en todas las fotos. Sobre la pared, una ristra de imágenes del pasaje con el capitán e idéntica sonrisa forzada de oreja a oreja. Ella y su marido se habían perdido la cena de gala –si no han hecho un crucero, pero han visto 'Titanic' saben a qué me refiero– con el mandamás de a bordo y fueron a cotillear las fotos de la velada, en la que cada asistente se inmortaliza con el capitán.
Allí había algo que no encajaba. ¿Cómo podía el capitán no cambiar el rictus lo más mínimo entre una foto y otra? ¿Qué pose ensayada aguantaba tanto flash en aquel crucero, donde había que hacer cola hasta para pedir un 'biterkás'? Había trampa y había cartón. Claro que lo había. Exactamente, troquelado y de metro ochenta. El capitán se había convertido en un recortable en alta mar, como esos que hay en los bancos con jugadores de la selección que te venden un préstamo.
El capitán Merrill Stubing no era de cartón piedra, pero lucía sonrisa diseñada con tiralíneas. Era amable, algo guapete y ejercía de consejero sentimental entre sus ilustres pasajeros mientras no perdía detalle de los nudos del Pacific Princess en su rumbo a Capri o donde tocara. Pilotaba el barco del amor ('Love Boat'), que arrancó su travesía nacional como 'Vacaciones en el mar', a secas, pese a que la temática romántica dominaba la trama de cada capítulo. La serie duró diez temporadas (1976-1986) y 249 episodios, hasta que naufragó. Obvio. Detrás, cómo no, estaba el productor que marcó a todas las generaciones premillennials, Aaron Spelling.
Aquellos veranos sin tablet, sin móvil, sin Youtube, los pasábamos profundamente aburridos y adorando el universo Spelling, con aquel catálogo de bondades y, sobre todo, vilezas del ser humano.
'Vacaciones en el mar' era de lo más 'light' de Spelling. Todo el mundo era amable y de fiar. Los capítulos terminaban bien y salía uno relajado como tras una sesión de 'mindfulness'. El barman del crucero –Isaac Washington– sonreía todo el rato; la directora del crucero –Julie McCoy– también sonreía; hasta el médico –Adam Bricker–, algo pícaro y ligón pero sin propasarse, lo hacía sin parar. ¿Qué podía salir mal en aquel crucero? ¿Qué podía torcerse en aquella infancia veraniega de niños absortos ante la caja tonta? El pasaje, además, era de caché, de lo mejor de la gran pantalla. Lana Turner, Gene Kelly, Ursula Andress o Zsa Zsa Gabor abrían los créditos de cada capítulo como 'guest stars' o artistas invitados.
La cosa duró lo que duró, hasta que Spelling se dio cuenta de que los 80 eran más canallas y produjo 'Dinastía'. Luego llegaron los 90 y subió el listón con 'Sensación de Vivir' y el despiporre de 'Melrose Place'.
'Vacaciones en el mar' envejeció mal pese a dejarnos una banda sonora añeja pero inolvidable. Entre sus méritos, hay quienes la consideran la mejor campaña de marketing de una nueva forma de viajar. En los 70, apenas 500.000 personas hacían un crucero; en 2019 fueron 30 millones.
El Pacific Princess, que sirvió de plató para las escenas a bordo, tampoco sobrevivió a la fama. Tuvo un final de carrera a la altura de los juguetes rotos de Hollywood. En 1988 fue retenido en una operación contra el narcotráfico en Grecia. Pasó por diversas manos y alguna compañía 'low cost' de esas de capitanes de cartón. En 2009, fue inmovilizado por las deudas de su propietaria y encalló olvidado durante años en un puerto de Génova. La mayoría de aquellos niños superamos con dificultad la crisis de los 40, el Princess no supo cómo. En 2012, terminó sus esplendorosos días en el desguace.
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