
Desde dentro de la cumbre de Granada
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Desde dentro de la cumbre de Granada
La sonrisa alhambreña de ScholzHay muchas formas de reaccionar a la belleza. A Stendhal, la basílica de Santa Croce de Florencia le encendió el corazón, que le palpitaba aprisa como si se le escapara la vida. A Olaf Scholz, el canciller alemán, que asiste en Granada a la cumbre europea, la delicada magnificencia que legaron los monarcas nazaríes en la Alhambra le provoca una sonrisa amplia y transparente.
El germano no es el único enamorado del monumento. A muchos de los líderes que pasaron anoche por allí se les pudo ver absortos con los muros labrados de los nazaríes. Las imágenes oficiales de Moncloa captaron cómo alzaban la testa para comprobar la bóveda celeste que los alarifes de Yusuf I construyeron en Comares, la torre que alojaba el salón del trono y que, por unos minutos, volvió a llenarse con mandatarios de todo el mundo.
Este viernes, Scholz, como Stendhal, acusa el impacto. Uno asiste a una cumbre europea donde el continente se juega ser un actor principal en un mundo al borde del precipicio, con Hungría y Polonia sacando los pies del plato del acuerdo migratorio, y Granada lo pone todo cabeza abajo. El germano habla a su llegada al Palacio de Congresos de Ucrania, de ampliación y de inteligencia artificial con gesto robótico. Pero la humanidad sale a la luz cuando una periodista se sale de guion y le pregunta, a viva voz, si le gustó la Alhambra. Scholz no puede evitarlo. Sonríe.
Su gesto no es el más habitual en esta segunda jornada de cumbre. Víktor Orbán aparece en la explanada del Palacio de Congresos con cara de pocos amigos. Está enfadado porque no se incluyen los planteamientos de Hungría en el acuerdo sobre migración. Hay motivos. La posición extrema del país, que comparte con Polonia, obliga al resto de estados miembro a aplicar la mayoría para evitar que el asunto enquiste la cita. El húngaro, no obstante, ejerce su derecho al pataleo con un exabrupto. Compara el acuerdo con una violación. Josep Borrell, que comparte alfombra azul en ese momento con el dirigente, lo corrige segundos después, pero el golpe es contundente y se le recuerda a cada líder que comparece a lo largo de la mañana. Se llame Roberta Metsola o Pedro Sánchez.
Ampliación sí y cómo. El punto es ese. Europa parece haber superado el debate sobre si incluir o no a más socios. Ahora el foco está en cómo modificar unas reglas que se idearon para una época en la que el consenso, además de deseable, era posible. El crecimiento desordenado de la alianza en las últimas décadas está en el origen de los problemas para alcanzar acuerdos en la actualidad. Hay países que vetan decisiones enormemente apoyadas y hay mayorías tildadas de violaciones por estados con una posición minoritaria. ¿Sobre los futuribles? Siempre se mencionan a los mismos: Montenegro, Serbia, Kosovo, Albania y Ucrania... Pero Orbán, de nuevo, siembra la duda. ¿Cómo incorporar un país en guerra, cuando no se ha hecho nunca?
Si la sonrisa no es habitual entre los líderes, tampoco lo es en la planta -3 del Palacio de Congresos. Hay cierto mosqueo con que la primera jornada de la cumbre se cerrara sin una intervención de los mandatarios principales que aclarara las decisiones tomadas. Tampoco se recibe bien que gigantes como Meloni o Macron rehúyan de los micrófonos como de una vara verde. El francés es el centro de las críticas. No gusta su querencia por saltarse horarios, por acceder a los sitios a escondidas cuando se espera la voz de su país en importantes asuntos. Aún así, siempre hay quien trata de volver las aguas a su cauce y así se llega al monotema de la amnistía y las negociaciones de la investidura. El esperpéntico montaje del ministro Bolaños para desmentir al PP, que se tragó el bulo de la reunión con Puigdemont en la vivienda del embajador de Colombia, puede con todo.
Quienes sí sonríen son los trabajadores del Palacio de Congresos, que los hay a puñados. Salen en los tiros de cámara, tienen micrófonos delante, pero no roban una línea en las crónicas. Tienen historias interesantes. Dos chicas de apoyo, por ejemplo, hablan del esfuerzo para poder estar en una cita de esta magnitud. Llevan meses ensayando traducciones simultáneas en francés, alemán e inglés. «Incluso en árabe...», cuenta una de ellas.
También celebran los operarios de mantenimiento de los grupos electrógenos, encargados de impedir que cualquier fallo ensombrezca las reuniones y las conexiones de los periodistas. Todo marcha bien. Ni una caída de red, ni un apagón. Se han pegado semanas calibrando todo para que saliera perfecto y ha funcionado la planificación. «Somos unos máquinas», dicen mientras apuran un cigarro al aire libre.
Laura es camarera y ha pasado varios cursos de formación desde inicio de año para atender a la prensa. No a los líderes, a los periodistas. Corre arriba y abajo recogiendo bandejas, casi puede estar en dos sitios a la vez. Cuando se le pregunta si preferiría estar con los mandamases, pone cara de Borrell. «Aquí hay mucho menos lío», dice con acierto y alza la vista. No lo puede ver, pero dos plantas por encima, alrededor de una mesa ovalada inmensa, la discusión para poner la primera piedra de la futura Unión Europea continúa.
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