Francisco Álvarez de la Chica, exconsejero de la Junta. Ramón L. Pérez

«Temo a los políticos que se callan por el silencio de nómina»

Francisco Álvarez de la Chica | Ex secretario general PSOE Granada ·

«El PSOE de Granada ha sido incómodo de tradición. Si hubiésemos sido seguidistas habríamos sacado más rentabilidad»

Quico Chirino

Granada

Domingo, 18 de julio 2021, 00:17

Francisco Álvarez de la Chica confiesa antes de empezar que llega con algo de reservas a esta charla. «¿Qué vais a hacer conmigo?». Quizás sea una estrategia para rebajar la intensidad del entrevistador; aunque no cuela. Seguro que lleva días anticipándose a las preguntas y ... dando vueltas a la reflexión exacta. Se recupera de una lesión de la fascia plantar y, aunque todavía camina con cierta dificultad, no ha dejado de pisar en firme. Ha sido portavoz del PSOE en el Parlamento, líder del partido en Granada durante una década, senador, consejero de la Junta y su último cargo público fue como presidente del puerto de Motril hasta el cambio político hace ya dos años y medio. Sigue enganchado a la actualidad y, a menudo, algunos compañeros recurren a él para pedirle consejo. También puedes solicitarle que busque en internet el dato más insospechado; y hasta lo encuentra. El tiempo libre que le queda lo dedica últimamente a escanear fotografías antiguas y colorearlas. En alguna aparece él mismo, en el Albaicín, jugando a los toros con los trastos de su tío Paco. Aquel chaval que en 1975, en plena efervescencia política, llegó al instituto de Bachillerato de Churriana, donde los profesores le enseñaron a pensar, «una herramienta cada vez más difícil de proporcionar a los jóvenes». Tuvo su primer desengaño cuando el PSA de Alejandro Rojas Marcos cambió al PSOE la alcaldía de Granada por la de Sevilla: «Aquello fue como si nos tirasen de boca al barro». Estudió Magisterio, trabajó tres veranos en Palma de Mallorca, pinchó discos en la movida granadina y montó una radio en la Zona Norte, donde salvó a muchos chavales de caer en la droga. Entró en el PSOE en 1986, de la mano de Lorenzo Capellán, Palmira Nogueras, Jesús Quero, Curro Valls, Virginia Prieto y Ángel Díaz Sol. Era de los políticos que tenía un puesto de trabajo al que regresar y, tal vez por eso, ni él mismo se explica ni cómo ni por qué estuvo tanto tiempo en la primera línea política. Es sencillo, no se le pueden quitar las rayas a las cebras. «A veces pienso cómo pude aguantar tanto tiempo. Es como si llevas la máquina del tren, piensas que el mundo se abre a los dos lados y tú eres el centro. Cuando te bajas del tren, ves la visión tan ridícula que tenías del mundo. La política requiere disciplina y cierta solemnidad».

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-Ahora parece que la política no se ejerce con esa solemnidad.

-Soy hijo de la Transición. El paso del tiempo ha hecho que elevemos algunos momentos de aquella época, donde también hubo claroscuros y tachones. Cuando yo empecé, se llegaba a la política con la vida laboral resuelta. Cuando uno representa a la gente tiene que ponerle voz y eso genera incomodidad. En la nueva política hay un número significativo de personas con responsabilidad a la que no se les oye.

-¿No se le da voz a esa gente o no habla por miedo?

-Me molesta que estemos alumbrando una clase política más preocupada de cómo seguir en sus cargos que de los problemas de la gente. Le temo a los políticos que se callan por el silencio de nómina.

-A eso le llaman disciplina de partido.

-La disciplina de partido no consiste en que se te note lo menos posible para seguir cuanto más tiempo mejor. He aprendido que, a veces, se está más tiempo en los puestos del que se debiera. Siempre me obsesionó saber cómo me iría. Las puertas son igual de grandes para entrar que para salir.

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-Y, ¿por qué llegó a la política?

-Me sentía atraído por el PSA y acudía a los mítines, pero no tenía ninguna militancia. Aún conservo las banderas de Andalucía a las que ponía el sello por detrás con letras de imprenta para repartirlas por la calle. Tras sacar las oposiciones en 1983, me fui a Palos de la Frontera y, después, a la Puebla de Cazalla. El colegio se llamaba Federico García Lorca. Era una zona donde casi nadie quería ir a estudiar y conseguimos que hubiera autoestima y que los niños llevaran una camiseta por la calle con el nombre de su colegio. Después me fui a El Cuervo. Empezaba a andar el Gobierno andaluz, que desplegó la educación compensatoria. En los barrios complicados había que crear equipos que se comprometieran voluntariamente. Llevaba muchos años relacionado con maestros y profesores que marcaron la historia de la Zona Norte de Granada; conocía a gente como Encarna Olmedo o el cura Quitián, y me vine.

«Me hubiese gustado que los indultados mostrasen arrepentimiento. Pero no hacer nada no puede ser una opción»

-Y en la Zona Norte montó el proyecto de la radio.

-Llegué al polígono con un grupo de tres maestros y allí me encontré con gente como Miguel González Martos, Eduardo Fernández o Quina Cabello. Me pidieron que imaginase algún proyecto que pudiera recuperar a los chavales que abandonaban prematuramente el colegio. En La Puebla de Cazalla había colaborado con la radio y vi que aquello tenía un poder de atracción extraordinario entre los jóvenes. Era difícil, porque la administración tenía que soportar un proyecto cuya propia materialización se basaba en poner una emisora que no era legal.

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-Y consigue que los que no iban ni al colegio vayan a la radio.

-Algunos llegaban mal y otros podían haber acabado mal. Hace no mucho, un chaval al que tenía un afecto extraordinario se me acercó con mucho cariño para limpiarme los zapatos. No lo admití y me tomé un café con él. Se hacía radio hasta las once de la noche, todos los días, incluidos sábados y domingos, julio y agosto. No se podía cerrar porque aquello era su mundo. En el Polígono había un compromiso laico y religioso. En aquellos años ochenta, hubo una parte de la iglesia católica que se implicó muy a fondo. Vivieron la pobreza. Abrían la puerta de sus casas para que comiera la gente. Ahí decidí militar en el PSOE.

-¿Y cuándo tuvo un cargo público?

-Cuando Juan Santaella era el delegado del Gobierno me propuso trabajar en el Plan de Barriadas en torno al año 1989. Yo tenía un conocimiento fiel sobre la Zona Norte de Granada. La Junta quiso hacer un censo de la viviendas porque no se sabía quién vivía en las casas: la gente trataba el traspaso en los bares con una servilleta. Hice aquel censo con Miguel González y Eduardo Guerrero; a mano, y después lo picamos a un ordenador. Tardamos un año, pero entramos a todas las viviendas. Un día recibí una llamada en mi casa de la consejera Carmen Hermosín y me pidió que fuera a Sevilla. Había leído mi informe sobre el trabajo en Cartuja y quería que lo hiciera sobre toda Andalucía. Tenía treinta años y me entró miedo escénico. Acababa de nacer mi hijo pequeño y tenía que irme a vivir a Sevilla, en plena Expo, cuando todo era carísimo y no te pagaban nada de vivienda. No había ningún director general de Granada en Sevilla.

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«Hoy, que observo la política con desapasionamiento, veo que se penaliza el acuerdo»

-La salida de aquella etapa en Sevilla no fue, digamos, voluntaria.

-Estuve hasta el año 95 y me nombraron tres veces director general. De aquel periplo queda el mal sabor de boca de tener que presentar la dimisión. La convivencia con el último consejero era imposible. Era un tipo de [piensa] escasísima ética, de comportamientos reprobables. La misma percepción que tuve yo la tuvieron cuatro personas. Dimitimos los cinco al mismo tiempo.

-Poco habitual en política.

-Fue el episodio más delicado que vivió Manolo Chaves, me lo reconoció en alguna ocasión. Hasta el punto de que, la tarde de antes, hubo un momento en que se barajó la posibilidad de cesar al consejero. El portavoz del Gobierno dijo en rueda de prensa que no volveríamos a tener ninguna responsabilidad en el partido. A los cinco años era secretario general del PSOE de Granada [sonríe]. Y a finales del mismo año 95 ya era secretario de Organización y parlamentario a propuesta de Antonio Claret y Jesús Quero, que eran quienes representaban a los dos sectores en el partido.

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-Se refiere al pulso entre guerristas y renovadores. ¿Qué queda de aquello?

-Como el rugby, era una guerra dura pero entre caballeros. Entre personas que se reconocían cualidades con independencia de que pensaran de distinta manera.

-Usted iba con...

-Mi pensamiento estaba más próximo a lo que defendía el guerrismo pero mantenía excelentes relaciones con los demás. Vivía en Sevilla y no participaba activamente en la política granadina. Cuando dimito como director general y regreso a Granada me incorporo como maestro en mi plaza de Ventas de Zafarraya. Luis Rubiales era el secretario de Organización, salió elegido como alcalde de Motril en 1995 y ocupé su cargo. Jesús Quero me pidió que le echara una mano en las municipales. Aquella fue la campaña más dura que he vivido jamás, no podíamos ir por la calle, todos éramos Roldán y Rubio. Salió una plaza temporal en el centro de menores de San Miguel y, como tenía la experiencia del Polígono, la saqué. Me iba al partido por las tardes. Fui de número cinco al Parlamento en las listas de 1996 sin muchas expectativas. Como todo estaba cogido con pinzas en el PSOE provincial, Antonio Claret presentó la candidatura en el comité de listas de Santa Fe y perdió la votación porque la agrupación de Armilla, entre otras, cambió de posición política. Antonio dimitió en el acto. Fue cabal con sus principios y la responsabilidad política. Cuando te dicen que no, la consecuencia no puede ser pedir perdón. Recuerdo que Antonio Claret y yo recogimos a Alfonso Guerra porque participaba en un acto en Atarfe. Desayunamos en La Mosca y nos explicó que las encuestas eran pavorosas. Sin embargo, sacamos siete diputados en Granada. Había quien había preparado para su error el epitafio de Manolo Chaves.

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«Cuando cogí el partido las decisiones se sabían más en los bares que en los órganos internos»

-Cuentan que iba a ser presidente de Diputación y por aquella división entre guerristas y renovadores no lo fue.

-Pepe Moratalla cogió el partido tras la dimisión de Antonio Claret. Era un renovador claro pero un hombre con unas formas tan buenas que es imposible pelearse con él. Yo era su vicesecretario general y puso a Luis González Vigil de secretario de Organización. El partido estaba mitad por mitad. Cada vez que había un comité provincial se votaba hasta la mesa para ver quién tenía mayoría. Pepe Moratalla llega en el 96, ganamos las autonómicas pero gobierna Aznar en España. Vivimos las primarias de Borrell y Almunia, que dejaron un saldo devastador en el PSOE. Ganó Borrell y le hicieron la vida imposible porque el aparato no se quería ir. Las primarias las comparo como cuando en un entrenamiento juegan los suplentes contra los titulares y los suplentes van tan fuertes que se cargan a los titulares. Cuando llega el partido no tienes ni titulares ni suplentes. En el 99 fueron las primarias de la ciudad, con Pepe Vida y Pepe Moratalla. Aquello tenía un doble riesgo, porque se presentaba el secretario general. Ganó Moratalla, que llevó en su lista a Juan Santaella y se extendió la hipótesis de que optaba a ser presidente de Diputación. Un grupo vino a verme y me dijo que convendría que fuera en alguna lista porque no estaban de acuerdo con la candidatura de Juan. Fui por Chauchina y estuve de concejal cuatro años. Era un movimiento disuasorio. Se lo expliqué a Pepe Moratalla: «Yo estoy aquí por lo que estoy y creo que debemos arreglarlo de alguna manera».

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-Se produjo la singular dimisión de Juan Santaella antes de tomar la posesión como concejal.

-Las heridas del conflicto interno del PSOE todavía no estaban cerradas. Nadie quería que se produjera un paso que rompiera el equilibrio y hubiera un bando ganador. Cuando me percaté, convoqué una rueda de prensa y dije que no mantendría mi candidatura a la Diputación. Fue una tormenta gorda en un vaso de agua, no pasó de ahí. Luego, Pepe Moratalla se dio cuenta de la dificultad de ser alcalde y secretario general. Fue muy honrado con el partido y decidió dar un paso al lado. Un grupo de gente planteó que yo podía ser la opción. Percibí que era la mayoría real de la organización. Surgió otro grupo en torno a la Diputación y a Pepe Tabasco. Se solventó con diálogo, aunque durante un tiempo estuvo latente.

-Y también Luis Salvador amagó con presentarse...

-Echó cuentas. No sé si tenía más interés en batirse contra mí o contra Pepe Tabasco, que acababa de dejar de trabajar con él. He encontrado una frase que es monumental: «Siempre se sabe más de una persona por lo que dice de los demás que por lo que los demás dicen de él».

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Se asoma a la actualidad.

-No cogió el partido en una etapa fácil.

-Cuando llegué al Senado ocupábamos una esquina. Almunia dimitió la noche que perdió aquellas elecciones. Yo llego en un momento en el que el partido estaba sometido a una gestora a nivel federal, de la que se hizo cargo el PSOE de Andalucía casi en su totalidad, con Chaves y Pizarro. Me tocó una época difícil, con un partido dividido en Granada y con una oposición hostil en torno a la Diputación, que se hizo fuerte contra la dirección del partido. La voluntad era sustituirnos.

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-De aquella época que fue tensa, ¿cuáles fueron los momentos orgánicos más duros?

-Los momentos más duros son cuando le tienes que decir a alguien que no debe continuar. El partido se había convertido en algo cuyas decisiones se sabían más en los bares que en los órganos internos. Había que retornar el partido a la solemnidad y a sus reglas de juego. Las noches de Granada no eran sitio para hablar de política o de quién va en una lista. Los partidos los hacen las personas pero las organizaciones son más importantes que las personas. A quienes están hay que apoyarlos y, si se equivocan en algo, decírselo al oído. Lo leal es decirlo, pero decirlo con sonajas no me parece tan elegante. No me gustan los dirigentes de mi partido que le enmiendan la plana públicamente a los dirigentes que hay ahora. De algunos me molesta especialmente porque coincide que son aquellos que no sustituyeron a nadie y nunca se sometieron a la crítica.

-¿A quién le costó más decir te tienes que ir?

-Me tocó sustituir a la generación que hizo el éxito del PSOE. Estaba rodeado de gente a la que admiraba: Ángel Díaz Sol, María Izquierdo, Pepe Moratalla, Antonio Claret, Antonio India, Rafa Estrella, Manolo Pezzi, Javier Torres Vela… El PSOE ha tenido un nivel de dirigentes excelente.

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-No con la suficiente cuota de poder.

-Es que el PSOE de Granada ha sido incómodo de tradición. Nunca se ha plegado. Si hubiésemos sido seguidistas quizás habríamos sacado más rentabilidad.

«Tres días antes de dejar de ser consejero, Griñan me dijo que me sentara con Paulino Plata porque iba a llevar Educación y Cultura»

-Se le recuerda por la capacidad de acuerdos con el que fuera presidente provincial del PP Juan de Dios Martínez Soriano. Empezó mal con Sebastián Pérez y acabaron bien. De entre esos acuerdos, el más simbólico fue el Pacto del Saray. ¿Qué balance hace hoy de lo sucedido con CajaGranada?

-Hoy, que observo la política con desapasionamiento, veo que se penaliza el acuerdo. Propuse dos veces a dos presidentes de la Caja y teníamos número para haber puesto a quien quisiéramos. Con los dirigentes del PP, con ambos [Martínez Soriano y Pérez], tuve una relación dura en términos políticos pero les cogí siempre el teléfono y no busqué intermediarios cuando tuve que hablar con ellos. El Pacto del Saray se produce cuando hay un debate en Andalucía sobre la fusión de cajas y no se nos quería tener en consideración, ya estaba decidido con quién nos teníamos que ir. La sociedad granadina reaccionó. Ya lo había hecho antes con un presidente socialista de CajaGranada que intentó llegar a un acuerdo por libre. Quisimos frenar que nos absorbieran y nos pusieran de rodillas. Después de aquello siguió otro conflicto latente, que era la pugna entre Sevilla y Málaga por la primacía financiera de Andalucía. Llegamos a un acuerdo, que la Caja se mantenía salvo que alguien pusiera sobre la mesa otras circunstancias. En la última etapa, y eso lo ha dicho Antonio Jara, cuando los procesos eran insoslayables, nosotros quisimos ir a una fusión a tres: Unicaja, las cajas de Sevilla y CajaGranada. Se nos quiso someter y nos echó a los leones a ver quién se quedaba con nosotros. Y a eso me opuse. Quien piense que la Caja de Granada ha desaparecido y siguen las demás es que no ha leído la prensa. Sí tengo que decir que es de las pocas cajas que sus gestores no se han sentado en el banquillo en ningún proceso.

-Un acuerdo es precisamente lo que busca Pedro Sánchez para resolver el conflicto catalán. ¿Se siente cómodo con los indultos?

-El conflicto independentista ha hecho un daño tremendo a Cataluña y al conjunto de España. El socialismo es incompatible con el nacionalismo excluyente. Pero hay que dar pasos para el encuentro. Me hubiese gustado que los indultados mostrasen arrepentimiento y garantías de que no volverán a delinquir. Pero no hacer nada no puede ser una opción.

-Y si no se soluciona, ¿habrá merecido la pena el peaje?

-Puede ser un nuevo fracaso si no hay voluntad recíproca. Pero siempre será mejor que no hacer nada.

-¿Qué recuerdo tiene de la etapa de Griñán y Chaves?

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-Manolo Chaves me había sugerido la posibilidad de ser consejero pero le puse la condición de que dejaría la secretaría del partido. Me dijo que solo lo hiciera si los procesos estaban ordenados. Yo no quería estar más de ocho años en la secretaría general porque llega un momento en que tomas decisiones que demuestran impericia. Cuando te equivocas a tu escala no te reconocen autoridad para equivocarte por segunda vez. A los dos meses de ser consejero me fui de la secretaría del partido y me siento orgulloso de cómo hicimos ese proceso de transición. Quien me sustituyó llegó con el 100% de apoyos. Me pareció un halago que Griñán me hiciera consejero de Educación y dijera que era su principal política.

-Pero tuvo, en cambio, una salida anticipada y con la opinión pública a favor de su gestión.

-Probablemente, ese fuera el motivo. [Piensa] Creo que Pepe Griñán tenía un agobio personal y político con los ERE y tomó decisiones por lo que sucedería después. Pesaron más los términos políticos que la gestión que se había hecho. Tres días antes de la decisión me llamó y me dijo que me sentara con Paulino Plata [consejero de Cultura] y con mi viceconsejero para hacer el decreto de estructura porque iba a llevar Educación y Cultura.

-¿Qué pasó?

-No lo sé. Pienso que había ya un movimiento de fondo para posicionarse en torno a la sustitución de Griñán que hizo que algunos tuviéramos que salir.

-Hay cierto paralelismo con la salida inesperada de algún ministro en la reciente crisis de Gobierno; por ejemplo, de José Luis Ábalos.

-Ábalos ha tenido una extraordinaria sensibilidad con Granada y muy buena relación con el secretario provincial, Pepe Entrena. Desconozco los motivos, aunque me ha llamado la atención que abandone tanto el Gobierno como el partido. Sin embargo, hacer cambios y despojarse de algunas mochilas me ha parecido acertado cuando se tienen que afrontar los mayores retos de las últimas décadas.

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-¿Y qué recuerdos tiene de aquella etapa de la que a veces se habla tan mal? Porque estaba allí.

-La crisis nos estaba golpeando a babor y estribor. Bajaba a la rueda de prensa del Consejo de Gobierno y había televisiones de toda España que solo preguntaban por los ERE. Hay que pedir perdón a la sociedad andaluza, porque la confianza no puede permitir que se gestione el dinero público así. Tengo la plena convicción de que los máximos responsables no se llevaron un céntimo, pero eso no basta. Hay que jurar y perjurar que no volveremos a hacerlo nunca más. El dinero público no se lo puede llevar el que tiene mejor información o mejores contactos. Como tampoco me parece presentable lo que ha hecho el PP, sacar contratos a ver quién se mete antes en una web. Da igual lo que digan los tribunales, hay cosas que no tienen defensa alguna ante la sociedad.

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