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David del Pino (primero por la izquierda) en una foto de su etapa en Nueva York, con las torres gemelas al fondo. IDEAL
Los granadinos que vivieron el 11-S en Nueva York: «El olor a metal fundido no se olvida»

Los granadinos que vivieron el 11-S en Nueva York: «El olor a metal fundido no se olvida»

20 años del 11-S ·

Tres granadinos que vivieron en Nueva York el mayor atentado de la historia relatan cómo recuerdan, veinte años después, la experiencia que marcó sus vidas

Mercedes Navarrete

Granada

Sábado, 11 de septiembre 2021, 00:32

La reconquista de Afganistán por parte de los talibanes ha abierto una nueva era en el orden mundial y con ella también las heridas sin cicatrizar del día que originó esa guerra y cambió el devenir de la historia. Hoy se cumplen veinte años del mayor atentado de la historia perpetrado por terroristas suicidas de Al Qaeda a través de aviones comerciales secuestrados que impactaron contra contra las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York, el Pentágono (Washington) y un campo de Pensilvania. Causaron una masacre con tres mil víctimas y miles de heridos.

Todo el que el 11 de septiembre de 2001 tenía uso de razón recuerda con nitidez qué estaba haciendo ese día. Los granadinos Víctor, David y Beatriz también, como si fuera ayer, pero sus historias son mucho más potentes. Los tres estaban el 11-S en Nueva York y fueron testigos de excepción de una experiencia extrema que ha marcado sus vidas para siempre.

Víctor Bernier

«Era como estar viviendo una película de ciencia ficción»

Ocho carriles de coches atrapados en la York Avenue, todos los conductores fuera de lo vehículos con las radios puestas, gente que se llevaba las manos a la cabeza, otros que lloraban... el intenso sonido de las sirenas de los bomberos, las ambulancias y los coches de policía. La confusión. El caos. Víctor Bernier tiene frescas en su memoria las imágenes que vio aquella mañana del 11-S, de camino al Hospital presbiteriano de la Universidad de Cornell, donde entonces cursaba un postdoctoral de Bioquímica y Farmacología molecular.

«De repente vi levantarse una gigantesca nube gris de escombros y humo. Me parecía estar viviendo una película de ciencia ficción. Estaba asustado perdido. Me puse a correr en dirección al hospital para estar con mis compañeros, no quería estar solo», recuerda.

El farmacéutico tenía entonces treinta años y llevaba instalado nueve meses en Nueva York con su familia, en un apartamento a unos cuatro kilómetros de la zona cero, pero su mujer y su hija de apenas meses habían vuelto a Granada temporalmente, unas semanas antes del atentado.

El día a día de Víctor en el departamento del hospital era la investigación en cristalización de proteínas. Pero en aquella trágica jornada todos los trabajadores del centro se prepararon para atender heridos. Se cancelaron las operaciones para dejar quirófanos y camas libres, los sanitarios tomaron posiciones en la primera línea de las urgencias y la dirección de hospital movilizó al resto del personal, entre ellos a Víctor, para ayudar a llevar mantas y atender la emergencia. «A nuestro hospital llegaron heridos porque nuestra unidad de quemados es de las mejores de Nueva York», explica.

«Se desató una psicosis en Manhattan que imponía... Me marcó tanto que dejé la ciencia y volví a Granada»

Los días posteriores fueron si cabe más impactantes en el hospital. «Los familiares entraban buscando desparecidos, empapelaban los pasillos con fotos de sus seres queridos con la esperanza de que estuvieran vivos... Nos paraban diciendo que buscaban o tal y cual persona, que era muy buen padre... Te echabas a llorar con aquellas historias», relata aún estremecido.

Aún más que la gigantesca nube gris sobre Manhattan, a Víctor le impresionó la ola de solidaridad que se desató tras los atentados. «Los días posteriores todos se ponían camisetas, corbatas con banderas de Estados Unidos... Había ceremonias y funerales de todas las religiones en las calles... Me sobrecogía el sentimiento comunitario de pena pero a la vez de intentar superarlo todos juntos», cuenta emocionado. Las fuerzas de seguridad no recomendaban acercarse a la zona cero, «porque el amianto era cancerígeno» y sin embargo los neoyorquinos querían estar cerca. «Mi jefe me decía que iba a comer allí para ayudar a los negocios de la zona», recuerda.

Eso fue lo bonito, pero también se acuerda de lo malo. El ambiente opresivo, la incertidumbre, «la sensación de que se podía estar cociendo algo aún más gordo», los ataques con ántrax... «El aeropuerto estuvo cerrado semanas, los militares estaban apostados en los puentes armados hasta los dientes, había cazabombarderos sobrevolando Manhattan... Llamé a mi mujer y le dije que no volvieran, que me iba yo a Granada», explica.

Y así el 11-S precipitó la vuelta de Víctor a la farmacia familiar de Pinos Puente y le dejó una asignatura pendiente con la ciencia. No terminó el postdoctorado pero hizo feliz a la abuela que no quería volver a separarse de su nieta. «Para mi el 11-S fue una una señal para que me volviera a Granada».

David del Pino

«Sufrí un bloqueo emocional y me replanteé mi vida»

El 11 de septiembre de 2001, el ingeniero agrónomo motrileño David del Pino estaba trabajando en el piso 35 de un rascacielos de la zona de Bahía Tortuga de Nueva York, cerca de Naciones Unidas. Aunque estaba a kilómetros de las torres gemelas, sus imponentes siluetas podían al verse desde la cristalera de la oficina de la empresa importadora de productos hortofrutícolas para la que trabajaba. El edificio estaba absolutamente insonorizado, David estaba sentado de espaldas a la ventana y absorto en la vorágine de su trabajo como ejecutivo de grandes cuentas por lo que, paradójicamente, se enteró del atentado vía Motril. «Entró a la oficina una llamada de mi madre, me decía ¿cómo estás?, ¿cómo estás?», relata.

Aún estaba tranquilizándola cuando el segundo avión impacto contra las Torre Gemelas y las comunicaciones reventaron. La llamada se cortó y a partir de allí lo que recuerda es que se desató la locura. «Vivimos un auténtico shock, no podía ser, aquello no podía estar pasando.... Dieron la orden de evacuar a isla por la zona norte, pero yo me quedé en casa... La gente iba cubierta de polvo subiendo la tercera avenida, había heridos, era dantesco». Y entre todos los recuerdos, el que sigue más vivo es un olor. «Ese olor extraño a metal fundido que se te pegaba... No lo puedo olvidar».

«No puedo olvidar aquel olor a metal fundido, los heridos, la gente cubierta de polvo... era dantesco»

Más que miedo, David sintió un «bloqueo emocional». «Me duró tres días, fue como si me hubiera puesto un escudo emocional, ni sentía ni padecía», narra. Cuando al fin logró procesar la tragedia de la que estaba siendo testigo directo, se replanteó su vida entera. «Por primera vez en mi vida me sentí solo y y decidí volver a Europa», cuenta Del Pino, que hoy en día está al frente de su propia empresa ubicada en Málaga.

También le impresionó el sentimiento de comunidad que se desató en una ciudad que cambió sus habituales prisas por empatía. «Los que antes no te saludaban en tu edificio de repente te preguntaban cómo estabas», cuenta. «El 11-S me marcó, no sabía decirte si me ha dejado más de malo o bueno. Por un lado durante un tiempo no podía ver nada relacionado con el terrorismo... pero por otro lado las experiencias extremas te aportan claridad, entiendes qué es lo importante de vida y el valor de la libertad», reflexiona.

Beatriz Vaca Morales

«Estuve seis días atrapada en el aeropuerto»

Cuando Beatriz Vaca recuerda su 11-S lo hace apelando al viejo dicho de que no hay mal que por bien no venga. Y es que acompañar a una prima mejicana que entraba sin visado a Estados Unidos –a priori un gran problema– acabó salvándola y ayudándola a poder salir de una Nueva York en la que se había desatado el caos. Pero ése es el final de la historia. El principio es que Beatriz, que vive en Granada donde por entonces tenía un negocio de decoración, había pasado aquel verano de 2001 de vacaciones en su México natal, visitando a su familia. Volvía a Granada vía Nueva York cuando se vio arrollada por los acontecimientos.

El 10 de septiembre, una incidencia fortuita en el aeropuerto les hizo perder la conexión con el vuelo a Madrid y la compañía les pagó una noche de hotel para volar al siguiente. Con ella volvía a España una prima sin visado para entrar a Estados Unidos por lo que una agente de policía estadounidense la custodiaba 24 horas para asegurarse que no se quedaba de forma ilegal en el país. Y en esto estalló el 11-S «y la gente se volvió loca».

«Tuve suerte de quedarme en el aeropuerto y poder volver y no tirada en el caos que era la ciudad»

«Al principio no era capaz de dimensionar la tragedia, pensábamos que era un accidente de avión, subimos a la terraza del hotel y vimos esa nube de humo suspendida que no se iba... cundió el pánico», narra.

La policía devolvió a Beatriz y su prima al aeropuerto Newark, con los demás viajeros que no tenían visado. «Nos desalojaban, nos volvían a meter, entraban policías con perros a revisar el aeropuerto, todo era desinformación... me volaba la cabeza», recuerda. Allí estuvieron encerrados durante seis días. «La policía no quería allí a nadie sin visado y eso nos salvó, fuimos los primeros en poder salir del país», cuenta. Cuando llegó a Granada y se pudo dar una ducha le invadió un sentimiento de liberación. Se miró al espejo y se percató de que tenia los ojos rojos de la tensión acumulada. «Me marcó muchísimo y siempre he pensado que dentro lo malo tuvimos suerte de no habernos quedado tiradas en la ciudad sin forma de volver».

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