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Dije hace muchos años y, lo mantengo gracias a los trienios de experiencia acumulados, que los años bisiestos traen un cenizo más que comprobado. El 'malarate' de contar con un día más en febrero no trae más que desgracias con un cúmulo de mala suerte, ... tan solo comparable con las siete plagas de Egipto. No hay más que echar un vistazo a todo lo negativo que ha ocurrido en el año que por fin se ha ido para comprobar lo nefasto de su discurrir en el que abundan la mala suerte y un 'marramo' de altura superior. Basta con echar un vistazo a la larga lista de los que han muerto en los últimos doce meses para darse cuenta de la mala leche con la que nos ha tratado 2024, de infausto recuerdo.
A Ucrania, Israel, Palestina y Líbano, se unen –por ejemplo– nuestra aciaga Dana, la vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, las malévolas intenciones de Putin, la ambigüedad de China, la célula durmiente –cada vez más despierta– de Corea del Norte, la ingobernabilidad de Corea del Sur, la resistencia de Maduro en Venezuela o el aumento sistemático de la pobreza, que arroja cifras vergonzantes para todos los políticos, de las personas que duermen en la calle, sin tener que llevarse a la boca. En los campamentos de refugiados mueren los niños por congelación, junto con el rebrote de enfermedades epidémicas que ya habíamos dado por extinguidas. El mundo está del revés y lo peor es que lo estamos haciendo nosotros sin tener en cuenta la herencia que estamos dejando a nuestros nietos, porque a base de tanta desgracia que abre los telediarios y las páginas de los periódicos nos hemos inmunizado de tal forma que nuestra capacidad de asombro ha desaparecido y, con ella, nuestra capacidad de respuesta.
Por aquí no van mejor las cosas. Granada sigue en vía muerta para muchas cosas y algunas no progresan adecuadamente, pues no hay más que ver el asunto de los raíles. Tenemos el único metro del mundo que se para en los semáforos, y del tren ya ni hablamos, o mejor sí. Les cuento: el pasado sábado 21 de diciembre iba yo en el AVE de las 15.06 a Madrid, cuando de repente, entre las estaciones de Antequera y Antequera AVE, el tren se detuvo en mitad del campo, como en tierra de nadie, y comenzaron a pasar los minutos.
A la media hora llamé por teléfono a Renfe y un señor muy amable me dijo que no me preocupara, que lo que estaba pasando es que el tren tenía un problema en la megafonía. Yo deduje que también se habían quedado mudas las personas de servicio en el mismo, porque por allí no apareció nadie que nos dijera el motivo de estar parados en barbecho. Pasados cuarenta y dos minutos, el tren se puso de nuevo en marcha sin que nadie se dirigiera a nosotros. Así que como no me había quedado satisfecho con la explicación que me dieron al teléfono, tiré de agenda y me puse en contacto con un amigo que me dijo la verdad del asunto. Mí tren se había parado en mitad de la nada casi tres cuartos de hora porque tenía que darle paso a otro que venía de Málaga. Hasta en eso nos ganan los malagueños, cuando hay que parar un AVE, detienen en un páramo al de Granada, ellos van de bulla. Había que escuchar en el vagón a los pasajeros que tenían que enlazar con otros trenes en Madrid. Juraban en arameo y me parece poco.
El mundo está del revés y a nosotros nos toca siempre la cruz de la moneda. Las noticias que nos rodean son tan aciagas y nuestras vidas tan justas para llegar a final de mes que ya hemos instituido al pobre con nómina. Es decir, persona que tiene trabajo, pero entre el alquiler y la comida tiene que elegir si pone la calefacción o, por el contrario, se echa tres mantas encima en el salón de su casa para ver la tele. Lo que vemos y leemos es tan kafkiano que, el otro día, después de leer el periódico, me puse como loco por la casa buscando mis gafas. Del salón a la cocina, del dormitorio al despacho, hasta bajé al garaje por si me las había dejado en el coche, pero cual no sería mi sorpresa, cuando entré en el baño y al mirarme en el espejo para maldecir mi sino y mi memoria, me di cuenta de que las llevaba puestas.
El asunto no es baladí. La vida normal de alguien medianamente pensante se convierte en toda una suerte de ver el mundo al revés. El ejemplo de las gafas perdidas sobre la nariz se puede aplicar a otros muchos que nos ocurren con frecuencia, cuando no estamos en lo que estamos. Buscar las llaves y no encontrarlas está a la orden del día. Lo mismo que pasarse la estación en la que te deberías haberte apeado del metro o cruzar una calle por sitio indebido con la mirada en el teléfono móvil mientras chateas. El mundo está del revés y nosotros lo estamos haciendo así. Hay algunos que incluso ya se han apeado de él.
En un pueblo del cinturón, la directora de un colegio de Primaria les ha prohibido a los niños jugar al fútbol en el recreo porque –según ella– eso fomenta el machismo. La señora ignora que mi nieto, que juega con los alevines del Granada, tiene compañeras en su equipo. También desconoce que España es campeona del mundo de fútbol femenino. Y en Cataluña una minoría está en contra de los toros, aunque la ley permite las corridas, pero mantienen los toros embolados que causan más muertos que los que mueren en el ruedo. El mundo está del revés.
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