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A trompicones en la historia, salen de vez en cuando a la luz de las subastas, algunas obras de este paisano ilustre, nacido en nuestro barrio más internacional, y sin el que no se puede estudiar en toda su dimensión, la pintura del mejor Barroco ... español. Me refiero a nuestro vecino, Pedro Atanasio Bocanegra, cuyo legado artístico tiene un peso específico en la historia del arte. Hijo de Antonio del Moral y Andrea de la Paz y Bocanegra, nació en la parroquia de San Juan de los Reyes de Granada en 1638. Se casó en 1655 con María de la Chica en contra de los deseos de su suegro –que ya observaba en él cierto carácter altivo– engendrando una nutrida descendencia. Entre sus hijos destaca Antonio Atanasio, que también se dedicó a la pintura.
Cuenta Adrián Contreras Guerrero que su primera formación estuvo ligada al taller de Miguel Jerónimo de Cieza. Junto a él y a Ambrosio Martínez ejecutó su primer encargo conocido: unas pinturas para los altares efímeros levantados en la festividad del Corpus Christi en la plaza de Bib-Rambla. Se estima que sería hacia 1662, con veinticuatro años, cuando entró en el taller de Alonso Cano, junto a Juan de Sevilla. De Cano heredaría los rasgos más característicos de su paleta aunque curiosamente no se mostrarían con toda plenitud hasta varios años después de la muerte del Racionero. En 1668 se hace cargo de los primeros encargos de importancia para los frailes jesuitas y 'los juaninos', y dos años más tarde, en 1670 se produce su espaldarazo definitivo cuando ejecuta el ciclo de 'La Vida de la Virgen' para la Cartuja. Este encargo le permitió además medirse con su maestro, quien lo recibió en su taller precisamente cuando estaba pintando el famoso programa mariano de la Catedral.
MAL CARÁCTER
Dicen los historiadores que lo han estudiado a fondo que Bocanegra unía a su genialidad creadora como gran pintor, un carácter endiablado, que en no pocas ocasiones le costó disgustos y trifulcas con sus contemporáneos. En 1672, avalado por el éxito del ciclo cartujo y en vistas a conseguir la plaza de pintor catedralicio, regala al cabildo eclesiástico un gran lienzo de la Crucifixión logrando su propósito dos años más tarde. En su etapa más brillante compaginó sus obras al servicio del templo metropolitano con otros encargos externos para conventos y particulares. Del primer grupo destacan la 'Lactación de San Bernardo', el 'Triunfo de San Cecilio', la 'Aparición de la Virgen a San Juan de la Mata' y la 'Visión de San Félix de Valois'. Por estos años, Bocanegra consiguió imponerse a su rival, Juan de Sevilla, como pintor hegemónico, a la vez que ascendía en la escala social.
Coinciden en afirmar los que de esto saben que su paso por Sevilla es sospechosamente breve, al presenciar lo que allí se trabaja en esa época, y tal vez considerando Bocanegra que él está ya en otra onda muy diferente. De ahí que salga presurosamente hacia Madrid, buscando mayores horizontes, en un momento en el que su pintura se acerca tanto a la de Alonso Cano –considerado por todos como su verdadero maestro– que comienza a ser muy difícil, ante obras de uno y otro, dilucidar cuál es Bocanegra, y cuál Alonso Cano.
LA CORTE
En 1686 marcha a Madrid, protegido por el marqués de Mancera, don Pedro de Toledo, quien le ayudó a obtener el título de pintor del rey por un cuadro en el que aprovechó una estampa veneciana anónima del siglo XVI. Se trata de la pintura que Palomino llama 'Jeroglífico de la Justicia', hoy conservada en la Real Academia de San Fernando. También Palomino refiere los encontronazos que tuvo Bocanegra con otros pintores madrileños dado su altivo carácter. El conocimiento de la pintura madrileña de fin de siglo, dotó de nuevas influencias a su ya de por sí ecléctico estilo, lo que se puede observar en algunas de sus obras finales como la 'Virgen rodeada de santos' del Museo de Bellas Artes de Granada. En este tramo final de su producción hasta su muerte, acaecida en 1689, vuelve a aflorar con fuerza la influencia 'canesca' en telas como la 'Virgen del Rosario' del Museo de Bellas Artes o la 'Virgen de Belén' de Colomera. A su vuelta a Granada, Palomino afirma que Teodoro Ardemans lo retó a ejecutar retratos cruzados, y viendo que éste le aventajaba en habilidad, no pudo terminar el suyo y murió a los pocos días. La tradición popular afirma que esta misma pintura es la que se conserva el Palacio Arzobispal de Granada.
De su obra se ha dicho que su estilo se acerca mucho al de su maestro Cano, consiguiendo un gran encanto en sus imágenes religiosas, representadas con mucha delicadeza. Su debilidad en el dibujo la compensó con un agradable colorido, que muestra un interés por el arte flamenco, en especial el de Anton van Dyck. A lo que hay que añadir, que fue un pintor muy reconocido en vida, valorando la sociedad del momento, la categoría de su obra y la apertura de su estilo a metas muy superiores, de las impuestas por quienes lo enseñaron. El buen concepto que tenía de sí mismo, y la falta de diplomacia en algunas ocasiones le privaron de mayores recompensas en vida, pero no hay que olvidar que incluso aquellos con los que estaba enemistado admitían sin paliativos la contundencia de sus trabajos, que aún hoy lo mantienen como creador indispensable de su época, cuya obra es digna de estudio en todo momento, con proyección internacional.
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