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Comienza hoy una semana en la que los cofrades terminamos con tortícolis de tanto mirar al cielo. El trabajo de todo un año ya no ... depende de nosotros, sino de la climatología. Ha sido éste un año en el que no nos podemos quejar de la lluvia caída, pero nuestro esfuerzo de los últimos doce meses puede verse afectado si esta aparece dispuesta a aguarnos la fiesta. Porque, aunque lo que representamos en las calles es la pasión, muerte y resurrección de Cristo, no es menos cierto que, todos los trabajos preparativos para el evento los llevamos a cabo con la mayor de las ilusiones, con el desinterés por bandera, sin esperar otra recompensa que la de algún miembro de nuestra hermandad que reconoce las horas que le echamos a los preparativos hurtándoselas a la familia, a los estudios, al ocio y a veces incluso al trabajo personal. Pero todo sacrificio es poco, si lo hacemos con gusto por nuestra hermandad.
Y en esa tarea todos somos necesarios porque tan importante es limpiar la candelería como vestir las imágenes, entregar los hábitos y las papeletas de sitio, como colocar la flor. Subir las imágenes al paso, apretar tornillos, poner la cera, ensamblar las trabajaderas o poner los faldones. Todos tenemos en cada hermandad a media docena de hombres y mujeres que, desde el anonimato se entregan a estas tareas, sin las que no podríamos salir a la calle para recoger después los parabienes de quienes nos ven al paso de los titulares, portados por cuadrillas sin rostro a la voz del, o la, capataz que, en ese momento, representan a esas treinta o cuarenta personas que obran el milagro de pasear por nuestras calles, con sacrificio más que probado, las imágenes de nuestros titulares. Por eso, vaya desde aquí mi homenaje de reconocimiento y respeto a ese puñado de anónimos que, durante la cuaresma, en silencio y entrega total, en las iglesias y casas de hermandad cerradas, entregan su sabiduría y experiencia para que luego nosotros disfrutemos en la calle al paso del cortejo.
SEMANA SANTA DE MI INFANCIA
Cuando yo era niño, la semana santa de Granada era «mu probetica». Nada que ver con la que afortunadamente tenemos hoy, que no desmerece a ninguna otra, muy al contrario, cada año se supera en vida interior y esplendor en las calles. Tengamos en cuenta que en aquellos tiempos era entonces de natural la costumbre de que los chiquillos que de mayores queríamos salir en las procesiones lo hiciéramos por primera vez en la Borriquilla, revestidos a la usanza hebrea, portando nuestra flamante palmera bendecida muy de mañana. Faltaban muchos años para que se incorporara al cortejo Nuestra Señora de La Paz, así que la hermandad se echaba a la calle casi como cuando fue concebida por aquel párroco valiente en 1917. Un solo paso con Jesús, de Eduardo Espinosa Cuadros, realizado en su taller cercano a la catedral del Realejo, que sin embargo se diferenciaba de otras iconografías similares en que éste se hacía acompañar de un pollino, de Francisco Muñoz Sánchez, discípulo del gran maestro Navas Parejo, incorporado en 1948. Lo de añadir las palmas a lo representado en el trono vino después. Y algo que se perdió en el camino de los tiempos fue aquella representación viviente de las tres Marías, (Magdalena, Salomé y Cleofás), que desfilaban tras el paso y que siempre corría a cargo de tres niñas del barrio, elegidas por su fervorosa piedad, y, sobre todo, por su seriedad a lo largo de todo el recorrido. Tres Marías con la mirada al suelo, que tenían la enorme responsabilidad de personificar en la procesión a tres mujeres importantísimas en la vida de Jesús, que estudiaron su figura y la divulgaron al nivel de los propios apóstoles, pero que una parte importante e intransigente de la iglesia instituida ha querido ningunear de por vida, haciéndole al unísono un flaco favor al mundo de las especulaciones. Aquellas figuras vivientes no debieron desaparecer nunca del cortejo encargado de abrir la Semana Santa en Granada.
CRISIS Y RENACIMIENTO
Históricamente, nuestra Semana Santa ha sido como una sucesión de crisis y levantarse a lo largo de su historia y, en aquellos años setenta estuvo a punto de desaparecer. Pero en los peores momentos es cuando el cofrade granadino se revela, decidiendo continuar con la tradición de nuestros mayores. Hermandades como Los Escolapios o Los Ferroviarios ya no salían a las calles y, en ese contexto de crisis, en 1974 es cuando se incorporó la segunda titular de la hermandad, bajo la advocación de Nuestra Señora de La Paz, festividad que se había celebrado a nivel mundial dos años antes. Y es a partir de ese momento cuando toma especial relevancia, en este caso, la colaboración de mi inolvidable Joaquín Melgar, que en colaboración con su mujer, y posteriormente con su hijo, se dedican en cuerpo y alma a aderezar esta nueva imagen, la primera incursión granadina del hispalense Dubé de Luque. Recuerdo con qué primor bordaba la familia Melgar aquella primera toca en hilo dorado para su virgen de La Paz, y como me invitaron a su casa, aquel día que me encontré una imagen de vestir en el recibidor, transformado en capilla de culto permanente. Mis conversaciones cofrades con Joaquín Melgar en la calle Alhóndiga, mientras yo degustaba un petisú de chocolate y él reponía –manteniendo la conversación– excelentes bandejas de la mejor pastelería granatensis. Y por qué no personificar en ellos el homenaje que he querido hacerles a todos los anónimos que trabajan por su hermandad sin esperar recompensa. Sin ellos, hoy no podríamos sacar nuestras procesiones a la calle.
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