Cada vez estoy más convencido que esta sociedad que nos ha tocado vivir se venga de los viejos, como si quisiera resarcirse de todas las frustraciones, en los que menos poder y contundencia tenemos en la respuesta. En ciudades como la nuestra se nos castiga ... sin poder sentarnos en la calle. La capital granadina es la única que en su arteria principal – desde el Camino de Ronda al Triunfo – no hay un solo banco para descansar, echarle migas de pan a las palomas o ver la vida pasar. Recogidas, Reyes Católicos y Gran Vía, son las calles principales, en las que paradójicamente, si te da un vahído, vas directamente al suelo, sin tener donde sentarte.
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Echo de menos aquellos baños públicos de la plaza de Bibarrambla, con su guardia de la porra en la puerta. Si vas por la calle y te da la punzada, entras en un bar y, cuando sin parar en la barra te diriges a los servicios, el camarero te persigue para ver qué quieres consumir y, cuando le dices que tienes la próstata como el tambor de granaderos, amablemente te coge del brazo y te deposita de nuevo en la calle, donde como todo el mundo sabe, miccionar está multado, además de mal visto e indecoroso.
En los últimos tiempos, cuanto mayor eres y vas torpeando por libre con algunas o muchas lagunas de memoria, la vida cotidiana se convierte en una yincana maldita, pese a no ser analfabeto digital del todo. Tú banco es el primero que te pone a prueba, y todo es para que no saques tu dinero. Pongo por ejemplo este año que agoniza, en el que Unicaja ha cambiado a sus clientes hasta en tres ocasiones la aplicación para acceder a sus cuentas. De tal manera, que no modifican esta labor para hacerla más sencilla, sino todo lo contrario, te la complican de tal forma, con nuevos accesos, nuevas contraseñas y más iconos innecesarios, con mayores pasos a realizar, que echar un vistazo al saldo para ver si has cobrado la pensión, sin equivocarte, puede llevarte una mañana, si es que no te equivocas con cualquier contraseña, que te manda a la casilla de salida, mientras juras y maldices en arameo.
PIEDAD PARA LOS ANCIANOS
Mi generación no se lo puso tan difícil a sus mayores. Muy al contrario, les ayudábamos en todo para hacerles la vida más fácil, a medida que sumaban trienios a su calendario vital. Los de ahora, quieren acabar con nosotros, estoy convencido. Cuantas menos pensiones paguen, menos ruina habrá en la caja única, que ahora parece se va a desgajar un poco. A medida que las entidades bancarias van cerrando oficinas, los cajeros automáticos para sacar dinero están más lejos. Si sacas efectivo en uno que no es de su cuerda, te cobran una comisión que te dejan tiritando, aunque también puedes tener la 'suerte' de ser atracado in situ, y ese mes te conformas con sopa de maimones. Si pretendes evitar el atraco, entras a la oficina, donde no te atienden si no tienes cita previa, han copiado de los médicos, pero todo es para que no te lleves el dinero. Una vez que suplicas de rodillas que se apiaden de ti y te permitan sacar tu dinero para comer, los amigos de lo ajeno tendrán un compinche dentro que observa cómo te dan el dinero y en cuanto salgas por la puerta tu dinero habrá volado en una motocicleta a todo gas. Normalmente –salvo excepciones, que las hay– ni recuperas el dinero, ni el banco se hace responsable. Debes dirigir tus pasos al comedor social más cercano, o al banco de alimentos, con el que, por otra parte, en estos días deberíamos colaborar todos.
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TARJETAS PARA TODO
Nuestra vida ha pasado a depender de diversas tarjetas y contraseñas, abocándonos al caos más absoluto y a la demencia adelantada. Tengo un televisor de última generación que cuando estás en lo más interesante del partido o la película se va a negro y le salen unos circulitos de colores dando vueltas, señal inequívoca de que él solito y por su cuenta se está reseteando, según dice mi nieto, así que durante unos minutos te quedas sin tele en lo más interesante. Es entonces cuando maldigo que una vez más, y van tropecientas, Movistar me ha cambiado el acceso a mi cuenta, para ver el desglose de mi factura y, averiguar qué le pasa al televisor.
A estas edades dependemos vitalmente de otra tarjeta que es la sanitaria, que por cierto tardan semestres en dártela porque en la Junta no tienen chip para hacértela. Que te obligan a que la metas en un cacharro cuando vas al hospital del PTS, para que el médico sepa que ya estás allí, pero el artefacto nunca funciona, con lo que debes aguardar cola inmensa en el mostrador, para que le comuniquen que tú ya has llegado. Es la misma tarjeta que cuando vas a la farmacia a por tus medicinas, el lector no funciona o se «ha caído el sistema», que es una frase recurrente para que vuelvas otro día. Y si eres usuario del parquin de Pedro Antonio de Alarcón, ya puedes tirarte al suelo y dar 'chillíos'. Es tan moderno que no te dan papel, así que, a la hora de pagar, con solo meter tu matrícula, el bicho te cobra y te puedes ir. Yo por más que lo intento, no hay manera. Tengo que bajar a leer mi matrícula para recordarla, pero cuando voy por la escalera, ya la he olvidado. A veces me cuesta dos y tres viajes al sótano. ¡Que alguien se apiade de nosotros!
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