Avanza mayo recuperando una primavera normalizada, mientras se agolpan los recuerdos de infancia, en unos mayos floridos, con aromas de flor de la época, con 'rebequilla' por la tarde y las noches, con temor al primer helado por si todavía es pronto para el paladar ... sensible y, no coger unas anginas antes de tiempo. Nada que ver con estos mayos de calor veraniego, en los que uno se siente culpable, cuando coge la regadera para echarle agua a las macetas. Regar las plantas con sentimiento de culpa, por si esa poca agua la vamos a echar de menos dentro de poco, es el colmo del sufrimiento cotidiano, en un mundo que se nos está volviendo en contra a las primeras de cambio. Según dicen los que de esto saben, es por culpa de nosotros, porque llevamos demasiado tiempo castigando a la madre naturaleza, mirando para otro lado.
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Atrás quedaron aquellos mayos consecuentes con su tiempo, de temperaturas agradables, cuando la primavera no era un verano anticipado. Mayos de sabatina en el convento de la Concepción, con el orgullo de que el oficiante era nada más y nada menos, que don Valentín Ruiz Aznar, sacerdote, músico y compositor, amigo de Manuel de Falla, que aunque nacido en Borja, llegó a Granada en 1927. Opositó a maestro de capilla de la Catedral de Granada, plaza que había quedado vacante en 1925 y que el cardenal Casanova y Marzol, natural también de Borja, había mantenido sin cubrir seguramente a la espera de que Ruiz Aznar reuniera condiciones para poder optar a ella. Obtenida la plaza, fijó su residencia en nuestra ciudad y, en su seminario mayor finalizó los estudios eclesiásticos siendo ordenado sacerdote el 2 de junio de 1928. Fumaba don Valentín de continuo, aquel tabaco que entonces se llamaba, 'caldo de gallina', hasta el punto de que su piano, instalado en la casa cercana al convento de las monjas franciscanas, dejaba ver a las claras en sus teclas, la huella indeleble de la nicotina, que también se hacía presente en dos de sus dedos. En 1931 fue nombrado profesor de Contrapunto y Fuga del Conservatorio de Música de Granada y, en 1932, profesor de Teoría de la Música en la Sociedad Económica de Amigos del País. En 1935 colaboró en los actos conmemorativos del tricentenario de Lope de Vega, organizados por la Universidad de Granada, interpretando con un coro de universitarios la música incidental compuesta por Manuel de Falla, para el auto sacramental 'La vuelta de Egipto', dirigido por Antonio Gallego Burín y montado por Federico García Lorca, con escenografía de Hermenegildo Lanz. A partir de 1938 dirigió el Orfeón de Granada, institución coral fundada en 1903 por el maestro Francisco Alonso. Don Antonio González, responsable de los pajes de la Inmaculada, nos hacía que lo acompañáramos hasta su domicilio, en aquellos años sesenta en los que don Valentín, aunque fuera mayo, se abrigaba con bufanda negra que le cubría la boca. Boina de buen estilo, y un bastón. Durante el trayecto, las conversaciones que teníamos con él, eran pura sabiduría que tuvimos la suerte de vivir para contarlo ahora.
Fueron años inolvidables, en los que aquel niño que hoy es cronista tuvo su primer contacto con Juan Alfonso García, la voz que me estremecía tras el camarín de la Inmaculada Concepción, mientras su maestro don Valentín Ruiz Aznar, interpretaba en el armonio del monasterio. Yo, revestido de paje de la Inmaculada, despertaba al mundo de la música culta, de la mano de dos músicos que han marcado mi vida y mis creencias musicales. Lacárcel y Orfer, se encargaron de que no abandonara nunca, la senda correcta. Sería muy injusto, que quienes conocimos a Juan Alfonso García y su obra, permitiéramos que pasara a la historia sólo, como el organista de la catedral. Que también, pero espero que generaciones venideras de estudiosos, sepan aflorar la dimensión extraordinaria de un compositor ortodoxo, que supo ser contemporáneo en su lenguaje musical. De absolutamente impecable se puede tildar, el tratamiento que el de Los Santos de Maimona, da a las voces, por ejemplo. Con su muerte, no solo la Catedral de Granada, quedó huérfana de aquellas manos y pies, que hicieron sonar como nadie los nada fáciles órganos catedralicios, sino que la literatura de Antonio Enrique, prescinde sin quererlo, de una influencia musical audible y palpable en su, 'Armónica Montaña', en la que maese Juan Alfonso, aporta la matemática musical a una novela cuyo decenio de gestación, dio al mundo, la versión exacta de una arquitectura descrita por el genio Antonio Enrique, con la banda sonora celestial de Juan Alfonso García.
Comprenderán ahora, porque echo de menos aquellos mayos naturales en lo climático, culturales en la formación, gratificantes y aleccionadores, que a la edad de ocho, nueve o diez años, forman los cimientos educativos de una criatura que tuvo la suerte y el privilegio de estar allí, para poder contarlo hoy. En estos tiempos de vídeo consolas y móviles, cuando veo a los niños con la edad que yo tenía entonces, pendientes de una pantalla, sin hablar con nadie y sin relacionarse con aquellos de los que se puede aprender algo que te servirá para toda la vida, mi preocupación por lo venidero es pesimista, no, lo siguiente. Cuando la actividad extraescolar es, como vamos en el FIFA, o lo último de Mario Bros, sin salir del cuarto, las carnes me empiezan a temblar. Lo mismo que cuando veo en los concursos televisivos a señoras y señores universitarios posgraduados, que no saben quién fue Cristóbal Colón, o lo que hizo Moisés por el pueblo hebreo.
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