Me contaba Antonio Gallego Morell que Azorín decía que con Fray Luis de Granada –en adelante, padre Granada– se inicia la lengua castellana moderna. Por eso, Azorín se interesa fundamentalmente, entre la frondosa producción del escritor granadino, por su 'Retórica eclesiástica', libro que compara con ... los 'Diálogos de la elocuencia' de Fenelón.
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Fray Luis de Sarriá nació en nuestra tierra en 1504, en el seno de una familia humilde impulsada hacia el sur por los Reyes Católicos en sus políticas de repoblación de estas tierras. Él encarna el símbolo de las maneras granadinas de decir en el siglo XVI, como Ganivet lo hizo en el XIX. Los dos proceden del pueblo; la madre de Fray Luis pudo ser lavandera y los padres de Ganivet tenían un molino de pan. Ganivet cultivaba varios idiomas modernos; el padre Granada, el latín, el español y el portugués. ¿Qué impresión le causaría a Felipe II si de veras le escuchó predicar en Lisboa? Fray Luis escribió 'Retórica' en latín; su libro se leyó en Europa y, como rebrote de esta aceptación europea de un escritor español, la obra mereció ser puesta en castellano por un obispo de Barcelona. Seamos sencillos e impersonales, preceptúa el padre Granada. Azorín anotó que no se puede ser buen orador sin ser buen escritor y señaló que, entre los antiguos, los grandes oradores eran escritores y que, entre los parlamentarios de su tiempo, no abundaban ya los escritores. Causa grima, tristeza y vergüenza escuchar el paupérrimo, misérrimo vocabulario de nuestros oradores políticos, escribió Azorín.
Pues no les digo nada si Azorín escuchara ahora lo que sus señorías dicen en el Congreso; o a algún parlamento autonómico, con esa riqueza de vocabulario que los caracteriza.
Un granadino flor de las letras
El padre Granada –Fray Luis– apunta la utilidad e influencia de las palabras y se plantea los problemas modernos de las normas, las reglas, la intuición y el intelectualismo. El Fray Luis de la 'Retórica' anticipa problemas estéticos como el Ganivet del 'Idearium' hace con los ideológicos y críticos. Son símbolos de una ciudad que va por delante, que abre camino, porque los problemas eran los problemas de siempre, aquellos que ocupaban a los griegos que filosofaban en sus islas. Acaso sea esta la eterna tradición del Mediterráneo.
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El padre Granada, en su 'Guía de Pecadores' y en su 'Introducción al símbolo de la fe', usa una prosa castellana que supera la de su época y destaca por esa preocupación de manejar un texto amplio; es una preocupación, pero es una prosa que interesa en Europa y que se lee y traduce. Los críticos han hablado, a propósito del padre Granada, de Cicerón y de Quintiliano. Azorín evoca al hijo de lavandera del convento de los dominicos de Granada cuando se aburre con los lamentables discursos de los diputados de su tiempo, a quienes recomienda la lectura de los textos de Fray Luis.
Pero los políticos no gustan de la lectura de los clásicos o no tienen tiempo de leer a los clásicos; solo se leen entre ellos, y por eso hablan casi igual unos y otros y crean un argot de época, cabalmente lo contrario de lo que significa Fray Luis, un castellano eterno con reminiscencias lejanas y atisbos de una prosa por nacer. Por eso seguía interesando su palabra cuando se escapaba de su boca, apenas con algún que otro diente, cuando acababa sus días en Portugal. Fray Luis de Granada, en Lisboa, pudo ser obispo de Évora o arzobispo de Braga, pero los cruces de caminos de la época hicieron que, por ejemplo, Gregorio Silvestre, nacido en Lisboa unos quince años después de que Fray Luis, viniera a Granada y fuera organista de la Catedral, y sus poemillas participaron de las dos corrientes italianizantes y casticistas de nuestro Renacimiento.
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Bibarrambla
Su monumento centra un rincón de nuestra ciudad en esa Plaza de Santo Domingo, recibiendo a todos los fieles de la parroquia de Santa Escolástica, que viene de escuela. De esa que él protagonizó en su tiempo, aportando una riqueza incalculable a un idioma castellano que, por entonces, mantenía reminiscencias de otras lenguas y al que había que dar carácter propio y singularidad para convertirlo, con el tiempo, en el idioma español que ahora nos une y representa en todo el mundo. De ahí la importancia del padre Granada, que, aunque ahora nos reciba en el barrio del Realejo, de donde procedía, durante muchos años presidió la plaza de Bibarrambla, plaza mayor del Reino de Granada, donde las fiestas, fastos y celebraciones concentraban a todos los granadinos desde la Reconquista.
Se equivocan los historiadores y tratadistas que lo encasillan en una escuela, en una corriente, en un género literario. El padre Granada es el símbolo que acertó a descifrar Azorín, el nacimiento del castellano moderno, lo que en verso revolucionaría Góngora; en prosa, Bécquer primero y Ortega y Gasset después. El español eterno y universal, esa constante andaluza de enseñar el español al mundo como lo hicieron Nebrija, Granada, Herrera y todo lo que viene después, con lo que le vino de América, desde Colón y desde la Andalucía de Palos de Moguer.
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Buena lectura para políticos sería hoy el padre Granada. Su empeño para ensanchar el léxico es primordial. Algunos críticos se empeñaron en presentar a Ganivet como algo agarbanzado, acaso porque descubrieron que era hijo de un molinero, pero el hijo de la lavandera es cabalmente lo contrario, y aquellos mismos críticos no lo presentaron como contraste.
El padre Granada es el gran clásico de los escritores granadinos, cuyas obras pueden presentarse como constante muestreo para enseñar cómo se escribe una lengua, cómo se escribe y se habla el español.
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Sus restos están en la Iglesia de Santo Domingo de Lisboa. ¡Señorías!, está en las bibliotecas y es de Graná.
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