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En este tercer decenio del siglo XXI, se está dando un fenómeno que bien pudiera llamarse 'la rebelión de las masas', consistente en que parte de la sociedad se está echando a la calle, para mostrar su disgusto ante el legislador, al que una vez ... más le ha cogido con el pie cambiado este fenómeno de morir de éxito llamado 'pisos turísticos'.
Una legislación 'blandita', desarrollada con un reglamento muy interpretable, ha permitido que aquellos que legítimamente invirtieron en el ladrillo céntrico saquen mayor rendimiento a su inversión, convirtiendo sus pisos en turísticos, lo que ha traído como consecuencia el desalojo a las afueras de vecinos autóctonos y la subida de los alquileres anuales a precios desorbitados, inasequibles a un bolsillo normalito, con nómina al uso.
Ante la pasividad de la autoridad incompetente, la gente se está manifestando en contra del turismo en general, y de los pisos turísticos en particular. Unos se quejan de no poder entrar a la Alhambra porque sus entradas se agotan con mucho tiempo de antelación. Otros porque no pueden asomarse al mirador de San Nicolás y, los que más, por el ruido y las fiestas que los que ocupan los pisos turísticos producen al resto de la comunidad.
Estamos ante un conflicto de interesas muy diverso, al que el legislador llega tarde una vez más para poner coto a tanto desmán que ha soliviantado a parte de la sociedad que lo sufre en sus propias carnes.
A Granada nunca le hizo falta promocionarse a bombo y platillo en los distintos medios de comunicación. Siempre nos bastó con el boca a boca de aquellos que hace ya siglos, vinieron por aquí y descubrieron nuestra belleza, según nos cuenta en un extraordinario trabajo Emma Lira.
«Las imágenes de Granada fueron probablemente el primer peldaño en la escalera ascendente que proyectaría la ciudad al mundo. Pintores como Girault de Prangey, John Frederick Lewis o David Roberts, encontraron en Granada, y en especial, tras las derruidas paredes de la Alhambra, una fuente constante de inspiración. Cada uno pintó la ciudad a su manera; Roberts inundándola de una luz y un color que evocan en nuestras pupilas una estética oriental; Lewis, a través de sus personajes: majos, toreros, flamencos y bandoleros orlados de ojos fieros y grandes patillas; Prangey con trazos sobrios y afilados, resaltando el rostro más arquitectónico de la ciudad. Todos ellos recrearon la realidad, pero no la retrataron fielmente. Aunque a través de sus imágenes, a día de hoy podemos saber cómo era el Arco de las Orejas, el Puente del Carbón o el pilar de dos arcos de la Plaza Nueva, cada uno a su estilo buscó su reinterpretación de Granada, la exposición de su propia búsqueda idealista de la belleza y el exotismo. Así fue como la imagen de Granada se extendió por el mundo, idealizada, hermosa y expuesta, y a partir de ese momento, como afirma la escritora Carolina Molina, 'nadie en su sano juicio deseó quedarse en casa, después de haber visto una imagen de la Alhambra'
Irving
Pero a este pastel le faltaba una guinda: «En el año 1829, el antiguo palacio nazarí, lejos de sus murallas remozadas y sus espectaculares salones tallados de consignas religiosas en un idioma hecho de volutas ingrávidas, no pasaba de ser un solar ruinoso que daba cabida a mendigos, tullidos, buscavidas e inválidos en una suerte de 'corte de los milagros'. Todos ellos recibían el dudoso honor de ser considerados 'hijos de la Alhambra' y distaba mucho de ser el tipo de compañías a que mister Irving estaba acostumbrado, pero en contraposición todos ellos destilaban un halo de realidad que, junto a la magnitud histórica y artística de su entorno, cautivaron al escritor, quien, como un sultán reencarnado, vagaba por las estancias desnudas y pasaba las horas muertas observándoles o escuchándoles en su español cada vez menos precario. Así nacería, en 1832, la obra más famosa de Washington Irving y el texto al que más debe Granada, 'Cuentos de la Alhambra', un libro de relatos fantasiosos, en los que personajes reales se dan la mano con otros sacados de 'Las mil y una noches', y que inmediatamente se convirtió en una guía de viajes –e incluso una Biblia– para señoritos ricos y desubicados que buscaban una Atlántida a la que ensalzar. Granada poseía la cercanía –y la estabilidad política– de Europa, pero también ese toque asilvestrado, pasional y herético que fascinaba a unos intelectuales hambrientos de nuevas experiencias. Buscando ese algo que fascinó a Irving, a Granada llegarían nombres como Merimee, Teófilo Gautier, Alejandro Dumas, Laborde, Víctor Hugo o Hans Christian Andersen, entre otros».
Sin alardes
Solo con éstos, ya bastó para que Granada existiera en el mundo, sin necesidad de alardes propagandísticos y, de aquellos lodos, estos barros.
Que Granada vive del turismo es una obviedad, como tantas otras ciudades hispanas, pero el legislador debe poner al alcance de la sociedad las herramientas necesarias para una convivencia pacífica entre los que nos visitan y los que vivimos la ciudad en la que nacimos o trabajamos. Granada es un referente mundial, que camina en la economía gracias a los que, muy distantes a nosotros, hacen las maletas para pasar unos días aquí y conocernos, disfrutando de nuestros monumentos y nuestra historia, con una gastronomía única.
Ahora el legislador está comenzando a abordar el asunto, con decisiones que lo parchean, producto del clamor popular. La situación es tan preocupante que merece una reflexión más profunda, con decisiones a largo plazo que eviten este conflicto de intereses y, el deterioro de nuestra imagen en el mundo, que ha costado dos siglos cimentar. Hay que sentarse y hablar.
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