Pues eso, que soy de otros tiempos. Que me cuesta coger el paso y ponerme a la par con todo lo que está ocurriendo. Si hablo de las nuevas tecnologías, no soy un zote, pero voy con la lengua fuera. He perdido la cuenta de ... las contraseñas que tengo que memorizar para ponerme al día, desde la del ordenador, el correo electrónico, la cuenta del banco, el fabricante de mi coche, el seguro de la casa. Y ya que hablo de contraseñas, héteme aquí, la tragedia en que vivo desde hace tres días. Me han cambiado el rúter de casa y debo meter su contraseña en todos los aparatos que tenemos, así que llevo para cuatro lunas que no doy con la tecla. Resulta que la nueva contraseña es más larga que un día sin pan y, además, para torpes como yo viene aderezada de una especie de yincana mental, encaminada a la locura o la rendición. El dichoso código de barras para tener wifi trae letras mayúsculas, minúsculas, números, guiones bajos, medios y altos, todos mezclados por una mente superior e inhumana que te aboca al fracaso, sobre todo cuando llegas a la 'o', letra vocal cuarta de nuestro diccionario, que yo no consigo descifrar si es la dichosa letra o un cero. Tres días desconectado del mundo, desesperado hasta el punto de que mi familia me ha sujetado cuando me han sorprendido en la baranda del balcón, rúter en mano, dispuesto a estrellarlo contra el asfalto. Soy un niño de los cincuenta, señores de las nuevas tecnologías, tengan piedad de esta generación, a la que estas cosas nos han cogido con el pie cambiado, que ya no nos atienden personalmente ni el banco donde tenemos domiciliada la pensión y nuestros ahorros, exigiéndonos una cita previa telefónica en la que te atiende un ordenador que no para de hacerte preguntas que debes contestar pulsando un número del teclado telefónico, que en ese preciso instante no aparece en la pantalla. Esta sociedad nos ha dado de lado.
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Y no solo nos han dejado al margen, sino que pretenden llevarnos a la locura cuanto antes, adelantándonos las fiestas sin que todavía lo anuncie el calendario. Iba yo en el metro en agosto, con 46 grados, cuando los ojos se me salían de las órbitas al comprobar atónito como empezaban a montar el árbol de navidad luminoso que reina en el parking del Centro Nevada. Tuve la sensación de que no habían desmontado el del año pasado. Menudo repullo. Pero ahora comienzo a leer que el alcalde Vigo quiere iluminar la ciudad cuanto antes y con más bombillas que el año pasado, porque teme que otra ciudad se le adelante ¿más? En Estepa comenzaron a hacer mantecados en agosto y, los han vendido, están haciendo más. Los escaparates de las grandes superficies y otros establecimientos han quitado los disfraces de Halloween, reemplazándolos por los adornos de Navidad; en algunas estanterías ya he visto panderetas y pastores. Cada año la Navidad se nos adelanta más en el tiempo, para convencernos de que tenemos que comprar cuanto antes los regalos, que, de lo contrario, si vamos en las fechas adecuadas de toda la vida ya no habrá lo que queremos. Mis padres nunca nos compraron los reyes en mangas de camisa, iban con los abrigos y las bufandas, ¿quién nos empuja a este desatino? Y si es por el cambio climático, vale, lo compro, pero en su fecha, porque como el juguete lleve las pilas puestas cuando el niño lo ponga en funcionamiento el seis de enero ya no funciona.
Pertenezco a una generación que, no comenzaba a hablar de la Navidad hasta pasado el ocho de diciembre. Entre otras cosas, porque ese era entonces el día de la madre y no el primer domingo de mayo como nos han impuesto, lo mismo que San Rafael se celebraba el 24 de octubre y no el 29 de septiembre. Desde que los del cincuenta nacimos, no han pretendido otra cosa que volvernos locos, desde cualquier instancia o institución, sin hablar del cambio de la hora, que eso ya es un choteo aparte. En mis tiempos, días antes del sorteo de la lotería de navidad se ponían los puestos en la plaza de Bibarrambla para ir comprando las figuras del belén que te faltaban. En los soportales de correos podías ir comprando una buena zambomba y unas 'carrañacas' y, en la plaza de La Trinidad, en un corral improvisado con tela metálica, ya podías observar una manada de pavos, con su peculiar glugluteo, que los niños imitábamos para que ellos nos respondieran. Los Hermanos Obreros de María sacaban a la calle su coro revestido de pastorcillos, con unas cuantas ovejas, y cantaban por las calles para ir recogiendo donativos con los que luego representarían su belén viviente en la sede de San Juan de Los Reyes. Eso sí, solo los días de la Navidad hasta Reyes. Todo se ajustaba al calendario. Ahora no. En los tiempos que corren empezamos a vivir la Navidad en Julio, porque te vayas de vacaciones donde te vayas, ya te ofrecen la lotería, no vaya a ser que el 22 de diciembre toque y tú lo habías tenido a huevo, ya que pasaste allí las vacaciones de verano. Y ojo que ya nadie hace participaciones, desde la peña del fútbol al tendero de la esquina te endiñan un décimo como mínimo a 23 pavos. Por cierto, ya que hablo de pavos, quiero que vuelan los pavos a la plaza del Carmen, como en la foto que ilustra esta crónica. Que nadie nos robe la infancia a los del 50.
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