Me la presentó una tarde de primavera Juan de Loxa, mientras ellos paseaban del brazo tranquilamente, bajo el amarillo de los tilos en Bibarrambla. Antes ya me habían hablado de ella y de su poesía Pepe Ladrón de Guevara y Rafael Guillén. Completado el saludo ... protocolario, nos sentamos los tres en el banco pétreo que sirve de basamento a la farola fernandina de hierro, con pezuñas iracundas de la fundición sevillana Pérez Hermanos. Ellos se liaron un caldo de gallina y yo una pipa de picadura selecta, con tomillo, romero y alhucema, como mandan las reglas de la mezcla recomendada por el gran pintor Iván Piñerúa, para mi hermano Antonio Enrique y para mí, en tardes inolvidables del Café Granada, o El Suizo, como lo llamábamos todos.

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Elena Martín Vivaldi fumaba despacio, como hablaba, en un medio tono suficiente para hacerse escuchar, pero sin estridencia. Al tenerla tan cerca, recordé que ella fue la primera mujer en Granada que yo vi vestir con pantalones. Sin duda era una mujer especial, me parecía adelantada a su tiempo, feminista, pero sin pancarta ni megáfono para reivindicar la igualdad, porque su valentía como mujer venía de lejos.

«Elenísima» –como la llamaba Loxa– estudió en el Colegio 'Riquelme' y luego cursó Bachillerato en el instituto Padre Suárez de Granada, siendo una de las pocas jóvenes que por aquel entonces estudiaban. Después se diplomó en Magisterio. Desde su infancia pudo satisfacer su interés por la lectura gracias a que en casa de los Martín Vivaldi existía una gran biblioteca en la que, además de libros de medicina, había clásicos de literatura española y extranjeras. En 1933, con la oposición de su madre y su hermana, pero animada por su padre y por Gallego Burín, se matriculó en la Facultad Literaria de la Universidad de Granada donde estudiaban nueve o diez mujeres. Obtuvo la licenciatura en Filología Románica. Trabajó como bibliotecaria en Osuna, ciudad donde vivió sola pese a no estar muy bien visto en aquella época. En 1939 falleció su padre y ella se trasladó a Madrid, a una residencia femenina, para preparar unas oposiciones de Archivos, Biblioteca y Museos. En 1942 opositó y obtuvo una plaza como archivera. En calidad de tal trabajó en Huelva, en el Archivo General de Indias de Sevilla. Desde 1948, en que regresó a Granada, se ocupó de las bibliotecas de las facultades de Medicina y Farmacia, llegando a alcanzar el cargo de directora hasta su jubilación (1977).

OBRA LITERARIA

Entre calada y calada al tabaco, nos fue contando, a Juan de Loxa y a mí, el poema inacabado que tenía en la mesa, junto a otros en el cajón ya listos para ser escuchados. Loxa, que llevaba siempre una carpeta bajo el brazo, guardó celosamente un par de ellos manuscritos, que incluiría en el Programa siguiente de 'Poesía 70' en Radio Popular, uno de los cuales tuve el privilegio de grabar con mi voz para la posteridad.

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La conversación se fue alargando en tan buena armonía que llegó la hora de abandonar Bibarrambla para entrar en el Suizo y completar una tarde inolvidable, en compañía de otros donde recordamos que, durante la década de los cincuenta, se vinculó al grupo poético Versos al aire libre. Entre 1953 y 1956 centró sus actividades en las tertulias veraniegas del Carmen de Las tres Estrellas, así como en los encuentros en la Casa de América. Su nombre aparece en la Primera antología de poetas granadinos contemporáneos (1957) de Víctor Andrés Catena. Como apuntaba Loxa, Elenamente Elenísima ya había escrito los poemas suficientes como para parar a un hombre por la calle. La contundencia de su obra había sobrepasado nuestras provincianas fronteras. Solo por dejar aquí un apunte de su obra publicada, recordemos: Los árboles presento (1977), Nocturnos (1981), Y era su nombre mar (1977), Desengaños de amor fingido (1986), Jardín que fue (1977), Tiempo a la orilla (Obra reunida, 1942-1984), Jardín que fue (1985), Con solo esta palabra (1990), La realidad soñada (1990), Poemas (1994) y Las ventanas iluminadas (1997).

AL AROMA DEL CAFÉ

De aquellas tertulias, Emilio de Santiago escribió: «Sólo en un diván destacaba una figura distinta, envuelta en danzante neblina de humo y ensimismada en las páginas de un libro. Era Elena. A su alrededor, pronto se iban incorporando las magras presencias de jóvenes que habían elegido el camino, no siempre ingrato, de la poesía. Íbamos a ella como quienes acuden a un oráculo, a una deidad amiga a oír su certero consejo, su sabia apreciación. Ninguno de los que formábamos aquella estrambótica parroquia podremos nunca olvidar lo que vivimos en amor y compaña».

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Luís García Montero, un lujo actual de Granada, recordaba entonces así a Elenísima: «fumaba mucho, y el humo convertía la mesa en la que estaba en un reservado. Era amable con los visitantes, pero guardaba la independencia de su vida y sus recuerdos detrás de una sonrisa. Los poetas de Granada han admirado con sinceridad la poesía de Elena Martín Vivaldi, tal vez porque la edificación de su identidad triste y lírica se llevó a cabo con pudor, sin el tremendismo que afectó a muchos de los versos aplaudidos por la revista Espadaña».

Elena Martín Vivaldi fue poetisa. En tanto que mujer que escribía poesía, prefería la palabra 'poetisa' para referirse a ella. Es difícil, –dejó escrito– decir qué se escribe y cómo; Pues habría, para exponer todo el proceso de creación, que detenerse y explicar cada uno de los poemas. Ya que cada poema es un mundo distinto y requiere una manera y una técnica diferentes. Además, todo poema depende, con frecuencia, del estado de ánimo, de cómo ve el poeta, en un determinado momento, el paisaje, íntimo o exterior, de cada una de sus vivencias.

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