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A cualquier hora del día, personas anónimas se paran ante las Tres Cruces de Armilla para encender una vela a los pies del Cristo, colocar unas flores, o rezar en silencio santiguándose. Estas cruces, cuya colocación se pierde en la noche de los tiempos, aunque ... algunos historiadores las sitúan en el lugar hacia el siglo XVII, como propiedad del arzobispado, están a la vera de la Nacional 323, en el corazón del pueblo y, en zona de reunión y esparcimiento diario de los parroquianos.
Es mucho el fervor que los armilleros tienen a este Cristo –de los pocos que existen representados con cuatro clavos– y sobre el que se ciernen mil historias, milagros y otros favores recibidos que la tradición oral mantiene como ciertos.
FERNÁNDEZ MARTÍN
Una de estas leyendas es recogida por José Manuel Fernández Martín en su libro 'Las leyendas de nuestros pueblos'. Unos hechos acaecidos durante la guerra civil que algunos de los más longevos aseguran que es asunto cierto y que conocieron a los protagonistas:
«Cuando el veinte de julio de 1936 entraron en Armilla los nacionales, casi todos los militantes republicanos huyeron del pueblo, abandonando así a sus familias y todo lo que tenían, unos temiendo represalias por sus ideologías políticas, otros por temor a que fueran detenidos y fusilados. El caso es que Enrique era un ideólogo acérrimo del partido comunista y cuando llegó el momento de salir por pies del pueblo aguardó hasta última hora, ya que estaba muy enamorado de su novia, Juana, y estaban a punto de casarse cuando sus planes se fueron al traste al estallar la guerra.
Otro vecino llamado Juan estaba perdidamente enamorado de Juana y sabía que Enrique era comunista de toda la vida, así que cuando estalló la guerra y, el frente nacional se hizo con Granada, dedujo que Enrique intentaría escapar en cuanto la ocasión se lo permitiera. Así que en el silencio de la noche, cuando oyó el cerrojo de la puerta vecina, saltó de la cama y pensó que era su oportunidad de su vida para denunciarlo y, tener vía libre para cortejar a Juana sin obstáculo alguno.
Aunque Enrique pertenecía al partido comunista, nunca había participado en ninguna de las reyertas que sus compañeros habían perpetrado contra la Iglesia católica, él era más del dialogo y la tolerancia antes que de la violencia. Concertada la huida, marchó hasta las Tres Cruces para ser recogido por unos compañeros. Cuando vio aparecer por la carretera de Granada dos faros de un vehículo que se aproximaba muy despacio. En un primer momento quiso plantarse en medio de la carretera, pero después lo pensó mejor y decidió esconderse detrás del Cristo de Piedra y observar las maniobras del vehículo. No tardó mucho en comprobar cómo un Citroën C–7 paraba frente a él y se bajaban tres hombres, uno de ellos su vecino Juan, dirigiéndose directamente hacia las Tres Cruces. Rápidamente, se escondió como pudo detrás de una de las cruces... pero no había mucho donde parapetarse.
MOMENTO PRODIGIOSO
–¡Eh, tú, sal de ahí! –le espetó uno de los uniformados.
–¿Qué ocurre?...
–¡Tú sabrás que haces aquí a estas horas!
–Yo solo estaba fumando un cigarrillo.
El otro soldado le preguntó a Juan, que lo tenía detrás.
– ¿Es este el que tú dices?
– ¡Sí, sí, sí. ¡Este es el asqueroso comunista! –gritó Juan.
–Así que tú eres comunista. ¿Y qué haces aquí entre cruces?
–Yo solo estaba rezando al Cristo de Piedra antes de ir a trabajar.
–¡No os dejéis engañar –dijo Juan–. Es un rojo ateo. Es más fácil que el Cristo se desclave un pie de la cruz que creer que tú seas cristiano.
Enrique pensó que estaba perdido y que su vecino lo había delatado. Los soldados apuntaron los fusiles hacia la cabeza de Enrique encañonándole mientras uno de ellos decía:
–¡De esta no te salva ni Dios!
Enrique sintió el fin de sus días y entornando los ojos y como le había enseñado su madre se encomendó a la Virgen María y a su hijo Jesús, un extraño pensamiento para un comunista, pero hay situaciones donde lo más profundo del alma se agarra como una tabla de salvación a las creencias que nuestros padres nos enseñaron. Y, mientras rezaba esperando el tiro de gracia, un silencio profundo y cerrado inundó aquella escena, el tiempo se petrificó y, cuando abrió los ojos, vio a sus verdugos de rodillas y mirando fijamente al Cristo de piedra que tenía detrás de él.
Juan, con la cara desencajada, salió corriendo cual lo persiguiera un demonio y nunca más volvió a verlo. Enrique se giró para ver lo que los soldados observaban tan detenidamente y él también cayó de rodillas, viendo al Cristo de Piedra que había soltado unos de sus pies graníticos y lo había puesto junto al otro, desenclavándolo».
FE SIN LÍMITES
Ciertos o no, los hechos aquí relatados, la verdad es que nadie de los vivos ahora recuerda que el Cristo alguna vez tuviera los pies juntos sujetos por un solo clavo, pero la tradición oral persiste en que así fue al principio, hasta que sucedieron los acontecimientos que los mayores aseguran como verdaderos.
Este singular monte calvario, anclado en el corazón de Armilla, en otros tiempos a las afueras de la ciudad, pero ahora acogido por una hospitalaria plaza donde se citan los mayores para la charla y los niños para sus juegos, constituye un santuario al aire libre, donde a cualquier hora del día y de la noche no es difícil sorprender a personas rezando a los pies de este Cristo de Cuatro clavos.
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