El título de la crónica de hoy es bueno. Muy bueno, incluso. Es porque no es mío, que quede muy claro. Suena a la película aquella de Almodóvar que se llamó 'Tacones lejanos' y que tuvo tanto éxito como todo, o casi todo, lo que ... hace don Pedro El Manchego, que ya han visto cómo nos hemos quedado a las puertas de los últimos Óscar de Hollywood, por poco no nos los llevamos. Otra vez será.
Mientras tanto, la actualidad es tractores cercanos. Están más cerca que nunca. La gente del campo protesta y llevan razón. Los agricultores están en la carretera. Reclaman soluciones con su ronco grito. Chillan desde lo más alto de esos monstruos que consiguieron después de firmar muchas letras, luego de hipotecar hasta la gorra, esperando tantos años. Y después, ya vieron, ya sintieron, ya, en su propia sangre, sufrieron. En sus propias carnes padecieron la desatención y el olvido.
Y eso que tienen, que por algo se empieza, un ministro que conoce las grandezas, pocas, y las miserias, muchas, de las tierras secas, que ya lo dijo en su día Federico, nuestro poeta de siempre, cuando escribió aquello de: «Tierra seca, tierra quieta. Tierra de noches inmensas. Tierra del candil y de la pena...»
Hoy, cuando vuelvo en el tren del sur, solo en la negra noche, se ven los candiles azules de la tele encendida en lo alto de la Sierra, en el fondo de los valles, en los pueblos que de noche no son blancos sino negros.
¡Ojo con los inmensos tractores (algunos con aire frío y hasta televisión a la carta), pero que manejan hombres, más que tristes, cabreados porque no les dan lo que merecen! Ellos, sus padres y sus abuelos, entrampados hasta las cejas.
Yo solo tengo un olivo, aunque he regalado no saben cuántos. El Rey don Juan Carlos, un día en la judería en Córdoba, le preguntó al tabernero Rafael Carrillo, junto a un olivo gigantesco que crecía en el patio después de haber sido transplantado de la tierra de Baena: «¿Pero cómo, es que es de Córdoba Tico Medina como dice el mosaico ese? ¿Pero no era de Granada?»
–«Señor –respondió el del Churrasco, donde hacen una buena tortilla del Sacromonte, por cierto–, Tico es de Granada y él lo dice siempre, lo que pasa es que quiere mucho también a Córdoba».
A todo esto, el director del Córdoba era Antonio Ramos Espejo, al que envío hasta su casa de Alhama un gran abrazo, que hace unos días me ha remitido un puñado de libros de Federico, Federico siempre, y a todas horas esa mies, esa miel, aunque venga de la hiel de la historia...
Granada siempre. Como el dolor que acabo de experimentar al leer que un labrador de los nuestros ha tenido que arrancar más de doscientos granados. Y va a tener que hacer lo mismo con otros doscientos del tamaño de un hombre alto y derecho.
Lo leo, lo veo textualmente. Menos mal, mis queridos paisanos, que acabo de leer la hermosa crónica de nuestra Ximénez de Cisneros, que nos cuenta en su página la gloria, la gracia, de esos once granadinos que han merecido los premios de nuestra ciudad. ¡Once, Encarna, qué buen equipo para ganar en cualquier campo! Que sepan ustedes, insisto, que yo me pongo mi chaleco sin mangas del Granada Club de Fútbol, que me lo compré en su día, aunque no sé si lo he pagado. Cuando me lo coloco, azul y de cremallera, de los que ahora se llevan, el Granada se acerca más a esa Copa que cada día tenemos más cerca, pero mucho más difícil.
Alegría me da también que al maestro genial de Almería, tan cerca siempre, Pérez Siquier, se le está presentando como referente de toda una época histórica social, arquitectónica y verdadera de aquella ciudad hermana, en la que un día escribí donde está el fotógrafo único que hizo de una chumbera una escultura, cuando el blanco y negro eran la forma.
Por cierto, Julio Iglesias, mi niño, que ya que vienes a Córdoba dentro de unos meses, ya podrías acercarte a Granada. Mira que proposición te hace el cronista y buen amigo tuyo que tanto sabe de ti. ¿Por qué no vienes a cantar a Granada en los Festivales de la Alhambra? Te lo propone, mi viejo amigo, tu contador de historias. ¿Recuerdas aquel día que me enseñaste tu casa de Santo Domingo, aquella cabaña que habitaron un día los Clinton, que tan bien hablaron de Granada?
Debo decirlo. Emoción a veces, no siempre, cuando veo esa pequeña Granada que figura en el escudo de la bandera de España, aunque a veces parece como si quisieran esconderla.
También quiero recoger en esta página de hoy lo bien que funciona esa Casa de la Cultura de Madrid, siempre brillante, siempre abierta, y que lleva el nombre de aquel libro (que tengo dedicado por él) de nuestro poetísimo don Luis Rosales, que un día me abrió su corazón en su casa de la Sierra de Madrid, entre rosas y rocas. Con él fui en una ocasión, una noche, y en compañía de un viejo llamado Azorín (sí señor, Azorín), a ver una película más bien porno en aquel cine de la calle Fuencarral... Pagué yo las tres entradas, aunque no andaba lo que se dice boyante. ¡Ay –perdonen por el suspiro– ese día que me levante con el pie izquierdo y me decida a escribir lo que quizá debiera decidirme a escribir a partir de mañana, que ya tengo dos anticipos a cuenta de ese día!
Encuentro en la revista del Ave, Club se llama, un reportaje estupendo sobre la Alpujarra granadina. ¡Ay, el día que se decida a reunir todas su crónicas y su millón de fotografías Rafael Vílchez, el que más sabe de los secretos de ese planeta fascinante, que son nuestros montes del Tíbet del sur de Europa!
¡Qué grande Pepe Cantero, actor de teatro, comediante, cómico con mayúsculas, buen rapero de Granada por el que no pasa el tiempo! Sé que mantiene boca a boca la escena de nuestro mapa. Hay que darle un homenaje, pero de los que no se olvidan, que se lo merece.
Y Roma sigue debajo, que no hay mas que seguir buscando, que si no se busca, se encuentra el mosaico, la calavera, el togado de Periarte, que estaba cerca de mi pueblo.
El jueves fue el día de la radio. ¡Qué recuerdos, don José, doña mercedes, Radio Granada en la Gran Vía, frente a la iglesia del Sagrado Corazón, donde yo, a veces, pocas veces, me confesaba, porque yo me inicié en la radio, en la radio de Granada!
¡Ay!, nuevo suspiro, mi mujer llama a la puerta del trabajo y me dice en voz baja: «Que hoy tenemos garbanzos con espinacas».
–«Pero si no es Viernes Santo».
– «Y qué más da.Hay que seguir rezando, no te olvides del Cristo de los Favores, que siempre está».
Menos mal que mañana tengo hora para ver en la Biblioteca Nacional la espada del Rey Bobadil.
¡Ay, último suspiro, que es el verdadero suspiro del moro, y puedo en un descuido traérmelo para casa!
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