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Marisa Vílchez regenta el último quiosco de chucherías que queda en la plaza de Bib Rambla. Pepe Marín
La última superviviente de Bib Rambla
Negocios de toda la vida en Granada

La última superviviente de Bib Rambla

Marisa Vílchez representa la tercera generación al frente del único quiosco de chucherías que queda en la céntrica plaza granadina

Camilo Álvarez

Granada

Lunes, 24 de marzo 2025, 00:00

La plaza de las flores ya apenas tiene flores. «Es una pena», comentan los comerciantes de toda la vida. Bib Rambla fue hace no tanto un lugar en el que olía a primavera todo el año. Y no solo cuando se celebraban las ferias dedicadas al sector, sino cualquier día. Hoy, otros negocios, principalmente hosteleros, ocupan gran espacio en este céntrico lugar de paso de oriundos y visitantes.

Marisa ordena su pequeño habitáculo de poco más de un metro cuadrado. 360 grados de productos destinados a pequeños y mayores la rodean. Unas botellas de agua bien empaquetadas y un lote de latas de Coca-Cola esperan su turno para ser ubicadas cuando Marisa se para, amable, para atender al periodista que viene a cambiar su rutina por un día.

«No me ha dado tiempo ni a desayunar», espeta con franqueza, pero con gracia. Las primeras horas del día las dedica a colocar la mercancía que llega temprano a su quiosco de chucherías de Bib Rambla. Mientras, atiende a todo aquel que se para en su estrecho mostrador.

El día a día en el quiosco de Marisa. P: Marín
Imagen principal - El día a día en el quiosco de Marisa.
Imagen secundaria 1 - El día a día en el quiosco de Marisa.
Imagen secundaria 2 - El día a día en el quiosco de Marisa.

Marisa es una superviviente. Literalmente. No queda un solo quiosco en la plaza destinado a la venta de golosinas. El resto de puestos están enfocados al turista. Ella ha vivido la transformación de la plaza en primera persona. Lleva desde que nació allí. El puesto era de su abuela Isabel, luego de su madre, María Luisa, y ahora lo dirige ella en representación de esta saga de mujeres trabajadoras y defensoras de las tradiciones.

Su vida laboral no queda reflejada en ningún informe con certeza porque «ya desde niña me venía a ayudar a mi madre los días fuertes». La profesión la llevaba dentro, así que no se planteó otro reto vital profesional que dedicarse a perpetuar el negocio que tanto había costado mantener a las dos generaciones anteriores. Y eso que ha trabajado «en otras cosas, pero cuando mi madre se jubiló me quedé con esto». Volver a sus orígenes, los que nunca llegó a abandonar.

«Cuando abrieron otros centros comerciales la gente iba por la novedad, pero acabaron volviendo al Centro, sin embargo, el Nevada se lo ha llevado todo»

Marisa Vílchez

Quiosquera

Fue precisamente su niñez la época dorada del negocio, cuando los más pequeños que acompañaban a sus padres a hacer compras por la zona se paraban para darle un capricho al niño. «Ahora la cosa está muy limitada», lamenta.

En todo este tiempo -no habla de los años, coqueta, porque adivinaría los que tiene, y eso no se pregunta- ha visto cómo muchas generaciones de granadinos han cambiado su forma de mirar a la plaza. La gran transformación, afirma rotunda, «llegó cuando abrió el Nevada. Cuando abrieron otros centros comerciales la gente iba por la novedad, pero acabaron volviendo al Centro, sin embargo, el Nevada se lo ha llevado todo».

«Ahora hay muchos bares; antes había muchas más tiendas», explica mientras mira a su alrededor con nostalgia. Eso ha hecho que también el tipo de clientela haya ido cambiando en las últimas décadas. Una radiografía del viandante que cruza la plaza sirve para entender que los usuarios de ahora vienen de muy distintos puntos del mundo, cuando hace unos años «era la gente de los pueblos la que venía a Granada a comprar y paraban en el quiosco. Ahora se van todos al Nevada», esgrime. También eleva su queja al entender que «el centro lo están limitando -al tráfico- mucho, lo que también entorpece a los negocios».

Marisa tiene tres hijos (Daniel, Beatriz y Marisa) y no sabe si alguno de ellos querrá mantener el vivo el puesto familiar para dar forma a la cuarta generación del quiosco de golosinas de Bib Rambla. «Ellos tienen sus trabajos, pero no sé si cuando me jubile querrán seguir con esto. Son empleados, así que a lo mejor les interesa». Es un tema que, por el momento, no se ha planteado en casa.

Sin horarios pero feliz

Marisa llega a las 10.30 «o cosa así». La hora de cerrar está menos clara. Si el día está tranquilo, a las ocho baja la persiana para enfilar el camino a casa. En época de bullicio en la plaza (Semana Santa, Navidad, Corpus) o fines de semana fuertes «me puedo ir de aquí a las once de la noche». El cambio de hora también le empuja a alargar algo más el cierre para adaptarse a las costumbres de los granadinos y turistas con los días más largos.

La quiosquera es «feliz» con su trabajo, pese a que ha vivido épocas de mayor esplendor en el negocio. Ahora sus clientes, una mayoría, «son extranjeros», por eso ha aprendido a defenderse en inglés -ríe mientras lo cuenta-. No ha necesitado pasar por la academia, el día a día le ha otorgado las herramientas lingüísticas y gesticulares suficientes. Tampoco necesita demasiado para entenderse con ellos. De hecho, mientras charla con el periodista que escribe el reportaje, una pareja de asiáticos interrumpe con mucha educación para comprar. Una foto en el móvil es suficiente para cerrar la transacción antes de seguir la conversación.

Clientela internacional P. Marín

«No me puedo quejar de la gente que viene a comprar, quitando alguno que no está bien de la cabeza», reconoce Marisa, feliz de conocer cada día a decenas de curiosos. Su vida al otro lado del mostrador le ha dado vivencias de todo tipo y le ha permitido ver crecer a varias generaciones de granadinos. «Ahora vienen padres con mucha nostalgia con sus hijos a contarles cuando venían a comprarme las chucherías». Antiguos trabajadores de la zona que cambiaron de espacio de trabajo mientras el quiosco de Marisa sigue en pie, impertérrito.

Amigos y turistas

También su trabajo en el quiosco le ha permitido hacer amigos, «pero amigos de verdad», incide. Personas que empezaron siendo clientes y, con el paso de los años, han ido afianzando su relación para pasar de meros conocidos a personas de confianza.

Lo que no ha cambiado es el producto que los más pequeños han ido pidiendo generación tras generación. «Las chocolatinas, las gominolas, el pica pica...». Tampoco los cambios de hábitos alimenticios afectan a su negocio en exceso porque «a los niños de antes y a los de ahora le gustan las 'guarrerías' igual», pues un capricho de vez en cuando no hace daño.

Ha heredado de su madre el cariño de los clientes de toda la vida. «Cuando empecé a llevar el negocio mi madre me preguntaba siempre: '¿quién te ha preguntado por mí?' cuando me llamaba». Hubo un tiempo que fue la hija de Marisa o, incluso, la nieta de... «Me llamaban Isabel por mi abuela». Se ha ganado el derecho de ser Marisa, sin más.

«A los niños de antes y a los de ahora le gustan las 'guarrerías' igual»

Marisa Vílchez

Quiosquera

La edad de jubilación se acerca y acepta que, cuando llegue, será hora de descansar. No se plantea estirar el chicle, nunca mejor dicho, más de lo necesario. Tampoco sabe cómo va a evolucionar el negocio, «es un misterio», a la par que la ciudad avanza hacia un nuevo modelo. «La esencia no cambia, los granadinos somos todos 'mu apañaos'». Habla en primera persona cuando explica que «trata de ayudar a los turistas para que hablen de nosotros y quieran volver». Espera que estos, y los locales, correspondan comprando alguno de sus productos, a ser posible.

Por el momento, sigue manteniendo la ilusión cada día que sube la persiana de su quiosco de golosinas, el último superviviente de Bib Rambla.

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