![Las últimas huellas granadinas en Mauthausen](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/2024/06/08/zujaira-guerra-civil-kVLD-U220375392734chB-1200x840@Ideal.jpg)
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Aunque han pasado cerca de 40 años desde que Aurelia visitó el campo de concentración de Mauthausen, la mujer recuerda a la perfección todo lo que sintió. El frío y la desolación se apoderaron de su cuerpo una mañana del mes de enero. Hacía horas ... que había amanecido, pero los rayos de sol apenas iluminaban el cielo de la ciudad. Tampoco daban ningún atisbo de calidez. «Allí solo había dolor», cuenta.
Su memoria aún retiene la primera vez que escuchó hablar de Mauthausen, cuando apenas tenía cinco años. Lo único que supo entonces de aquel inhóspito lugar es que había sido el campo de concentración de Austria al que había ido a parar su padre. No sabía entonces -ni podía haber imaginado- el significado que este nombre tendría en España. Tampoco el peso que adquiriría en la historia de Europa y en miles de familias. Allí permaneció su padre un año, hasta que falleció. Aunque como prefiere decir Aurelia, su padre «no murió, lo mataron». Manuel Reina salió de casa el 8 de diciembre de 1936, el mismo día en el que nació su hija, para combatir en la Guerra Civil. Nunca volvió. «Ni siquiera tuvo tiempo de tenerme en sus brazos», expresa acerca de una afirmación que su madre no se cansó de repetir desde que enviudó con tan solo 27 años.
Conocieron el fallecimiento por una carta de Cruz Roja que no recibieron hasta dos años después del último signo de vida de su padre. Poco mencionaron en casa durante su infancia lo que Mauthausen había sido. Tampoco hacían referencia a lo que allí había pasado o lo que sus prisioneros habrían sufrido. «En el pueblo, en España en general, había miedo», señala. «Nos criaron como si esa parte de la historia no hubiese existido nunca», destaca. Cuando era solo una adolescente, se marchó a vivir a Inglaterra con sus hermanas, donde reconoce que le sobrecogió la forma en la que allí recordaban a las víctimas del conflicto. Nada tenía que ver con el silencio que rondaba alrededor de la muerte de su padre y de otra decena de familiares que también fallecieron en Mauthausen. Este silencio, sumado al coraje interior y el deseo de saber de donde venía y todo lo que sus antepsados habían sufrido, fue la razón por la que Aurelia decidió sumergirse en sus raíces. Esto mismo hizo que todos ellos acudieran en 2018 a la inauguración de un monolito que el Ayuntamiento de Pinos Puente ubicó en la Plaza del Pilar de Zujaira, frente a su casa, para sentirse -aún más- partícipes de su historia.
A sus casi 90 años, Aurelia reconoce que ha pasado su vida leyendo todo aquello que se ha escrito sobre el campo de concentración que llegó a albergar 85.000 prisioneros y al que fueron a parar buena parte de los combatientes del bando republicano tras la Guerra Civil. Después de más de 20 años en los que no dejó de indagar sobre el lugar, decidió que había llegado el momento de ir.
Al dolor de la estancia, se sumó la inquietud, la rabia y la impotencia, pero también un extraño sentimiento de «liberación». Tenía la necesidad de ver en persona el recinto en el que su padre vivió sus últimos días. Eso, en cierto modo, asegura que la unía a él. «Al visitar ese lugar, solo podía preguntarme con qué ojos había mirado mi padre cada uno de esos paisajes», cuenta aún con lágrimas en el rostro. A partir de entonces, Aurelia empezó a«ser sus ojos». Contó cada rasgo que conocía de la historia de Manuel Reina y fue esgrimiendo uno a uno los datos que obtenía sobre el recorrido de su padre y sus tíos hasta llegar a parar al campo de concentración. Así fue como supo que estuvo por varias ciudades del norte de España antes de ir a parar a Mauthausen. Esta idea e intención de dar a conocer todo lo que allí vivieron los prisioneros españoles, no solo su padre, le ha acompañado toda su vida. Y lo seguirá haciendo el resto de sus días. «Es parte de mi vida y, en cierto modo, de mi felicidad», detalla.
La mujer guarda con cariño un sinfín de estanterías repletas de obras sobre la Guerra Civil Española. A los libros se unen todo tipo de documentos audiovisuales, películas y reportajes que su propietaria guarda como oro en paño en una casa que perteneció a uno de sus tíos fallecidos en Mauthausen y en el que la mujer parece haber creado un museo propio y personal del lugar. La vinculación de Aurelia a la historia de Mauthausen ha estado también compartida por sus hermanas. Con el tiempo, también por todos sus nietos. El conocimiento sobre esta parte de sus vidas se ha convertido en una tradición familiar más. El interés de sus descendientes llega hasta tal punto que algunos de ellos se han dedicado a estudiar casos particulares de los fallecidos en la contienda, porque, como bien señala Aurelia, «no hay nada como conocer nuestras raíces».
La mujer aún guarda en una pequeña caja fuerte en Inglaterra cientos de documentos y fotografías de su padre. Aún tiene en su posesión la carta del campo de concentración firmada por el comandante que certificaba que su padre seguía vivo que conserva como una reliquia y que quiere transmitir de generación en generación. «Yo se la dejaré a mis hijos y estos, a su vez, se la cederán a mis nietos», dice orgullosa. Este arraigo familiar que todos han mamado desde niños es lo que hará que el próximo 27 de junio acudan a un acto que el Ayuntamiento de Pinos Puente realizará junto al monolito en honor a las víctimas. Sus hijos y nietos viajarán desde Inglaterra para recordar con ella este día. Ahora, ya no con rabia, ni impotencia. Tampoco con rencor. Solo con el deseo de memorar lo que un día vivieron sus antepasados para conseguir que no se olvide la que es su historia.
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