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José Ramón Villalba
Granada
Lunes, 10 de agosto 2020
Mónica era una joven con una pesada mochila a sus espaldas. Era y no es, porque la vida sólo le ha permitido asomarse al balcón de 26 primaveras, no le ha dado más tiempo a vivir, mejor dicho, a sobrevivir. Policía Nacional y Policía Local se la encontraron muerta el pasado 24 de julio en una casa okupa del Realejo, junto a la plaza de Joe Strumer. Esta mujer de ojos rasgados y vecina del Realejo se ha ido sin cobrar la deuda que esta sociedad tenía con ella. Sólo una persona le regaló la amistad y la confianza que le robaron desde los siete años… además de su hijo e hija a quienes dejó de ver hace muchos años y ya, desgraciadamente, no volverá a coincidir más con ellos. Mónica apareció muerta en una casa okupa de Cuesta de Escoriaza el pasado 24 de julio.
La inmensa mayoría de los granadinos se han cruzado algún día en cualquier rincón de esta ciudad con alguna Mónica, con alguna persona cargada con una pesada mochila de pesadillas cuya vida no importa ni a su propia protagonista. La actitud más habitual es mirar hacia otro lado y permitir a la vida continuar adelante. Otros, otras, tienen la suficiente dignidad de escuchar, mirar a los ojos y empatizar por muy duro que sea. Mónica fue vendida por su padre con tan solo siete años para que a cambio de 25 euros pasara una tarde de juegos con un hombre que abusó de ella. A partir de aquella tarde, llegaron muchas noches más, demasiadas mañanas y muy pocas alegrías, sólo sus dos hijos. Ella lo intentó hasta el último segundo y nunca se rindió.
Mientras los niños de su edad estudiaban primaria, aprendían a leer, a escribir o a ser personas, Mónica ya se había licenciado en la carrera más dura de la vida. Abusos, prostitución, drogas… era la marioneta sin hilos de la cara B de la sociedad donde no hay sonrisas ni piedad, donde la amistad tiene forma de raya de coca y la esperanza se vive en cada mono que se pasa para superar la adicción. Sólo con 19 años ya sabía lo que era verse encerrada en un centro de menores y de ahí a un burdel. Servicios Sociales ya le había retirado a una hija antes de entrar en el centro. Al poco tiempo de salir, le arrebató el otro. Parió a sus dos hijos siendo una adolescente.
Un buen día tuvo la suerte de conocer a un hombre en el bar-restaurante Papaupa del Realejo, donde entró pidiendo limosna. Ese hombre la ayudó presentándole a la que se convertiría en una buena amiga, leal y fiel, tanto fue así que le escribió un libro, 'La maleta de Monse'. Esa amiga la sentó en el despacho de La Mariana del Ayuntamiento de Granada un buen día, allí suelen ser recibidas las autoridades más distinguidas de todo el mundo cuando visitan la ciudad de la Alhambra. Mónica no se merecía menos, ella nunca tuvo oportunidades, se las robaron desde su más lejana inocencia. Por eso, este reportaje quiere ser un homenaje a esta heroína y a todas las Mónicas (en femenino y masculino) que pululan por la sociedad sin hacer mucho ruido, tratando de sobrevivir y siempre al servicio de cualquiera. A todas esas personas que no cuentan en las estadísticas y que habitan en la calle del olvido sin número.
Tras hallarla muerta en la casa okupa del Realejo, el caso se ha cerrado como suicidio. Uno más en una ciudad que suele perder todos los años a una media de 65 a 80 personas de esta manera. Pero quienes la conocían no se acaban de creer que Mónica se quitara la vida de 'motu propio', porque pese a la mochila bien cargada que llevaba, siempre arrancaba fuerzas para seguir adelante. Su último chulo o proxeneta llevaba pocos días en la calle después de su paso por prisión. Los días posteriores a su fallecimiento se abrieron varios 'hag tags' en redes sociales pidiendo que se profundizara más en la investigación hasta despejar cualquier atisbo de dudas.
Mónica emprendió su último viaje el 24 de julio, sin mochila y dejando huella.
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