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El monolito fue construído con el apoyo de todo el pueblo :: D. M. A.
Zujaira, un pueblo con Memoria
Provincia-Granada

Zujaira, un pueblo con Memoria

Tras la Guerra Civil, un anejo de Pinos Puente perdió a diez vecinos en un campo de concentración nazi

DIEGO MEGAIDES

Domingo, 27 de junio 2010, 05:11

«No lo llegué a conocer porque tuvo que marcharse siendo yo muy pequeña, pero mi madre me contaba que estaba loquito con sus hijos, y que siempre me tenía en brazos». Estas palabras, afectadas por la congoja y la emoción, son de Lola Gálvez, 76 años, residente y natural de Zujaira, una pedanía de Pinos Puente.

La persona de la que habla es su padre, Juan Gálvez Cervera, inscrito en el campo de Mauthausen el catorce de mayo del 41 con la matrícula identificativa 3.354. Trasladado al campo anexo de Gusen en el infausto día dieciocho de noviembre de ese año, fecha que fue también la de su muerte, vilmente asesinado por los nazis junto a otros muchos hermanos de tragedia.

Su nombre, y el de cada uno de los 1.500 andaluces caídos en el mismo lugar, aparece en uno de los paneles que conforman la exposición 'Andaluces en Mauthausen', inaugurada el pasado 11 de junio en Zujaira y que permanecerá abierta hasta el próximo miércoles día 30.

El aparato de exterminación nazi dejó su tétrica huella en este pequeño pueblo que conoce bien el holocausto, para su desgracia. Habitado hoy por unos 900 vecinos, no obstante en el año 39 rondaba apenas la cincuentena de habitantes. Al terminar la guerra algunos de ellos, todos hombres en edad adulta, se vieron obligados al exilio por haber combatido en el bando republicano.

La mayoría se trasladaron a Francia, donde se alistaron para luchar contra la invasión nazi. Cuando ésta se consumó, varios fueron apresados en territorio galo y deportados al complejo de Mauthausen-Gusen. Diez zujaireños murieron allí, sólo uno sobrevivió.

El pueblo quedó diezmado y muchos niños, huérfanos. Como Lola, que pasa un mal rato cuando mira las fotos de su padre, o cada vez que se acerca al Salón Parroquial para ver la muestra. «Es muy doloroso, pero es la realidad y hay que afrontarla», afirma con entereza.

«Mucho sufrimiento y mucha calamidad», es lo que recuerda de su infancia. Tuvo que vivir nueve años con su tía porque su madre, María Teresa, viuda con tres hijos y embarazada de otro, no podía mantenerlos a todos. Tenía que trabajar «en lo que encartaba», sobre todo en el campo, recogiendo la patata, la cebolla, el espárrago... Terminó con la espalda maltrecha.

Ausencias y penurias

No es inusual que los descendientes de las víctimas visiten los campos de concentración donde murieron sus seres queridos. Lola no se ha atrevido hasta ahora pero su sobrino Pedro, 34 años, nieto del represaliado, estuvo en Mauthausen-Gusen hace tres años. Fue con su madre, hermana de Lola.

«En primera persona es durísimo, mi madre lo pasó muy mal, pero también le dio paz», explica Pedro, que recuerda con detalle el horno crematorio, la escalera de la muerte o el sistema informático que permite al visitante buscar datos de sus familiares a través de su código de ingreso.

A Antonio Reina, 80 años, marido de Lola, también le golpeó de cerca la tragedia cuando era un niño. Su padre, soldado republicano, se refugió en Francia tras la guerra y volvió a España en el 43. Lo capturaron en La Junquera y estuvo unos años preso en Cataluña, pero al salir pudo regresar a casa.

Sus tíos Ángel y Antonio Reina corrieron peor suerte: fueron apresados en el país vecino y compartieron el mismo destino que el padre de Lola en el campo de concentración austríaco.

Un justo homenaje

La apertura de la exposición el pasado 11 de junio fue un acto más que emotivo. Supuso una legítima reparación a las víctimas y sus allegados. Reconocer el sufrimiento de una generación estigmatizada y rescatar del olvido a los hijos del pueblo cuyas vidas quedaron truncadas en tan lejano y horrible lugar.

Niños y jóvenes llevaron velas, flores y banderas representado a cada una de las familias afectadas. Lo depositaron todo a los pies del obelisco en memoria de los diecisiete vecinos pineros, diez de ellos zujaireños, que fallecieran en Mauthausen-Gusen.

Este obelisco fue el primer monumento erigido con tan motivo en Andalucía y el segundo en toda España. Data de 1988, y desde su inauguración ha sido escenario de varios homenajes similares.

Es la seña de identidad de Zujaira, pueblo con memoria, que dio así un primer paso en la tarea de dignificar a las víctimas españolas del holocausto. Como señaló en su discurso la alcaldesa pedánea Remedios Jiménez, era ya hora de poner fin a los «injustos silencios de la historia».

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