Cultura-Granada

Hermenegildo Lanz, el artista borrado

La exposición 'Títeres' en el Parque de las Ciencias recuerda a este artista polifacético e innovador represaliado por el franquismo y condenado al olvido en democracia

INÉS GALLASTEGUI igallastegui@ideal.es

Sábado, 14 de julio 2012, 03:30

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En el Festival de Música y Danza de 2013 se representará en Granada 'El retablo de Maese Pedro'. La ópera, presentada en 2009 en el Liceo de Barcelona, es un homenaje de Enrique Lanz, director de la compañía Etcétera, a su abuelo paterno Hermenegildo, que hizo los títeres para el estreno de Manuel de Falla en París en 1923. Una sección en la espectacular exposición 'Títeres, 30 años de Etcétera', la nueva atracción del año en el Parque de las Ciencias, reivindica a aquel artista polifacético pero humilde al que Granada, su ciudad de acogida, ha mantenido en el olvido. Amigo de Federico García Lorca y de Manuel de Falla, su talento quedó ensombrecido por esos dos gigantes. Quizá por eso la España que asesinó al primero y mandó al exilio al segundo nunca ha considerado necesario resarcir a aquel hombre al que la victoria nacionalcatólica despojó del trabajo, el patrimonio y la libertad y quiso quitarle la dignidad, al obligarle a rebajarse para sacar adelante a su familia.

«La reparación de la historia no es posible, de modo que únicamente puede aspirarse ya a subsanar el relato del pasado», señala el profesor Juan Mata en 'Apogeo y silencio de Hermenegildo Lanz', una breve pero desgarradora biografía editada en 2003 en la colección Los Libros de la Estrella de la Diputación.

Títeres no tan ingenuos

Lanz, de orígenes vascos y navarros, nació en Sevilla en 1893 y pasó su infancia en Buenos Aires, Lisboa y Madrid, a donde el trabajo de cocinero y hostelero del padre arrastró a la familia. Llegó a Granada a los 23 años para incorporarse como profesor de Dibujo de maestros en la Escuela Normal y muy pronto se integró en el bullicioso mundillo artístico e intelectual de la ciudad.

La ya famosa función de 'Títeres de cachiporra' del 6 de enero de 1923 se fraguó como un entretenimiento para Isabel García Lorca, pero aquella colaboración entre el poeta, el músico y el artista plástico se convirtió en mucho más. Lanz fabricó los títeres de guante del entremés 'Los dos habladores' y del cuento popular 'La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón', y más de cien figuras planas para el plato fuerte de la velada: el auto sacramental 'Misterio de los Reyes Magos'.

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Enrique Lanz sostiene que, aparte de ser el «laboratorio» para 'El retablo de Maese Pedro' -la ópera para marionetas que se estrenaría unos meses después por encargo de la princesa de Polignac-, aquella «función aparentemente ingenua» tuvo «una repercusión internacional poderosa». «Fue la aportación española a las vanguardias dentro del movimiento titiritero que se estaba dando en otros países de Europa -recalca el director de Etcétera-. Allí se utilizó por primera vez de forma escénica la técnica que ellos llamaron 'teatro planista' y que ahora se conoce como teatro de papel. Lo que era un juego de salón, ellos lo utilizaron como una nueva expresión escénica, y eso se extendió. Surgió aquí en Granada y no se le da ningún valor». Lanz subraya el carácter revolucionario de aquella experiencia: «Tenían una intención clara de utilizar el títere como herramienta para llevar al pueblo el arte con mayúsculas, los clásicos, la música contemporánea...».

Para aquella función infantil en casa de los Lorca, Lanz también diseñó y pintó los decorados de todo el espectáculo, una tarea que el programa de mano atribuía parcialmente, por error, al poeta. No sería la última vez: en 1974, la prensa otorgaba a Picasso la autoría de las figuras planas del 'Retablo...' encontradas entre las pertenencias de la compañía gaditana La Tía Norica.

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Cuento de brujas inédito

Los tres creadores preparaban una segunda función para sus títeres de cachiporra: el 'Cuento de brujas' del que hablaba Lorca en una carta y que nunca llegó a representarse cobró vida durante un tiempo en la imaginación de Lanz. La familia halló en un sobre escondido en un libro viejo una serie de dibujos y manuscritos sobre aquella pieza que ahora se exhiben en el Parque de las Ciencias.

Hermenegildo, que en las horas posteriores al asesinato de Lorca se deshizo de muchos de los recuerdos de su amigo para salvarse de una muerte segura, era sin embargo un meticuloso archivero. Dejó miles de cartas, fotografías y documentos que su hijo Enrique Lanz Durán ha atesorado durante décadas ante el absoluto desinterés de las instituciones culturales.

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Ese precioso legado histórico da fe también de que Lanz no era solo un simple titiritero. De hecho, él siempre dio prioridad a sus otras facetas artísticas, especialmente la de grabador. Pero también era fotógrafo, pintor, figurinista, dibujante, cartelista, escenógrafo, diseñador de muebles, paisajista, decorador y creador de juguetes. Y además, profesor, una labor que, según Juan Mata, amaba mucho y quizá le impidió desarrollar más su actividad creativa. «Era una persona muy inquieta que participó en multitud de iniciativas culturales de la ciudad a comienzos del siglo XX», explica su nieto, que no llegó a conocerle vivo.

Marioneta sin hilos

«La figura y la obra de Hermenegildo Lanz han sido tan maltratadas a lo largo de los años que restituirlas resulta complejo, pues requiere reescribir la historia y corregir incontables equívocos», señala Yanisbel Martínez, ayudante de dirección en Etcétera y autora del texto 'Orígenes' en el excelente catálogo de la exposición. La titiritera cubana, que reivindica la «herencia sanguínea, moral y cultural» del abuelo sobre la compañía, confía en que algún investigador asuma un día la tarea de rescatar su figura del silencio con que la sepultó el franquismo y del que la democracia no la ha sacado.

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Manuel de Falla le salvó del fusilamiento y, junto a otros amigos, medió para que recuperase -en parte- su trabajo y su sueldo. El 20 de mayo de 1949 Hermenegildo Lanz sufrió un ataque cerebral en plena calle, cuando regresaba de uno de esos cursos de adoctrinamiento político y religioso con los que el franquismo pretendía enderezar a los derrotados. Horas después falleció, pero ya llevaba años sufriendo la muerte civil, convertido en una marioneta sin hilos. Su nieto Enrique cree que Granada no le ha hecho justicia a su abuelo. Tampoco se la ha hecho a él, pero esa es otra historia.

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