JAVIER MARTÍN
Jueves, 9 de agosto 2012, 03:07
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Recuerdan muchas personas como, mediada la década de los años ochenta del pasado siglo, el mar se metió tan adentro y con tanta fuerza que convirtió en laguna la plaza principal de Castell de Ferro, se llevó por delante los barcos y arrolló literalmente las fachadas e incluso estancias de la casa cuartel de la Guardia Civil, derribando aquel sugerente y original chiringuito que se alzaba sobre las aguas, sostenido por pilotes, 'El Pata'. El levante siempre se cebó con Castell.
Ahora, décadas después, la playa se ofrece imponente desde la altura -casi de vértigo- de la nacional 340, convertida en una sucesión de preciosas calas que la actuación de defensa, emprendida tras aquellos desastres, jalonó la línea de costa de espigones y parapetos sumergidos. Nuestra vista percibe, en primer lugar, la Punta del Rincón, después el tramo de playa conocido como El Sotillo y a continuación se extiende la playa de Castell propiamente dicha. En total, casi 1.500 metros lineales del rompeolas más transparente de la Costa Tropical. Su alcalde, Eloy Martín dice satisfecho que el grado justo de grueso de sus arenas provoca que las aguas estén tan limpias. «Tan solo el levante, y muy poco, las enturbia». Siempre el levante.
Pero en la playa de Castell es posible mirar al mar y, de soslayo, a la impresionante mole pétrea que cae de bruces al mar. Los acantilados siempre dieron un toque tenebroso a nuestra costa, pero aquí convierten a la población en una especie de pueblo isleño, aislado de la modernidad turística a la que Castell aspiró, con fuerza, en los años setenta y que situaron a la localidad como una de las pioneras del turismo comarcal.
Por aquellos entonces había cinco hoteles en el casco urbano. El doble que en la actualidad. ¿Qué ocurrió? El agua fue el principal lastre y freno para lo que parecía un desarrollo imparable. Junto a ello, un gran porcentaje de trabajadores y propietarios de negocios turísticos fueron decantándose por la agricultura cuando se produjo el 'boom' de las explotaciones bajo plástico y de ser un pueblo de pescadores con el sueño de ser una población con un prometedor futuro turístico, se pasó a un municipio polarizado en un solo sector económico: La agricultura.
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Un empujón
Un turismo que se pasea como en casa, que disfruta el peculiar paseo marítimo, donde todo está al alcance de la mano y desde donde desafía al mar la torre de la iglesia, cercana y casi marinera.
En total, cinco chiringuitos se reparten por la franja playera de Castell; alternándose con los establecimientos 'de siempre'. El actual Rompeolas, en pleno corazón de la localidad y con una excelente vista marinera, El Esencia, Chamagna, La Brisa, La Lola, el Costa Sol, Teide, El Quintal. Son muchos más, pues Castell de Ferro siempre llevó la batuta de la hostelería turística en la Costa, muchos y diferentes.
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Y que nadie se olvide de uno de los establecimientos más conocidos de la zona es 'Las cosas de Mari y Merche', sinónimo, durante todos estos años, de sabrosos churros prácticamente a pie de mar. Todo ello sin pasar por alto la tradición campista de la localidad, hoy abanderada por el camping Huerta Romero, a escasos metros de la playa entre El Rincón y El Sotillo.
Cuando la tarde comienza a caer, horizonte de poniente es un cerro enorme y oscuro que parece dar un zapatazo al mar; en la playa de Castell refresca y el agua se convierte a esa hora en un puro cristal en el que el pueblo se asoma para ver lo guapo que está para recibir una noche más de verano.
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