Mezquita de Yinguereber. :: M.V.R.
Cultura-Granada

Furia iconoclasta en Tombuctú

Las vandálicas destrucciones recuerdan la barbarie cometida por los talibanes afganos

MANUEL VILLAR RASO

Sábado, 12 de enero 2013, 03:04

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Hay ciudades que en algún momento de su historia han sido grandes y otras que retroceden y se pierden. Tombuctú fue grande en tiempos de Yuder Pachá, cuando nuestro almeriense en 1492 cruzó el Sáhara con un ejército de 4.000 hombres y la hizo española y marroquí durante dos siglos. En aquel entonces la ciudad tenía cien mil habitantes y una universidad con veinte mil estudiantes que competía con Córdoba y El Cairo, pero fue bárbaramente arrasada en varias ocasiones por los pueblos colindantes: mandingas, songhai, bambara, peul y tuareg, envidiosos de su prestigio y legendaria riqueza.

Y hoy, con cuarenta mil habitantes, las atrocidades continúan. La más reciente y salvaje, ha sido cometida por el misticismo salafista del grupo Ansar al Din, socio de al Quaeda, que se ha apoderado del norte del Malí y propugna la destrucción de todas las expresiones de idolatría contra de la unicidad de Dios. El 1 de abril de 2012 los rebeldes tomaron Tombuctú y el primer monumento en ser destruido fue el 'Monumento a la independencia', antigua estatua ecuestre a la que le decapitaron la cabeza y luego destruyeron la plaza que la rodeaba. El 30 de junio Sanda Uld Boumana, brazo derecho de Ansar al Din, informó del inicio de la destrucción de los 333 mausoleos que rodean la ciudad, por considerar los peregrinajes a estos santos lugares «contrarios al Islam». Los primeros en ser arrasados con picos y azadas fueron los de Sidi Mahmud y Sidi Moctar, al grito de Allah Akbar. El siguiente en ser derruido, el más grave para nosotros, fue la hermosa puerta de madera de Sidi Yayia, una mezquita de cuatro siglos de antigüedad, dedicada a este santón español, nacido en Tudela. La puerta siempre había estado cerrada por creerse que llegaría el fin del mundo si se abría y los salafistas le demostraron a la ciudad la falsedad de tal creencia. Su interior guarda los restos de los cuatro pachás sucesores de Yuder, y tan vandálicas destrucciones recuerdan la barbarie cometida contra las dos gigantescas estatuas de Buda, perpetradas en Bamiyan por los talibanes afganos.

Indignación mundial

El 2 de julio el número de mausoleos destruidos eran siete y ante la indignación mundial por la destrucción de Sidi Yayia, el portavoz salafista, Omar Uld Hamaba declaró a la agencia AP que ellos no reconocen la autoridad de la ONU, ni de la Unesco ni de Tribunal Penal Internacional alguno, tan sólo la ley de Dios, que les ordena luchar contra las estatuas, quemar libros y destruir bibliotecas. Y las tropelías no quedan aquí: Se persigue a los cristianos, a los animistas y musulmanes sufíes, se azota a los hombres por comportamientos poco ortodoxos como no llevar la barba; se impone la ley de la sharía a la mujer, obligándola a llevar el velo; se prohíbe el alcohol y los cigarrillos en nombre de su particular interpretación puritana del Corán.

De ahí que la hermosa Tombuctú, la singular 'Perla de las arenas del desierto', patrimonio de la humanidad, agonice de nuevo. Para los talibanes, ninguna superstición puede estar por encima de Alá y el centro de Tombuctú, con sus dos grandes mezquitas, Yinguereber y Sankoré, corran inminente peligro. Yinguereber fue construida por Es-Saheli, se dice que el mejor poeta, constructor y aventurero granadino de todos los tiempos. El emperador Kanka Musa lo encontró en La Meca y se lo llevó con él a Tombuctú, encargándole, previo pago de 54 kilos de oro, la construcción de esta famosa mezquita, hecha de barro cruzado por palos de acacia, modelo de todas las mezquitas del Centro de África, incluso de la más espectacular de todas ellas, la de Gjenné, considerada la Roma del Islam. La segunda mezquita, Sankoré, o 'Señor Blanco' en lengua sonrhai, situada en la plaza del Gran Día, estaba rodeada de 50 medersas y era el centro de los 20.000 estudiantes de su universidad, con una pujante biblioteca de 100.000 manuscritos de los que todavía se conservan 20.000 en el Centro Ahmed Babá, donde se guardan joyas como el Tarik el-Sudán, libro clave del XV, según Ortega y Gasset, que todos deberíamos leer. Pero la guerra contra sus monumentos y la destrucción de sus bibliotecas continúa: El pachá español, Mamhud ben Zergún le envió en el XVI parte de esta biblioteca al califa al-Mansur de Marruecos y, para evitar las guerras intestinas entre sus hijos, los libros se enviaron por barco y, a la altura de Tánger, don Álvaro de Luna los apresó y envió a El Escorial, toda una rocambolesca historia que haría las delicias de Hollywood. Según Manuel Pimentel en 'Los otros españoles', los libros entonces viajaban como el oro a lomos de camello y todavía existen pequeñas bibliotecas en Segou, Kayes, San y Mopti, aunque no sabemos por cuanto tiempo.

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La primera vez que yo fui a Tombuctú, en 1983, en busca de documentación para mi novela 'Las Españas perdidas', se podía pasear libremente por sus calles y por las orillas del Níger, igual que habían paseado los historiadores románticos del XIX en busca de esta ciudad, entonces desconocida en Europa: Gordon Lang viajó en 1826, René Caillié, en 1928, Heinrich Barth en 1853, Oscar Lenz y el español Cristóbal Benítez, autor de una deliciosa crónica, titulada Viaje a Tombuctú, todos en busca de esta ciudad mítica, perdida durante siglos en las arenas.

Pero hablar hoy de Tombuctú es como hablar de aquella ciudad perdida, a pesar de su moderno aeropuerto y de su carretera asfaltada, que hacen olvidar las pesadillas de años atrás, cuando el viaje duraba una semana en todoterreno desde Bamako y dos desde Gao por un desierto que cortaba el aliento. No obstante todo es una ruina y la región, sin recursos humanos, se muere sin remedio, tragada por el gran desierto. Cada tormenta obliga a sus habitantes a reconstruir sus casas de barro. Las arenas han cegado el Canal de los Hipopótamos, que antes llevaba el agua a Tombuctú desde el río, a siete kilómetros de distancia. «Todo es silencio alrededor y no se oye el canto de los pájaros», escribiría René Caillié. Nada queda en pie de su anterior grandeza y lo único relevante para nosotros, según el Profesor López Guzmán, es su arquitectura civil de dos pisos, sus arcos de piedra, celosías y puertas de madera con clavos, que todavía hablan de al-Andalus y nos recuerdan la Granada del XVI. El barrio universitario, donde antes vivían cientos de profesores está semi derruido y la kasba de Yuder Pachá, junto al ayuntamiento, totalmente perdida. Según Jesús Lens, Tombuctú en otros tiempos era un polvorín literario, floreciente de poetas y de conciertos musicales y hoy la ciudad ha perdido a sus poetas, santos y leyendas. Ha dejado de ser la fiesta bulliciosa que yo y mis compañeros de la Universidad de Granada, que en ocasiones me han acompañado, hemos conocido años atrás en calles y plazas y hasta los grandes cantantes del Malí, Alí Farka Touré, Salif Keita, Nawaka Doumbia, Fantana Touré... han dejado de visitarla y, antes cantaban el gozo de la vida en ella, hoy lo hacen desde la distancia con expresiones de dolor, y de una manera sencilla y sin alharacas.

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Manuel Villar Raso es escritor, autor de 'Las Españas perdidas' (1983) y de varios libros que tienen África como eje central, continente del que es un apasionado.

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