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Los vecinos a los que les robaron el sol de GranadaBola de Oro ·
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Los vecinos a los que les robaron el sol de GranadaBola de Oro ·
La construcción de un bloque de quince viviendas tapona y deja en tinieblas a la única corrala al aire libre que queda en la ciudadMaría Luisa se despierta en su vivienda de la Plaza Puntal de Vacares. Desde hace 65 años, lo primero que hace es abrir la persiana para que el sol acaricie su piel. Estira sus brazos y contempla una panorámica de Bola de Oro y la ... Fuente de la Bicha con el río Genil. Si se gira a la derecha en su bostezo, se ve Sierra Nevada con su pico Veleta. Ahora, esta vecina de Granada tiene 67 años y ha cambiado sus hábitos. Desde hace dos años, se despierta en su vivienda de la Plaza Puntal de Vacares y su primera acción es encender la luz.
Su dormitorio antes soleado está ahora completamente a oscuras. El resto de su vivienda, también. La construcción de un bloque de quince viviendas entre el polideportivo Bola de Oro y su casa, que forma parte de la única corrala al aire libre que queda en pie en la ciudad de Granada, les ha robado el sol. «Nos han condenado a vivir en tinieblas», se le escapa a María Luisa con amargura el requiebro.
María Luisa es una de las vecinas de esta corrala ya sin sol. Son dieciséis viviendas en dos alturas, y sabe de lo que habla. María Luisa nació aquí, en casa de su madre, pero en la planta baja. Su madre se llama María y tiene 92 años. Hoy está en el centro de día de la Carretera de la Sierra, y así se evita el estruendo metálico de las obras. «Ha vivido noventa años de sol y ahora lleva dos en la oscuridad».
Hay que comprenderlas. Lo primero que vio la propia María Luisa al nacer, en 1957, fue este sol robado, ya que vio la luz, quizá nunca mejor dicho, en la casa de su madre, en esta misma corrala. Por eso lo siente como suyo, tan adentro.
Antonio tiene también 67 años. Replica la misma vida prácticamente que María Luisa. Nació en esta corrala antes llamada de Quinta Alegre en casa de su madre, Ana, también de 92 años. Lógicamente, también está en el centro de día. «Ayer las llevaron a la Alhambra. Ellas están mucho mejor que nosotros, las tenemos como reinas», se ríe María Luisa.
«Mi madre, cuando empezaron sin avisar hace dos años un lunes, imagínate, de repente ve frente por frente a las siete de la mañana a unos tíos montando una valla. Casi le da un infarto. Se vino aquí con veinte años y antes se asomaba a la alameda y veía el sol. Ahora, veía unos obreros». Así es, «antes tendíamos la ropa en la barandilla, en las clásicas cuerdas. Ahora llevamos dos años, entre el polvo y la sombra, sin tender la ropa en su sitio de siempre».
Hay que imaginarse la estampa: una corrala al aire libre, los tiestos llenos de pilistras, geranios, aloe vera y buganvillas –estas últimas ya se han secado–, y la ropa tendida al aire seco con su olor a lavanda, lejía y ropa húmeda. Una estampa tan de barrio que cambia con los tiempos. Una Granada que se construye frente a otra Granada que se destruye. Sin embargo, y pese al torbellino de denuncias que han presentado los vecinos, alguna de ellas todavía en curso en el TSJA, el bloque de pisos cuenta con la preceptiva licencia municipal y tiene todos sus papeles en orden.
«Si no enciendo las luces en casa no veo ni tres en un burro, cuando antes tenía toda la luz del mundo. Ya no voy ni a las vistas, es que me han puesto una pared delante de mis narices y la han pintado de color oscuro», cuenta María Luisa. «Esto era como un pueblo dentro de Granada, recuerda Antonio, son dieciséis viviendas más la placeta del Puntal de Vacares. Llegabas del colegio y le preguntabas a tu madre»:
–¿Mamá, que hay para comer?
–Lentejas, hijo
–¿María, tú que has hecho?, preguntabas a la vecina
–Huevos con papas.
–Mamá, que me quedo a comer con la María.
Estos recuerdos de Antonio también desaparecen como la luz del sol. «Aquí ni se cerraban las puertas. Imagínate ahora que se acerca cómo eran las Navidades, todos con los villancicos».
Ya no es para María Luisa, Antonio, Ana o María la pérdida de calidad de vida, del sol que calienta el alma, de las vistas que endulzan un día cualquiera más complicado de lo que debería. Es que se pierde un modo de vida y la corrala se quedará, se está quedando, se queda sin personalidad y sin vecinos. «Claro está, nuestras viviendas han perdido valor, mientras que un ático del bloque de enfrente sale por un kilo de euros».
María y Ana tienen 92 años. Llevan aquí desde los veinte. María Luisa y Antonio van camino de los setenta años de edad. Se quedarán aquí también hasta el último día. «No creo que nadie quiera venir aquí a vivir, y menos familias jóvenes con hijos. No es ya un lugar para vivir. Se alquilarán y vendrá quien pueda».
De la obra sale mucho ruido. Taladros, martillazos y demás. Entre el torrente emerge una pequeña melodía que sale de la radio. Suena Nacha Pop, banda mítica de los años ochenta, que parece autoinvitarse a este epílogo de un pequeño barrio de Granada que desaparece lentamente, como un velero en el horizonte de la mar. «La luz de la mañana entra en mi habitación, tus cabellos dorados parecen el sol», se escucha el estribillo. Como el viejo himno de la movida, nada más que un recuerdo aquí, en la corrala sin sol.
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