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Elena Correa, jefa del departamento de restauración de la Alhambra trabaja casi tumbada sobre la pila de los Arrayanes. El agua está cortada y también ... el flujo de los hasta 8.000 visitantes diarios que recorrían el monumento en una jornada normal. Ahora el silencio manda en el imperio del mármol blanco, las yeserías trabajadas y las policromías ocultas por el tiempo. La restauradora coge muestras de la fuente pequeña que desemboca en la alberca, de la que salen monedas irreconocibles, botones y pendientes, en otro de los trabajos que ahora se realizan. Si los turistas estuviesen conquistando el monumento con sus cámaras, Elena Correa no podría ser un elemento distorsionador y no podría, con el bullicio, dedicarse a averiguar cuántas capas de carbonato tiene la fuente y cómo está el mármol, para una posterior restauración. Otros dos trabajadores se dedican a la reparación del desagüe de la alberca de este patio para ocultar el tubo de abastecimiento, una tarea para la que no encontraban el momento con el monumento abierto.
La Alhambra aprovecha este segundo cierre al público para realizar actuaciones de mantenimiento y restauración que son inviables con las puertas abiertas o que requieren de mucha más parafernalia. «Como la Alhambra no cierra algunos trabajos se realizaban de noche y con estructuras como andamios-puente para seguir permitiendo el paso», apunta Ramón Rubio, jefe del servicio técnico del taller de yeserías y cerámica.
El Patronato de la Alhambra y el Generalife, que dirige Rocío Díaz, mantiene activa una veintena de obras de mantenimiento y conservación, algunas de las cuales, no podrían haberse realizado con el tránsito normal del monumento. Entre estas obras que necesitaban la tranquilidad de un confinamiento están la reparación del pavimento a la entrada del Partal, el cambio de iluminación de la Torre de la Vela, el mantenimiento de las yeserías del patio de Arrayanes o el cambio del pavimento de la sala del Mexuar, uno de los lugares emblemáticos de la visita pública, en la que ahora tan solo hay trabajadores sustituyendo las losas del suelo.
La Alhambra, cerrada por las restricciones sanitarias desde el martes 10 de noviembre, está ahora 'tomada' por los trabajadores alhambreños que se sitúan en andamios que hubiesen resultado incómodos para los visitantes, y realizando tareas que podrían interrumpir a los turistas. «Por este arco pasan miles de dedos a diario y ahora es el momento adecuado para realizar la reparación de la yesería», comenta Ramón Rubio, refiriéndose a unos trabajos que se han terminado estos días.
Con pasión trabajan María José Domene, jefa del taller de restauración de madera, y su equipo, que reparan tranquilamente una ventana –ciega– de la sala de Dos Hermanas por donde ahora no pasa ni un alma. También le están sacando la policromía de las tablas que hay en la entrada a Arrayanes desde la puerta del Príncipe. «Son tareas que nunca se habían hecho y gracias a ellas, las maderas recuperarán su color», expresa la jefa de esta sección que trabaja con total tranquilidad cambiando de andamio sin toparse con nadie. La maquinaria que nunca se ve tiene ahora mucha presencia. Durante estos días sin visitantes se repara por ejemplo la alpañata (el suelo terrizo) de todo el conjunto monumental y se reponen ladrillos, se cambia el adoquinado o se colocan nuevas luces en Carlos V.
En la Sala de los Reyes comienza a aparecer el color, donde antes había yeso blanco. Rubio cuenta que hay policromías, originales del siglo XIV, que se taparon en el XIX y que ahora pueden rescatarse realizando esta restauración minuciosa desde lo alto del andamio. Sin turistas, sin cámaras, sin pisadas ni huellas, la Alhambra se conserva y se restaura para relanzarse con más fuerza cuando vuelva a abrir sus puertas y estos trabajadores se mimeticen y conviertan en parte del entorno de manera invisible.
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