Pepe Marín

«Tengo que ver a mi agresor sexual en carteles y marquesinas»

Una víctima de violencia sexual en el teatro explica las secuelas con las que lidia a diario. El hombre, aunque fue condenado, continua en la industria

Domingo, 8 de diciembre 2024, 00:00

Hay sueños y vidas que se desvanecen antes incluso de que se apaguen los focos. Julia, nombre ficticio, es víctima de abuso y agresión sexual. Sufrió violencia machista en 2015 a manos de su jefe y profesor, en una compañía teatral y cultural granadina. El ... hombre fue condenado por estos hechos y por acosar a otras tres jóvenes en el mismo proceso judicial. Aún así su cara aparece en marquesinas y carteleras de la ciudad porque sigue vinculado al mundo del espectáculo. La afectada relata a IDEAL los episodios que, lamentablemente, tuvo que soportar y las secuelas psicológicas que arrastra. Después de varios intentos de suicidio, a día de hoy tiene depresión, pero se encuentra estable y con ganas de salir adelante, desvinculada por completo del sector.

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Él tenía cuarenta años y ella era mucho más joven. Las inquietudes por las artes escénicas llevaron a Julia hasta la empresa de su agresor. El individuo la enganchó para que fuera alumna en un curso de gestión emocional. Aseguró que en pocos meses estaría en una de las obras que representaba en el teatro Isabel La Católica, entre otros engaños. La mujer acudió al taller y en la última sesión faltaron alumnos. Se quedó a solas con el profesor, junto a otra compañera, que denunció también al hombre en otro proceso distinto. El docente pidió que se tumbaran en el suelo, cada una en una punta.

«Me repetía que él podía ayudarme con mis problemas mientras me agarraba del cuello»

«He dejado por completo ese mundo. Me da miedo. Tengo depresión y he intentado suicidarme a raíz de la agresión»

«El miedo tiene que cambiar de bando. Si se lo hace a otra chica, estará mi caso y la creerán»

«Escuché cómo la besaba. De pronto lo sentí encima de mí, me manoseó y me tocó los genitales por encima de la ropa. Me besó y yo recuerdo que arañe el suelo con fuerza», dice con la voz llorosa. El hombre les pidió que se relajaran y justificaba su actitud con que era una sesión avanzada. Sin embargo, Julia salió de allí confundida. No sabía si lo que había presenciado era normal en un sector que trabaja con el cuerpo y las emociones.

La joven atravesaba una mala situación económica y personal y, antes del curso, aceptó un trabajo en la compañía de su agresor. «Con otras compañeras era muy sutil. Hacía cumplidos o le escribía por whatsapp, pero a mí me miraba el escote y encontraba en el teléfono llamadas suyas a una hora rara». Una tarde de verano, su jefe apareció borracho. Ella estaba sola. «Cerró la puerta con la llave y se sentó en el mostrador donde yo estaba. Empezó a preguntarme cosas personales. Dijo que necesitaba otra cerveza y me cogió del brazo con ímpetu y me arrastró hasta la sala de abajo».

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El hombre empezó a comentar su atuendo. Ella evadía sus preguntas intentando mantener la cordialidad, al fin y al cabo era su jefe y necesitaba el trabajo. Había abuso de poder, el se aprovechó de su situación. La mujer le evadía dentro de la sala, pero la seguía. A sus preguntas impertinentes, la mujer contestaba con evasivas. Julia le dijo incluso que no estaba interesada en los hombres en ese momento.

La joven trató de salir de la habitación, pero él la asió del brazo con fuerza para impedirlo y le dio la vuelta. «Supe entonces que de ahí no podía salir fácilmente, que él iba predispuesto a lo que fuera». «Puso mi culo contra su pene y metió su mano en mis partes», comenta. «Entonces disocié completamente, no me creía que eso me estuviera pasando a mí. Me llevó a otra sala y tengo algunas cosas bloqueadas», señala.

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El sujeto la tumbó en el suelo y le quitó la ropa. «No paraba de repetirme que él podía ayudarme con mis problemas mientras me agarraba del cuello. Estaba tumbado encima de mi, pesaba mucho y yo tenía miedo», indica. «Se restregó en mis genitales y se tocó. No paró hasta que acabó», cuenta.

La mujer salió de ahí con la idea de fingir normalidad y en estado de shock. El hombre le hizo dos tocamientos más otros días en la oficina y ella le pidió que no lo repitiera en ambas ocasiones. Cuando cumplía un mes en el trabajo, no soportaba más y se enfrentó a él. Renunció a su puesto. «Me dijo que no iba a conseguir nada en esa ciudad. Él se habría encargado de ello», añade. Llegó a casa y empezó a quedarse más tiempo en la cama. Lloraba días seguidos. Sus compañeras de trabajo empezaron a comunicarle que estaban viviendo episodios parecidos. Ella se sinceró con una de las chicas, fue quien le abrió los ojos y puso nombre a lo que este individuo le hizo.

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«Me dijo que era muy grave lo que me había pasado. Siento mucho asco. Fuimos a un sindicato, nos atendieron y animaron a acudir a la Policía Nacional», rememora. La declaración duró siete horas. A Julia le salió todo lo que había vivido a borbotones y a sus tres compañeras también. Cuando terminó no tenía la decisión todavía de poner la denuncia hasta que un agente le dijo: «Si no lo haces va a seguir haciéndolo». Eso fue determinante para ella.

El hombre admitió los hechos en un proceso de conformidad y fue condenado por ello a un año de prisión por el delito de agresión sexual, nueve meses adicionales de multa por dos delitos de abuso sexual y tres meses de sanción por los tres delitos de acoso sexual. Además tuvo que indemnizar a las víctimas, pero no entró en prisión.

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«El proceso fue duro y me sentí cuestionada. Antes de entrar al juicio me fallaron las fuerzas para enfrentarme a eso, así que accedí a llegar a un acuerdo», señala. Julia se ha desvinculado por completo de las artes escénicas. «Me da mucho miedo. Tengo estrés postraumático y depresión. He tenido problemas alimenticios y he estado un año sin trabajar. Ha cambiado mi vida», confiesa.

«Es jodido que él esté feliz, que no haya tenido consecuencias prácticamente y yo esté como estoy. Encima tengo que ver su cara en las calles de la ciudad». Pese a todo, no se arrepiente de denunciar y anima a todas las víctimas a hacerlo. «El miedo tiene que cambiar de bando. Si se lo hace otra chica, estará mi caso y se pudrirá en la cárcel. Me gusta creer que he allanado el camino porque si hay otras víctimas tendrán respaldo. Ojalá nadie viva lo que me pasó», concluye.

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