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El verano en mi país
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El verano en mi país
«El verano en Suecia es una nostalgia romántica»En invierno en Suecia hay una media de seis horas de sol al día. Este dato permite comprender lo que significa para los suecos los cambios de estación y la llegada del verano. Martina Johansson, el apellido más común en Suecia, nació en Nyköping, a ... una hora al sur de Estocolmo en 1975 y vive en Granada desde el año 2003. Vino de Erasmus y se quedó. Solo tenía que mirar al cielo para buscar una razón poderosa. Hoy, en pleno mes de julio, sonríe mientras bebe cerveza en una terraza a la sombra en el río Genil. «El verano en Suecia es una nostalgia romántica», explica mientras hace memoria. Sabedora después de tantos años en Granada de lo que significa el sol en la cultura mediterránea, rescata sus versos favoritos para compartir lo que se siente en Suecia cuando se percibe el cambio del invierno al verano:
«Claro que duele / Sí, claro que duele cuando se abren los capullos / ¿Por qué, si no, habría de dudar la primavera? / ¿Por qué enredarse en la palidez amarga y gélida / toda esa ardiente añoranza nuestra? / El capullo fue escudo en invierno / ¿Qué es lo nuevo, que consume y quiebra? / Sí, claro que duele al abrirse el capullo, / duele por lo que crece / y lo que cierra». Se trata de 'Ya es el tiempo de la inmensa espera', Poesías reunidas de Karin Boye, traducción de Carmen Montes, «que habla sueco mejor que yo», dice de esta traductora que ha conocido en Granada.
Con las propias palabras de Martina, cuenta que la naturaleza se despierta después del largo invierno. «El alma de la gente se despierta tras la hibernación, y desea el contacto con la explosión de la naturaleza». Aparecen entonces los recuerdos. «El olor de las lilas yendo al colegio en bici antes de las vacaciones de verano, que era como intoxicarse de bella naturaleza». De repente, Martina encuentra la palabra:«Euforia».
Una vez llegado el verano en Suecia, llega cierta calma. «En Suecia aprovechamos para trabajar cuando somos jóvenes». A los catorce años trabajó de jardinera en la empresa de su padre. A los quince años, de recepcionista. Lo alternaba con las vacaciones familiares. «Con cinco años mis padres compraron un barco, chiquitito chiquitito. Mi padre, que no es carpintero, hizo una chapuza para que los cinco, papá mamá y tres hermanos, pudiéramos dormir como sardinas en lata. Nos íbamos a las islas del mar Báltico, que hay cientos de ellas. Era una gran aventura, no había nadie, y nos subíamos a los árboles». Martina ahora reflexiona. «Me doy cuenta de la suerte que he tenido. Nos queríamos muchos y lo pasábamos muy bien. Y lo llevo conmigo».
De las islas, a Europa. «También de pequeña nos fuimos en coche por Francia, Alemania y el Benelux. Siempre eran viajes culturales, los castillos de Francia, cada museo de guerra, todas las iglesias. Mis amigas se iban con sus padres a Mallorca y a Canarias. Nosotros nunca hicimos vacaciones de playas hasta que con quince años mi hermana y yo convencimos a la familia para ir a una playa. Fuimos a Creta dos años y seguidos».
«Las últimas vacaciones, antes de irme de casa para estudiar en Londres, mi hermana y yo, vimos que mis padres se iban a Suiza, y nos dimos cuenta que eran las últimas vacaciones que pagaban nuestros padres. Y nos apuntamos». Martina dejó Suecia, estudió en Londres y vino a Granada, pero antes de despedirse, comparte un pequeño secreto. «Una cuestión muy importante del verano en la infancia en Suecia era que iba con mi amiga Sofía a casa de sus padres, cerca de un lago. Allí la gente se acuesta muy pronto, pero nos despertábamos de madrugada, para ver el amanecer y nos bañábamos de noche en el lago en pelotas».
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