Fueron estos campos y estas tierras con sus frutos, los que precipitaron la implantación entonces de la red provincial de tranvías de Granada, que tanto favorecieron el transporte de los productos recolectados, haciendo de la nuestra una tierra próspera y rica
TITO ORTIZ
Martes, 8 de mayo 2018, 02:00
Para el Metropolitano en Vicuña, y dicho así, pareciera que nos apeamos en A Coruña, o tal vez en alguna zona perdida de Asturias, pero ... la realidad es que estamos en el corazón de nuestras haciendas, en uno de esos espacios que dos siglos atrás eran el síntoma de la prosperidad y las buenas cosechas. Cortijos con numerosos peones en plantilla, que para la siembra o la siega se multiplicaban viniendo de sitios lejanos. Hablamos de grandes cortijos, que aquí ascienden a la denominación de 'caserías' para mayor honra y prestigio de sus propietarios. En estos parajes aún se mantiene el señorío del latifundio, que abarca la diversidad de sus cultivos, pues unida a la historia de la Casería Vicuña está la estampa de sus históricos secaderos de tabaco, lo mismo que su especial construcción, que a veces pudiera parecer una Quinta de recreo pero que en realidad es una explotación agrícola y ganadera con estancia para los señores y los labriegos. Con esa especial arquitectura que a veces nos pudiera retrotraer al neomudéjar, de paredes encaladas, con parras en enredadera que dieran sombra en verano a porches de entrada. Nobles caserías como las lindantes entre las que destacan la de 'Titos', con su torre mirador del secadero, su construcción de ladrillo con vivienda de pilastras y su acreditada almazara. O la de 'El Duende' que, en aquellas pasadas centurias, presumía de tener el mejor alambique de la comarca. Hablo de los siglos XIX y XX, cuando Granada presumía de una agricultura boyante en la que destacaban los cereales, la remolacha y el vino, cuya producción con los años llegaría casi a desaparecer. Y fueron estos campos y estas tierras con sus frutos los que precipitaron la implantación entonces de la red provincial de tranvías de Granada, que tanto favorecieron el transporte de los productos recolectados, haciendo de la nuestra una tierra próspera y rica que llegó con ese impulso a inventarse una arteria imprescindible como la Gran Vía de Colón. Hoy el metropolitano vuelve a cruzar aquellas tierras prósperas, aunque no exento de sobresaltos.
El pasado miércoles día 25 a eso de las once de la mañana, el conductor del tren 308, cerca de la estación de Sierra Nevada, se encontró a una dama que ufana caminaba delante del tren, pisando el rail derecho y sin hacer caso a las señales acústicas, hasta el punto de que el hombre tuvo que detener el metro y accionar el otro pito más agudo para que la ciudadana se apartara. Cuando por fin logró que saliera de las vías, ésta lo miró con cara de extrañeza y siguió deambulando por los raíles en cuanto la sobrepasamos. Pero todavía nos quedaba otro susto. A la entrada de Armilla, a la altura de la iglesia de San Miguel, otra cruzó por delante a escasos metros sin ver que se le echaba encima el tren, enfrascada en una conversación telefónica a voces con el móvil a la altura de los ojos. De nuevo tuvo que frenar y dejarla viva; no es cuestión de ir sembrando de cadáveres el trayecto por muy descerebrados que sean los peatones que, con su inconsciencia, ponen en peligro su vida y la de todos los que viajamos en el metropolitano. Hay gente que le tiene poco aprecio a eso de vivir, a la que le atrae esta infraestructura y no duda en interponerse en su camino. Yo los he visto. Un diez para los conductores del metropolitano, que no ganan para sustos. ¿Nos acostumbraremos algún día a convivir con el metro?
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