Dar vida al borde de la muerte
Embarazos covid ·
A Carolina y Mari Carmen les tuvieron que forzar el parto por el cuadro de covid tan grave que tenían. El anhelo de conocer a sus recién nacidos fue el impulso que logró que recobraran su saludEmbarazos covid ·
A Carolina y Mari Carmen les tuvieron que forzar el parto por el cuadro de covid tan grave que tenían. El anhelo de conocer a sus recién nacidos fue el impulso que logró que recobraran su saludJorge y Daniel nacieron casi al unísono. Con dos días de diferencia. No son hermanos, pero sus primeros 'pasos' de baile en esta vida los están dando al mismo compás. Tienen dos meses, fueron alumbrados en el Clínico San Cecilio por cesárea y acabaron en una incubadora, uno al lado del otro, mientras sus madres peleaban en la UCI a vida o muerte con la covid-19. Mari Carmen y Carolina se contagiaron el pasado mes de abril y cogieron uno de los últimos trenes que sorteaban con destino al hospital. Jóvenes veinteañeras y sin patologías previas, se vieron un día pugnando con sus bebés por un oxígeno menguante en un organismo que estaba al límite por el coronavirus. Una situación crítica que acabó con final feliz gracias a la medicina y al poder de ser madres, añaden ellas, que fueron compañeras de UCI sin saberlo.
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La madre de Jorge (26 años)
La madre de Jorge lleva tatuada en la piel la palabra 'resiliencia'. Y quizá sea la que más define sus últimos meses de existencia. Desde hace unas semanas ve más intensos los colores de una vida que frente a sus ojos se muestra llena de gracia desde que nació su pequeño. Mari Carmen, de 26 años, está viva en parte gracias a él. Lo mira con pasión mientras recuerda aquellos infaustos días del mes de abril.
Le pasó lo que a muchos. Se cruzó con el coronavirus y a punto estuvo de no contarlo. Pero su situación fue todavía más dramática, pues se contagió en el último tramo de su embarazo, lo que complicó aún más las cosas. Concretamente había cumplido las 33 semanas cuando bajó de Valencia a Armilla a pasar lo que le quedaba acompañada de la familia. La mala suerte apareció sin avisar en una comida que compartió con su hermano. «Estaba regular, pero parecía que tenía un simple resfriado o que era algo de alergia», explica la madre de Jorge, quien desgraciadamente falló en su diagnóstico. Su hermano estaba contagiado y el virus no tardó en extenderse por su casa y por Mari Carmen, embarazada de un bebé que además venía prematuro.
Ella llegó un viernes 2 de abril a Granada y tres días después ya tenía fiebre. Al día siguiente llamó al ambulatorio y fue allí donde se enteró de la peor de las noticias: era positiva en covid-19. Con el «miedo» en el cuerpo regresó a su casa. Pero la fiebre insistía. «El martes fui positiva y el viernes tuve que ir al hospital», recuerda. Pero la covid ya no era la mayor preocupación de los médicos, pues habían empezado las contracciones. «El objetivo era que no me pusiera a dar a luz porque al niño le faltaban aún dos meses de desarrollo», cuenta esta madre, a la que le explicaron que su organismo infectado quería expulsar al pequeño porque el oxígeno que compartían empezaba a escasear.
Mari Carmen (Madre de Jorge)
Consiguieron frenar los impulsos naturales de su cuerpo y a los tres días le dieron el alta. La situación estaba controlada. O al menos eso parecía. «Al llegar a casa me puse otra vez muy mal, fatal, con mucha fiebre. De repente me vi a las tres de la madrugada sin poder respirar, por lo que al día siguiente volví a ingresar y me dijeron que tenía una neumonía bilateral», cuenta esta chica, joven de 26 años, deportista y sin patologías previas.
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La situación era crítica por la covid y por el parto. «Era el niño o yo», recuerda Mari Carmen. Su estado de salud había dado un giro de 180 grados de forma repentina. Su vida peligraba y tuvo que tomar la decisión más difícil, o quizá más fácil, de toda su vida. Había que dar a luz porque no había oxígeno para los dos. El niño ya estaba preparado. Entonces le plantearon si quería arriesgarse a parir antes de la intubación o ya después de haberla sedado. «Me dijeron que, o me hacían una cesárea con epidural y así podría ver al niño dos minutos, y después ya sería cuestión de ver si sobrevivía o no, o que directamente me sedaban y que, ya dormida, me practicaban la cesárea», explica esta granadina, quien reconoce que en todo momento estuvo en «shock».
En apenas unas horas había pasado de estar en casa, a verse en la UCI en mitad de la encrucijada. Hasta tuvo que llamar a sus padres para despedirse. «No se lo creían hasta que no hablaron con la matrona. Yo no tenía fuerzas, no podía hacer nada, solo quería que mi hijo estuviera bien», cuenta Mari Carmen, que eligió ver a su bebé y que, ya después, pasara lo que tuviera que pasar.
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Jorge nació «perfecto y con los ojos muy abiertos» a las 1.35 horas del pasado 15 de abril. Y gracias a que lo hizo, su madre empezó a saturar mejor. Tanto que al final no la sedaron. En los siguientes seis días estuvo en la planta de críticos mientras que su hijo se desarrollaba por su cuenta en una incubadora. Tras la operación y ya bajo tratamiento, se encontraba derrotada, pero hubo un motor que impulsó su recuperación:las ganas de reencontrarse con su bebé. Mari Carmen mejoró y mejoró hasta que le dieron la noticia «más bonita y a la vez más triste» del mundo.
Podía irse a casa a terminar de curarse y podía llevarse a su hijo, pero sin tocarlo, pues tenía un nivel de contagiosidad muy alto. «Lloré mucho», cuenta esta joven, que estuvo diez días aislada en una habitación de su casa hasta que le repitieron la PCR. Ya no contagiaba. Fue entonces cuando Jorge recibió el primer beso de su madre, tres semanas después de haber nacido. Mari Carmen explica la felicidad que sintió en una sola frase:«Si me hubieran dicho que ese iba a ser el último día de mi vida no me hubiera importado. Me habría ido a la otra vida muy feliz y en paz».
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Hoy Jorge crece con normalidad ajeno a los acontecimientos que le tocó vivir en los primeros días de su vida. Nunca se contagió. A su madre, en cambio, le han quedado secuelas en los pulmones. Va al neumólogo y aún está asustada por el virus, pero nada es capaz de borrar ahora una sonrisa luminosa y permanente que no consigue tapar ni la mascarilla.
La madre de Daniel (25 años)
Daniel es muy bueno y también «comilón». Solo se queja un poco cuando le suenan la nariz. En su tierna vida de dos meses ya le han hecho tres pruebas PCR y, claro, ha desarrollado algo de rechazo a que le toquen las narices, por el momento de forma literal. Para detectar las huellas que le ha dejado la pandemia a su madre se necesitan dos cosas: una radiografía –pues tiene sus pulmones aún dañados por la covid– y escucharle hablar sobre todo lo que rodeó al parto de Daniel.
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Su relato no comienza en elClínico San Cecilio, sino en la calle. De repente un sábado ocurrió algo extraño. Por primera vez en su vida interrumpía una jornada de compras por no encontrarse bien. «No me apetecía ir de tiendas, era como una sensación de ahogo. Entonces empecé a preocuparme», recuerda esta palentina afincada en Granada desde hace dos años. Carolina, con un embarazo de 36 semanas, llevaba unos días en los que respiraba peor, incluso a veces se ahogaba hablando. Pero lo dejó pasar hasta aquella mañana, en la que acabó en las Urgencias del Clínico.
No tenía nada de fiebre, solo algo de ahogo. No había tenido contacto con otros positivos, al menos que ella supiera, por lo que se sintió muy sorprendida, no ya del positivo, sino por la gravedad de su diagnóstico: tenía una neumonía bilateral. Una noticia que le cayó encima como una tempestad. Y aún le quedaba otra, tenía que dar a la luz en ese preciso instante si quería salir viva del trance.
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Carolina (Madre de Daniel)
Para tratar su cuadro grave de enfermedad era preciso adelantar el parto. Entonces la aislaron. «Cuando vi el panorama, me asusté. Veías a los sanitarios con los trajes EPI y toda la parafernalia. Era todo lo que ves en la tele, pero contigo de protagonista», explica esta mujer de 25 años, que tuvo que vivir todo aquello completamente sola. Por eso no le dijeron el verdadero cariz que estaban tomando las cosas. Solo que sopesaban hacerle la cesárea para tratarla bien. A sus padres le dijeron la verdad por teléfono: su hija estaba muy grave. El terror y la impotencia se instaló en esa casa.
ACarolina le cuesta hablar de esas horas de su vida. Hay dolor y miedo, pero también no deja de ser fruto de otra secuela que arrastra. Cuando se pone nerviosa siente que le falta el aire. Y recordar todo aquello es como accionar el interruptor que libera la inquietud. Pero continúa.
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Su hijo vino al mundo por cesárea el 17 de abril de 2021. Lo hizo ese mismo sábado en el que se había ido a ver tiendas como si nada sin tener ni idea de todo lo que le tocaría vivir horas después. Incluido el momento en el que, por primera vez, pudo ver a Daniel. Explica que aquello fue una explosión emocional. Sintió «mucho amor», pero también «susto y miedo» porque no sabía cómo evolucionaría todo.
Lo primero que sucedió entonces es que se tuvieron que separar. Ella fue a la UCI y él, a la incubadora. Los dos solos, cada uno en una zona del hospital, lejos, echándose de menos. Carolina tras el parto empezó a respirar mejor y salió de la unidad de críticos. «Avancé muy rápido por las ganas que tenía de verlo», señala ella con luz en los ojos. Pocos días después le dieron la mejor noticia. Se podía ir con su hijo a casa. Y aunque le dijeron que ya apenas contagiaba, que regresara tranquila, a ella no dejaba de retumbarle una pregunta en la cabeza:«¿Y si contagio a mi Daniel?». Fueron momentos de duda y miedo. «No sabía si darle un beso a mi hijo. Solo hacía darle vueltas a la cabeza», cuenta ella, a la que se le fue pasando todo en la paz del hogar, donde se recuperó a la velocidad del rayo.
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Dos meses después se come a su hijo a besos.
–¿Cómo le contará a tu hijo todo esto?
–Le contaré que vino al final de la pandemia, pisando fuerte.
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