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Un día en la vida de los refugiados en el hotel de la pequeña Ucrania comienza al punto de la mañana. El establecimiento se encuentra en el centro de la ciudad de la Alhambra, acoge a quinientos refugiados ucranianos desde el mes de abril en un proyecto gestionado por Cruz Roja. Cada persona tiene su propia historia para contar, sus lágrimas para llorar, y su esperanza de volver a Ucrania, lo que supondrá que la guerra ha terminado.
El día comienza con el desayuno. Como si fuera un hotel cualquiera, van bajando por turnos al comedor donde desayunan y se preparan para enfrentarse a otro día raro más, en un país y una ciudad que no son los suyos, entre la adaptación a España y el contacto con su tierra. El porcentaje de este medio millar de personas es en un 90%femenino. Los hombres combaten en la guerra para frenar la invasión de Rusia. Llegaron tras el estallido de la guerra y, mayoritariamente, llevan desde el mes de abril en este hotel de Granada. Aterrizaron con las maletas vacías y el corazón lleno de dolor.
Por ejemplo, Svitlana, de 47 años. De Bucha, cerca de Kiev. Viuda, porque su marido murió de cáncer. Tiene tres hijas. Llegó a España en abril, dos o tres semanas después de la guerra con una de las tres hijas (13 años). «Las otras dos se quedaron en Ucrania, porque sus novios están combatiendo contra Rusia, y las chicas están enamoradas y les apoyan y se han quedado con ellos».
–¿Cómo es la vida en un hotel en Granada viniendo de Ucrania?
–(Se le caen las lágrimas de emoción). Agradecemos a Cruz Roja su trabajo. El clima es fenomenal, dormimos con la ventana abierta, lo que en Ucrania es como imposible. (Y se ríe). De 7.30 a 9 es el desayuno, con café, bizcochos, tostadas y yogures. Me encantan las tostadas con tomate y aceite de oliva. Luego nos reunimos con el personal de Cruz Roja y buscamos pisos para compartir. Cumplimentan los documentos, las citas con los médicos. El resto del tiempo, paseamos por la ciudad y venimos al parque.
Tienen libertad completa de movimientos, pero hay una regla.«No podemos estar fuera del hotel más de 72 horas. Es la forma de controlar de Cruz Roja para que exista un orden en las personas que están sujetas al programa. Y para gestionar bien los recursos económicos», explica. Tras el desayuno, las burocracias y los paseos, llega la hora de comer. «Me encanta el pan», y gesticula con las manos. Se refiere a los bollos de pan.
«Por la tarde, se ríe, descansan, ven la tele y ensaya sus canciones, porque Svitlana tiene en Ucrania un grupo de folk rock. Cruz Roja les ha proporcionado un cuarto que hace las veces de sala para conciertos en el hotel. Es tan buena que los empleados del hotel y los de Cruz Roja van a escucharle. El resto de la jornada se completa, mientras los hijos e hijas están en el colegio, con los cursos de español, que reciben durante tres horas dos días a la semana. Los fines de semana, hay cine infantil para todos. También se preparan las fiestas para la celebración de los cumpleaños en el hotel, con globos, y tartas, dulces y música.
Realmente, la ayuda que proporcionan a todo este colectivo las distintas organizaciones y administraciones es fundamental para sobrevivir. Unos ejemplos que destacan son los billetes de bus para ir a la playa y hacer diversas excursiones. «Este verano hemos estado cuatro o cinco veces. También hemos recorrido las iglesias de Granada y los monumentos históricos. También hay visitas gratuitas los domingos a la Alhambra».
Respecto a la ropa, en el ropero de Pedro Antonio de Alarcón encuentran gran variedad y, asimismo, disponen de 90 euros por persona para comprar. La Junta también ha dado bonobús de 50 euros para el transporte público. «Nos ayudan mucho la Cruz Roja y las parroquias». La última actividad en llegar ha sido una escuela de bailes gratuita. Así que entre las cales de español, los cumpleaños, el cine, los paseos y la música, los días van pasando, eso sí, en paz.
Cada habitación de este hotel de la pequeña Ucrania alberga al menos una historia. Karina, de 45 años llegó con dos hijos, de 15 y 17 años. Su marido está en Ucrania, en la ciudad Nikolaev. «La bombardean un día sí y otro también. A diario. Es terrible». Su resumen de la situación es cordial. «Mi vida en el hotel no tiene riesgo, se ríe, y respira profundamente. Es lo más importante. Aquí estoy muy tranquila, y por mis hijos también».
Un día normal para esta madre y sus hijos pasa por que sus hijos son músicos, el más joven, se vino con su saxofón, y da clases on line con su escuela en Ucrania. «Se está preparando para el instituto». Y el mayor es guitarrista. Aquí ha encontrado una compañía de teatro y toca con ellos los jueves.
Tras cuidar de la familia, reconoce que como no se relaciona demasiado con sus compatriotas, habla mucho con su gente de Ucrania, por videollamada. «Estamos preocupados. Siempre estamos pendientes de nuestras familias, porque están todo el rato bombardeando. Queremos siempre saber qué pasa y qué tal están».
Quiere agradecer a España la ayuda a Ucrania. «Cuando salimos de Ucrania dejamos todo y nos lo han dado todo, comida, zapatos hasta arreglarle la boquilla del saxofón a mi hijo, gracias a una tienda de música. Gracias a vosotros tenemos comida, zapatos, techo y paz».
Elena y Ana, de 34 y 42 años, son de Jarkov y Lugansk. Elena vino con dos hijos de 4 y 10 años y su hermana que se ha vuelto a Ucrania con su hijo. Ana, con un hijo de 8 años. Ambas están muy agradecidas con la labor de Cruz Roja. Pero no solo echan de menos Ucrania. «Falta un sitio privado, sin reuniones, sin horarios. Falta privacidad. Nos falta vivir como queremos, sin horarios. Nos falta un espacio para estar como en nuestra casa». Pero entienden la situación.
Granada, ciudad turística y de ocio por definición, ofrece muchas posibilidades, que sin embargo escapan a los refugiados ucranianos. «Hay muchísimos sitios en Granada para tomar cervezas y divertirse, pero no tenemos dinero para esto», comparte Ana. Elena reconoce que solo ha salido dos veces en todos estos meses. Una vez con sus hijos y amigos para tomar tapas y otra vez a una discoteca con sus amigas. «Pedimos una cerveza y cocacolas. Y de tapa, patatas fritas con una burguer pequeña y queso».
Ana ha mejorado ahora su situación porque le han regalado una bici y está todo el día paseando Granada con ella. Su cumpleaños es como una película. Empezó con el amanecer en el Mirador de San Cristóbal. Luego fue andando a Atarfe con un amigo y su bici a recoger la que le habían comprado entre todos. Yvolvieron juntos pedaleando. «Se nos fue casi todo el día en ir y volver». Remataron la faena con una botella de champán de oferta en un un parque de Granada. «No pude ser más feliz».
Buena maña tiene Yuri Melnyk, refugiado desde 2017, cuando empezó la guerra en su territorio. Es de Lugansk, la provincia ocupada por Rusia junto al Donetsk. «Es nuestro transportista y ayuda en todo», sostienen sus compatriotas de la asociación 'Gloria a Ucrania'.
Los refugiados que llegan a Granada tienen la posibilidad de apoyar a sus familiares enviando ayuda humanitaria personal, y también recibir correspondencia y documentos. Lo organiza Yuri, sobre todo con los compatriotas del hotel, porque es el primer sitio donde llegan. Yuri es la conexión entre Ucrania y Granada. Yahora necesitan que se les alquilen pisos para que las familias vivan juntas. Y, como al principio, «también necesitamos sacos de dormir, chubasqueros, chaquetas y abrigos de hombre, tiendas de campaña individuales, cargadores, baterías de todo tipo, guantes y todo tipo de ayuda». En Ucrania, la guerra no ha terminado.
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