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El reloj marca las nueve y diez de la noche. Llueve en Granada, pero Pedro Antonio de Alarcón está hasta arriba. En las terrazas tampoco ... hay sitio. No importa que haga frío. Son casi todos universitarios. Es jueves y apetece cerveza. En la primera mesa de La Verea, Rocío se suma al plan. Es de Cádiz, tiene 20 años y estudia primero de Trabajo Social en la Universidad de Granada. Acompañada de una amiga, solo piensa en desconectar un poco de la rutina. Eso sí, «hasta no muy tarde, que luego hay que volver a casa sola».
Esta popular zona de ocio nocturno es, según un estudio de la UGR, uno de los puntos que más sensación de inseguridad provoca entre los universitarios, sobre todo chicas, que viven y estudian en el Centro de la ciudad. Rocío sale habitualmente por 'Pedro'. Alquimia o Atrium son algunos de sus pubs de referencia. Dentro nunca ha tenido problemas, «pero cuando pisas la calle siempre hay algún loco que te dice cualquier cosa». «Todos los sitios de fiesta son inseguros a ciertas horas», señala. La realidad es que cuando va con chicos, «la gente tiene, por así decirlo, más respeto». Una palabra que parece perder todo sentido cuando se trata de chicas solas. Ahí, no hay límites. «Una vez, iba con una amiga de camino a casa y de repente un tío me cogió del brazo y me tiró para atrás. Fue horrible», comparte Rocío. Para volver a su piso, que está en la zona de Cervezas Alhambra, esta gaditana camina hasta plaza Einstein y sube Severo Ochoa. Por inercia, cuando deja atrás el Hotel Granada Center, agarra con fuerza el teléfono en el bolsillo.
Hay un tramo que se torna especialmente oscuro entre los paseíllos universitarios y la entrada al parque Cristina Arteaga, otro punto «inseguro» del estudio de la UGR frecuentado por vagabundos y pandilleros normalmente borrachos. «Que no haya gente da miedo y también que no haya un sitio abierto al que recurrir. Llevar el móvil encima me da mucha seguridad, pero siempre voy pensando, si me pasa algo, hasta dónde tengo que ir. Y si veo gente extraña, me cambio de acera», admite. A medida que avanza la noche, esas decisiones las van tomando en otros rincones de Granada muchas más chicas de todas las edades y condición que solo esperan llegar «bien» a casa. «¡Avisa cuando llegues!», se dicen unas a otras. A estas alturas, el equipo de IDEAL formado por la fotógrafa Blanca Rodríguez y quien escribe este reportaje, se encuentra en San Jerónimo, a punto de atravesar una red de callejuelas para llegar a Gran Vía. Segundos antes, a escasos metros, desde la otra acera, un hombre canta lo que cree que es un piropo mientras mantiene la mirada fija en estas dos jóvenes de 28 y 27 años. Algunos no le darán importancia, pero la tiene. La incomodidad se hace patente automáticamente. Es perturbador y, sobre todo, innecesario. En cualquier caso, la 'ruta del miedo' continúa. Bajo Gran Vía, los recovecos son tan inesperados como incontables los grafitis. La luz escasa, tenue, llena los callejones de sombras borrosas que juegan malas pasadas. Coches aparcados, montones de basura y algún que otro sintecho aparecen sorpresivamente.
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Hay quienes procuran no cruzar por aquí, como Leyla. Vive por el Alcampo y cuando tiene que volver a casa, antes coge el metro o el búho o se desvía por San Juan de Dios o Reyes Católicos. «Evito los callejones, voy por calles principales y hablando por teléfono», cuenta la joven natural de Huétor Tájar, de 22 años y estudiante de Márketing e Investigación de Mercados.
Leyla se ha llevado «sustos» bajando de la universidad a media tarde. «Un día, en vez del U1, que me deja en la puerta de casa, cogí otro que para unas calles antes, por el parque 28 de Febrero. Una persona esperó a que yo me bajara y salió detrás de mí. Me estuvo siguiendo casi hasta mi portal», recuerda. Su familia siempre le ha advertido que tenga cuidado, pero «el riesgo es constante». «Caminaba con mi hermana por calle Elvira después de tomar un café y uno de los señores que trabaja por ahí empezó a gritarnos. Que si guapas, que de dónde éramos, que a dónde íbamos... Era de día, pero el mal rato te lo llevas igual», lamenta.
Y así es, aunque de noche la sensación de soledad y peligro crece en Elvira. Los comercios echan la persiana y la calle se transforma en cierto modo. En un lado, queda un montón de pisos turísticos;en el otro, silencio y oscuridad. La mayoría son parejas de chicas que caminan bien cerquita la una de la otra o que van solas hablando por el móvil. Es su compañía en ese trasiego.
«En grupo, da más igual», dice Ari, que estudia con Leyla y también tiene 22 años. Vive en Armilla y ha tenido experiencias «muy malas» volviendo sola a casa. «Me acababa de despedir de una amiga. Iba sola y unos chicos me siguieron, uno me dio un guantazo en el culo y salieron corriendo. Solo eran las ocho de la tarde, pero en invierno. Desde entonces, nunca voy sola de noche. Lo paso realmente mal. Si no vuelvo con mi pareja o con amigos, pillo un taxi. No quiero arriesgarme a nada», cuenta Ari. Su sensación de inseguridad, ese miedo, no solo es real, sino que es «sumamente desagradable», frustrante y limitante para las mujeres.
Y, lamentablemente, todavía hay muchos que siguen sin ser capaces de comprenderlo.
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