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CARLOS MORÁN
Granada
Domingo, 22 de septiembre 2019, 20:09
Aprender idiomas para ganarse la vida está a la orden del día. A Aliou Youssouf Balde (Guinea Conakry, 1984) le salvó la vida conocer varias lenguas. Y eso ya no es tan normal. Ocurrió en 2015 en el desierto del Sahara, al sur de Argelia, ... un territorio inhóspito y dominado por yihadistas de gatillo fácil. Su principal negocio es el tráfico de seres humanos. Ofrecen transporte a las personas que huyen de sus países para alejarse de la miseria o de las persecuciones étnicas y políticas. O todo a la vez. Pero no es una ayuda desinteresada. Los bandidos reclaman luego a las familias el pago del viaje. Si llega el dinero, pueden seguir adelante. En caso contrario, ejecutan al rehén. Fue lo que le sucedió a Mouctar, el compañero de fatigas de Aliou Youssouf. «Vi cómo lo mataban. Le pegaron un tiro en la cabeza», recuerda el inmigrante africano «con dolor».
Aliou, diplomado universitario, se libró de correr la misma suerte que su amigo porque los forajidos necesitaban un traductor y él hablaba inglés, francés, «un poquito de árabe» y los dialectos de su país natal (luego sumaría el español).
Aliou y el infortunado Mouctar se habían visto obligados a abandonar precipitadamente Guinea Conakry, una nación rica en oro y otros minerales valiosos pero con una historia convulsa y sangrienta, porque la policía y el ejército estaban buscándolos. Su condición de opositores al régimen les había convertido en dianas andantes. Y escaparon hacia el norte, hacia los hostiles pedregales del Sahara argelino, un lugar que se asemeja a un paisaje marciano.
Tras un primer naufragio provocado por una patrullera marroquí en el que falleció ahogado un joven que se fue al fondo del mar empujado por el peso de una mochila «de la que nunca se separaba», Aliou volvió a intentarlo en una segunda patera y consiguió llegar a la ciudad española de Ceuta. «Nos cruzamos con los pescadores que salían a trabajar. Nos decían: 'Amigos, rápido, que ya llegáis' », rememora Aliou el conmovedor e inesperado recibimiento.
Después logró pasar el Estrecho y se afincó en Granada, donde conoció a Raquel, su pareja, y donde el destino ha querido que ejerza de traductor oficial para los africanos, niños y adultos, que pasaron por el mismo calvario que él. Además, es panadero. Asegura que Granada ha sido su «medicina». Pero tiene una herida que sigue abierta: Youssouf, su hijo, se quedó en Guinea Conakry al cuidado de sus abuelos. «Son mayores y ya no pueden hacerse cargo de él». El pequeño, de hechura frágil y ojos grandes, tiene ahora ocho años. Decir que Aliou le echa de menos es quedarse muy corto. Pero para traerse a la criatura a España debe conseguir antes el estatuto de refugiado político, un trámite que se está eternizando y que no sabe si acabará bien. Pero Raquel, que tiene dos hijos de un matrimonio anterior, y él no pierden la esperanza. «Ya le tenemos preparada su habitación», explican.
-¿Cómo está ahora la situación en Guinea Conakry?
-Es crítica, porque instauraron la división entre las etnias. Para ser líder de un partido político hay que llamar a los de tu etnia para que odien a los demás. Ha habido muchos golpes de estado, pero la gente no quería militares en el poder. En 2009, un militar cogió el poder pero la población quería organizar una elección democrática. La oposición, en la que yo militaba, organizó una manifestación un domingo, el 28 de septiembre de 2009. Todo el mundo tenía que encontrarse en el estadio que tenía el mismo nombre: '28 de Septiembre'. Yo no llegué. Me salvó un amigo militar: me dijo que no fuese al estadio. Llamé a mis hermanos y se lo dije. Fuimos, pero con precaución. Por el camino escuchamos a la gente decir que había diez muertos, veinte... Oíamos los disparos. Fue horrible. Los militares disparaban a la gente que estaba en el estadio. Pero había otro grupo de una etnia que había reclutado a muchachos que llevaban armas blancas: cuchillos, machetes... Fueron allí a apuñalar a la gente. Vimos vídeos en los que violaban a las mujeres y las apuñalaban en el aparato genital... Oficialmente dijeron que hubo 150 personas muertas. Pero hubo más.
-¿Por qué los medios de comunicación apenas hablan de la tragedia continua que sufre su país?
-No se habla, no. Hay manifestaciones que exigen responsabilidades por lo que ocurrió aquel día, pero no se habla de ello. El actual presidente quiere cambiar la Constitución para volver a presentarse a las elecciones, para perpetuarse. Parece que quiere quedarse en el cargo de por vida. Hay manifestaciones y los militares disparan. Ha habido más de cien muertos. Pero nadie habla de Guinea Conakry. Y está pasando lo mismo, o peor, que en Venezuela.
-Usted se fue porque peligraba su vida por su condición de opositor.
-Claro, no hay justicia ni investigaciones. Un amigo y yo nos fuimos al norte. No sabíamos dónde íbamos. No nos llevamos apenas nada. La prioridad era escapar. Llegamos en un 4x4 hasta el desierto de Argelia. Los que te llevan te dicen que es como una cosa de amigos, pero no es eso: te venden. Cuando llegas al desierto te lo dicen: 'Yo te he comprado y ahora eres de mi propiedad. Tienes que hacer lo que yo te diga si quieres continuar'. Entonces hacen que llames a tu familia y que te manden dinero para dárselo a ellos. Así puedes seguir tu camino. Mi amigo no tenía dinero y lo mataron.
-¿Vio cómo lo asesinaron?
-Sí, lo vi. Le dispararon en la cabeza. Murió en el desierto. Fueron los yihadistas que trafican con las personas.
-¿Y a usted por qué le dejaron con vida?
-Los idiomas me salvaron la vida. Hablaba francés e inglés. También los dialectos de mi país y un poquito de árabe. Y ellos necesitaban un traductor. Me llamaban cuando tenían que comunicar con alguien en nuestros dialectos o en inglés. Era útil para ellos. Querían que me quedara, pero yo quería seguir. Y gracias a una muchacha que estaba con ellos, me dejaron irme.
-Y llegó a Marruecos...
-Sí, estuve en Tánger. Vivíamos cinco o seis en una sola habitación. Allí también pasaban cosas. A un muchacho lo tiraron desde un cuarto piso los marroquíes. Hice un primer viaje en patera. Íbamos 25 personas. Llegamos casi a la entrada de Ceuta. La Guardia Civil llamó a los marroquíes y se fue. Estaba amaneciendo. Llegaron los marroquíes y chocaron contra nuestro barco para hundirnos. Caímos todos al mar. Había un muchacho que tenía una mochilla. No se separaba de ella y se ahogó. Pedía ayuda, pero yo no sabía nadar tanto como para salvarlo. Murió allí.
-¿Qué pasó luego?
-Nos llevaron de vuelta a Marruecos y yo me dije que no iba a morir en el mar. Nos llevaron al sur de Marruecos, a la última ciudad antes del llegar al desierto. Después de lo que había pasado en el mar y en el desierto, yo no quería seguir el camino... Pero al final volvimos a Tánger y lo intentamos otra vez. Éramos quince hombres y una mujer. Llegamos a la playa de Ceuta y nos cruzamos con los pescadores que nos decían: 'Amigos, rápido, que ya llegáis'. Y llegamos. Nos llevaron a la comisaría y nos indicaron el camino para ir al Centro de Estancia Temporal.
-¿Cuándo llegó a Granada?
-El 18 de agosto de 2016 llegué aquí. Una guardia del centro que se llama Mari Carmen me dijo: 'Enhorabuena, que vas a la Península'. Hice mis abluciones y pedí a Alá que me llevase a una ciudad en la que pudiera estar tranquilo y relajarme. No podía olvidar lo que había pasado, pero sí tranquilizarme. Granada fue la ciudad que me tranquilizó, fue mi medicina. Me encontré a Raquel y nos enamoramos. Estoy contento, pero lo que ocurrió en el camino es una herida que no se puede cerrar. Y, sobre todo, he dejado a mi hijo, que ahora tiene ocho años, en mi país. No puedo traerlo.
-¿Cómo se llama su hijo?
-Youssouf Sadio Balde. Cuando pienso en él... me duele. Es que mi padre y mi madre ya son mayores para cuidarlo. Cuando me llama por teléfono dice que me necesita y yo le necesito a él.
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