Lunes, 19 de julio 2021, 00:27
Si a 40 grados a la sombra, en la puerta de Traumatología, Patricia e Ismael comparten su historia y se le ponen al que escucha inmediatamente los pelos de punta durante todo el relato, no es frío. Es que esta experiencia merece ser contada. Además ... tiene un final feliz y una enseñanza, que esta pareja ya entonaba como mantra a diario: aprovecha la vida, vive el momento, disfruta el ahora.
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Patricia e Ismael son docentes y durante el curso hacían trayectos diarios largos de coche. Cada regreso a casa lo celebraban. Estaban sanos, salvos y se sustentaban en esa sensación para ir encontrando el sentido de la vida.
El día 20 de junio Patricia dio a luz a Zahara, la primera hija de esta pareja. Cuando se la pusieron en el pecho sintió, sin duda, que ese acababa de convertirse en el día más feliz de su existencia. La niña cogía el pecho, estaba todo bien y recogieron sus bártulos y emprendieron el viaje de la paternidad con una primera parada: su casa. A los dos o tres días, recién aterrizados y con la logística propia de haber aumentado la familia, a Patricia le empezó de madrugada un dolor de cabeza intenso, punzante, y tan fuerte que supo que no eran sus jaquecas habituales.
Entonces, llamaron a una ambulancia a la que subió con un familiar, mientras Ismael la vio desaparecer con Zahara en brazos. Allí se quedaron. Sin saber. Con miedo pero con entereza. El padre buscó una farmacia porque en casa no tenían leche de fórmula y un biberón, que Zahara rechazó desde un primer momento.
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Patricia ingresó con un trombo de 3,5 centímetros en un seno venoso de la cabeza y con la cabeza, en realidad, en casa con su hija, que la había dejado atrás. «Se me vino el mundo abajo. Llevaba dos días solo con ella y tenía que separarme. Yo no sentía miedo sino respeto... solo pensaba en ella, en verla, en cogerla y darle el pecho», expresa Patricia que llevaba horas siendo madre y ya era su principal prioridad.
En la Unidad de Ictus de Traumatología , Patricia estuvo unos días que se convirtieron en odisea porque se tenía que sacar la leche y dársela a Ismael varias veces al día. La niña, en casa, ya sabía echar de menos a su madre y lloraba sin parar. «Como rechazaba las tetinas inventé un truco. Me ponía un poco de leche en el dedo y cuando chupaba, le metía la leche con jeriguilla por el lado de boca», recuerda Ismael, al que siempre le han gustado los niños pero que jamás imaginó generar este nuevo cordón umbilical tan fuerte con su hija a los pocos días de nacer, cuando él iba a encargarse de todo menos de alimentarla, una misión que haría Patri, gracias al milagro de la vida y del pecho.
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Según cuenta la neuróloga, Lola Fernández, Patricia fue evolucionando. Todo lo que podía salir bien... iba saliendo bien y pronto pudo pasar a planta, donde quedaban días de recuperación y de control, un seguimiento que habrá que hacerle durante algunos meses. La doctora explica que estos trombos después de dar a luz son relativamente frecuentes, por cuestiones hormonales, y que el de Patricia se pilló muy pronto y que por eso ha ido bien. En estos cuidados intervino Yolanda Fernández, enfermera supervisora de Neurología que, aunque tenía claro que la paciente era Patricia y que le faltaba algo.
Así, como todo es posible cuando se le pone «un interés superior» –en palabras de Ismael, el padre de Zahara– decidieron que se iban a poner manos a la obra para poder ingresar a la bebé y al marido con la paciente, algo que es la primera vez que se realiza en el hospital de Traumatología y que tan solo podía tener resultados beneficiosos.
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Maternidad y Traumatología se coordinaron para que llegase el material para cuidar a la bebé en Trauma y para que la asistencia de Carlos Moreno, matrón, ayudase a Patricia a recibir a su bebé y a poder alimentarla. «Cuando la volví a ver, cuando me la puse en el pecho... otra vez volvió a ser el día más feliz de mi vida», cuenta Patricia que para ella fue como conocer a su hija dos veces, y esta última, un poco más emotiva, si cabe. Como una familia, con el apoyo imprescindible de Ismael el papá que se encargaba de todos los cuidados de Zahara, Patricia fue recuperándose mucho mejor con su niña en los brazos como medicina imbatible. Sacaba fuerzas para las tomas, no se quejaba jamás... tenía un motor para ponerse en pie con más fuerza. Aquellos días en el hospital no fueron los primeros días de vida que soñaron para Zahara, pero ahora se alegran porque tendrán una historia que contarle y porque se reafirma la teoría de esta pareja de agradecer cada día y cada minuto de vida. Ahora de sus tres vidas. Por cierto, ella se llama Patricia Oliver y él Ismael Emhamed, y su padre tiene raíces saharauis. Por eso, pensaron en Zahara, un nombre con fuerza, con carácter al que si le cambias la Z por la S se lee Sáhara. Esa anécdota tan emotiva la conocerá Zahara cuando pueda entenderla, también la de que ayudó a curar a su mamá. Se le acumulan ya las historias bonitas que guardar para siempre.
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