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Alberto Martín maneja el balón ante el acoso de Borja Granero durante el partido.

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Alberto Martín maneja el balón ante el acoso de Borja Granero durante el partido. RAMÓN L. PÉREZ (GALERÍA: R. L. P. Y P. MARÍN)
GRANADA CF

Dos bostezos en mitad del frío

El árbitro se 'apiada' de una hinchada en trance de congelación y calienta los ánimos con la expulsión y un penalti que no pitó

Manuel Pedreira

GRANADA

Lunes, 28 de enero 2019, 00:14

Dos bostezos. Dos bocas abriéndose en una mueca animalesca hasta formar dos círculos como dos ruedas, como dos hula hoop, como un cero a cero. El dios pagano del aburrimiento dos veces aparecido, por si con un advenimiento no hubiese bastante. Ese fue el partido en Los Cármenes. Dos bostezos. Uno por cada equipo. Y eso que ayer no convenía abrir mucho la boca porque hacía frío para tres inviernos en el Zaidín.

Las gradas presentaron una imagen espléndida con más de once mil espectadores, un número que se corresponde con la cifra exacta de granadinos que aún no han contraído la gripe. Granadinos y un puñado de extremeños, ojo, que también se hizo notar desde su rincón la afición azulgrana. Tienen su mérito los hinchas de Almendralejo. Y no porque su equipo no juegue un pimiento, sino porque el nombre que eligieron para el club constituye un desafío para cualquier letrista de cánticos futboleros. Cinco sílabas, a cuál más áspera, a las que no le sacaría un trovo en condiciones ni el poeta Romero. Ex-tre-ma-dur-ra. Y ahora vas y le pones sintonía.

El Granada encaraba su segundo partido seguido en casa y se frotaba las manos ante la presunta debilidad del rival. También se las frotaba, y no por frío precisamente, Isidro Díaz de Mera, un árbitro manchego que despierta los más bajos instintos de los jugadores rojiblancos. Dos veces ha pitado al Granada en lo que va de Liga, dos veces que el Granada ha visto una roja directa. Las únicas expulsiones fulminantes de los chicos de Diego Martínez en 23 jornadas, firmadas por el mismo brazo y el mismo ojo, muy fino para ver el manotazo de San Emeterio en la bulla del área y desenfocado, sin embargo, para apreciar el penalti de manual a Pozo. Díaz de Mera. De repente, se ha puesto todo perdido de casualidades.

El árbitro, no obstante, puso de su parte para calentar al tendido y algunos se lo agradecimos. Aterido y embozado, no estaba el personal para tocar muchas palmas pese a que el Granada, sin ser un turbión de fútbol, ya había amenazado con un tirazo de Vadillo al larguero. Consciente de que el gol caería por su propio peso, la afición sesteaba y reservaba sus aspavientos para celebrar ese chicharro. Pero lo que llegó fue el manotazo, la expulsión y el cabreo. Y un buen enfado mete muchas calorías.

La burra de los palos

Desde ahí y hasta el final del partido, el árbitro se convirtió en la burra de los palos de una grada que veía que por culpa de esa expulsión se le escapaban dos puntos, aunque por lo bajini se repetía que con Montoro el partido habría sido otro cantar. Alberto Martín no hizo olvidar al valenciano, sino todo lo contrario. Estuvo pulcro, como un cura dando misa ante cuatro beatas, pero a un centrocampista se le pide otra cosa, no dar trescientos cuarenta y seis pases horizontales y sesenta y cuatro hacia atrás, como si estuviese dirigiendo el rezo de un rosario en lugar del juego de un equipo.

Con Montoro en la grada y San Emeterio entre rejas, el Granada se atascó y no encontró la manera de dar con sus hombres de ataque, que tampoco anduvieron finos en el desborde o en la combinación cuando dispusieron de la bola en los pies. La variante de los tres centrales tras el descanso demostró que en el banquillo rojiblanco hay un entrenador que sabe lo que hace, aunque el experimento no diera la victoria.

Enfrente, un limitadísimo Extremadura centraba todos sus esfuerzos en dejar pasar el tiempo. Perdió tiempo hasta en el calentamiento. Pese a jugar casi una hora con un futbolista más, su técnico firmó el cero a cero. Lo peor es que, si llegan a expulsar también a Germán, a Ramos y a Vico, habría firmado el mismo resultado. Y así, entre uno que no podía y el otro que no quería, se acabó el carbón. Bostezo sobre bostezo.

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