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Nada de lo que tan bien le funcionó al Granada contra el Racing siete días atrás le ayudó en el Carlos Tartiere de Oviedo. Y no tanto por los intérpretes sino por la banda sonora de fondo, sin 'rock and roll' en un partido que ... fue más bien como escuchar la lluvia caer mientras se come techo en la cama hasta la traca final, ante la insistencia rojiblanca por dispararse en los pies. Tanto se jugaban los dos equipos que ninguno quería arriesgar nada, como si firmaran el empate de antemano al menos hasta el penúltimo minuto, pero tembló primero el de Escribá en un duelo nada 'Hypermotion' y sí muy de la Segunda de toda la vida.
Se quedó el Granada esperando a que apareciera Reinier, sentado ya durante el añadido, como si se hubiera quedado congelado en Sierra Nevada al hacerse las fotografías para la presentación de la equipación diseñada por Saiko. El brasileño estaba llamado a ejercer de termómetro de su equipo en un encuentro de pulsaciones bajas pero no terminó de entrar en calor. Ni tan siquiera cuando dispuso de un balón en el área que decidió controlar de espaldas sin que nadie pudiera entender muy bien por qué. Apenas intervino para defender a su amigo Loïc Williams después de que Colombatto le pateara la boca al intentar una chilena.
Lo del Carlos Tartiere supuso un examen en particular para Rubén Sánchez y Miguel Ángel Brau, que tuvieron que demostrar si de verdad están capacitados como para ser los laterales de un equipo que aspire al ascenso a Primera división. El diestro se las tuvo con Ilyas Chaira, excompañero en el Mirandés durante la primera mitad de la temporada pasada, y el zurdo con Hassan, que ya hizo sufrir de lo lindo a Carlos Neva con el Villarreal B hace dos. Brau se anticipó casi siempre a su adversario, porque si le da a los pedales no hay quien le pare, pero Rubén sufrió algo más con un viejo amigo que no pudo esconder la sonrisa tras exagerar en un braceo a la cara. El diestro le dejaba el botón apretado un segundo más de la cuenta a todo lo que hacía, mientras que el zurdo exhibía un punto más de cordura.
Al Granada le costaba arrancar la máquina y Sergio Rodelas se propuso que pasaran cosas por su banda izquierda al menos, protagonizando las primeras escaramuzas de los rojiblancos en el partido. El extremo intentó estirar a su equipo y bombardear el área, pero pocos le acompañaban. También se afanó por ayudar a Brau atrás, como hizo contra el Racing, para compensar el déficit defensivo que alguien pudiera verle con tanto ímpetu que hasta se cargó con una tarjeta amarilla innecesaria aún en la primera parte que probablemente le afectó en la segunda, ya fundido sin la incidencia de otras jornadas.
El partido giró durante algo más de una hora en torno a 21 futbolistas admirando lo que hacía Santi Cazorla, al punto de acomplejarse. Ningún otro jugador acariciaba la pelota como él lo hacía a sus 40 años cumplidos el día anterior, pegando taconazos incluso aun tras resbalarse. Puso centros que ni podía explicarse que no consiguieran rematar sus compañeros, atemorizado Brau incluso al cazarle en su propio campo antes del descanso para su enfado y el del resto de los suyos, que le veneran. Y ya no solo eso, sino que encima hasta hacía coberturas valiosísimas para su equipo.
Cabía imaginar que el partido solo podía empeorar incluso sin Cazorla sobre el campo ya pero lejos de afectar al Oviedo le sentó aún peor al Granada, que decidió sabotearse. El fútbol es tan crudo que la goleada al Racing les parecerá a muchos ahora solo un espejismo. Y aún queda pasar por Ipurua antes de los mantecados.
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