Todo lo que tiene un principio cuenta con un final y el ciclo del mejor entrenador de la historia rojiblanca se acabará algún día, es ley de vida. Es excepcional que un técnico esté más de tres cursos seguidos en el mismo lugar. De hecho, en el Granada solo lo logró Joaquín Peiró. Diego ya ha superado el número de encuentros consecutivos del fallecido preparador madrileño, con tanto barullo de competiciones. Al gallego le une a esta tierra algo más que su puesto de trabajo. Su pareja y familia política son granadinos. Factores que suman, como también su propia involucración con el club, al que lleva hasta el tuétano, con una sintonía inmejorable con su entorno de aficionados, en un equipo forjado a su gusto, con sus valores, de manera acorde a su sensibilidad futbolística. No será fácil que le concedan semejante poder en otro sitio. Aun con ello, que no es poco, para seguir se tienen que dar otros argumentos profesionales de peso.
La sensación de 'último baile', como aquellos Bulls de Michael Jordan y cía comandados por Phil Jackson, está presente de un tiempo a esta parte porque se hace complicado imaginar que el Granada siga sorteando imposibles, aunque a día de hoy se mantenga con aliento en todas las trincheras y tenga en febrero un apasionante reto con el Nápoles. Diego no ha ampliado su vínculo aún, algo que sí hizo con meses de antelación en la anterior temporada. Ya ha comentado públicamente que aplaza su dictamen y que la dirección es consciente de ello. Su indecisión, lejos de aparcar el debate, eleva las conjeturas, pues todo el mundo es consciente de que parece complicado llevar a este equipo a otro nivel mayor que el actual, para lo que ha bastado una economía autosuficiente, sustentada en una gestión austera y una enorme eficacia en el terreno de juego.
No se puede ser dos veces seguidas la revelación. El Granada se destapó la campaña pasada y en esta demuestra unas hechuras que le mantienen enganchado a la zona noble y con paso recio en Copa y UEL de momento, pero el ejercicio es largo y el entrenador quiere gestos para convencerse de que todos en la entidad están en sintonía para el crecimiento a corto plazo. Esto, indudablemente, le llevará a conclusiones para el largo plazo. Desde los gestores locales a la propiedad allende la frontera española, en China, todos tienen una oportunidad de mostrar si sus cartas son ambiciosas en este mercado de invierno.
Aunque no lo diga al aire, Diego Martínez quiere evidencias ya que le convenzan de que la maquinaria sigue en marcha y a buen ritmo. No hay mejor termómetro que el esfuerzo que se emprenda con los fichajes. Complementos, más subrayados ahora que se quiere marchar Ramón Azeez, para seguir prosperando en cada torneo y no sufrir una pájara en la segunda vuelta. Es un milagro seguir agarrado a todo y la lógica puede aparecer con brusquedad en cualquier instante, desarmando lo que con tanto esfuerzo se ha cosechado en estos meses. Con incorporaciones no se garantiza rendimiento, pero sí reflejará el ánimo de la cúpula de mando por intentar satisfacer sus necesidades.
Pensar en el Granada de la 2021-2022 es un ejercicio hipotético que da vértigo, pero ya se van sabiendo algunas cosas. Rui Silva no seguirá y está complicado que lo haga Yangel Herrera, salvo que se suelten los 20 millones de su opción de compra. Ninguno dejará beneficios, y si los rojiblancos quieren mejorar su liquidez, tendrían que deshacerse de algún otro activo. Si no, retener a los que pueda, que nunca es fácil. En todo resulta clave saber quién dirigirá el vestuario. Diego está obligado a 'mojarse' antes y la directiva, a sopesar alternativas en caso de que la negociación se trunque. La cuestión está en saber si la dirección general y deportiva mantienen la plena confianza del máximo accionista. Es otro asunto peliagudo. Dará pistas de ello el caso que les hagan en este bazar de enero, más importante que nunca. Para ahora y para el mañana.
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