El Granada de 2015 desaprovechó una ventaja de dos goles en los últimos minutos, algo complicado de esperar para los rojiblancos este curso bajo el mando de Diego Martínez
Camilo Álvarez
Viernes, 12 de abril 2019, 00:05
Hace unos años, en 2015, visité por primera vez el estadio de El Molinón. Fue una experiencia interesante que guardo en el zurrón. Para los reporteros de 'guerra balompédica' vivir en directo partidos en estadios míticos del fútbol patrio es una cuestión casi obligada para ... luego, cuando ya nadie te crea, poder demostrar gráficamente que estuviste en aquel lugar cargado de historia. No era la primera vez que pisaba Gijón, ya lo conocía, pues allí vive mi hermano Enrique desde hace tiempo. Él fue el encargado de mostrarme las bondades de su cocina, preparada para satisfacer estómagos tan agradecidos como el mío. Desde luego que allí hambre, lo que se dice hambre, uno no pasa.
Pero volviendo al tema del fútbol, que es lo que compete en este espacio, aquel día viví una de los encuentros más inverosímiles de mi vida. El Granada de José Ramón Sandoval peleaba con las mismas armas que el Sporting por la permanencia. Tan solo se disputaba la octava jornada, pero ya se le otorgaba trascendencia mayor al duelo entre modestos de la Primera División. Empezó mal la historia para los rojiblancos, que a los siete minutos ya perdían. Se repusieron (1-3) con un fútbol alegre y atrevido, el que proponía el de Humanes. Pero, de repente, su defensa cortocircuitó. Miguel Lopes primero y Dória después se fueron a la caseta expulsados en acciones perfectamente evitables. El Sporting aprovechó el estado de locura generado en las filas granadinas para empatar en el 89. «Parece que nos da miedo ganar», dijo en la sala de prensa Sandoval.
La visita de esta noche nada tiene que ver con aquella. El Granada y el Sporting luchan por el ascenso en el escalón de plata, aunque el segundo con poco espíritu ya a estas alturas. Tampoco Sandoval entrena hoy día al Granada. Es Diego Martínez el que escribe en la pizarra de su vestuario y, al contrario de aquel Granada alegre pero descontrolado, este muestra un aplomo severo. No hay espacio para nada que no esté escrito previamente.
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