Permítanme reconocer que, en apenas un lapso de 36 horas, he visto erizada mi piel en dos ocasiones por una misma acción con dos fondos muy distintos y dos sabores de boca diametralmente opuestos. La dulce me hace olvidar la amarga. O eso intento. Ayer, ... mientras Bryan Zaragoza abandonaba el verde de Los Cármenes tras descoser al Mallorca, en la mayoría del gentío rojiblanco surgió la necesidad imperiosa de levantarse y aplaudir esa exhibición canalla. Pasó lo que todos sabíamos.
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El chico no entiende de categorías, simplemente juega al fútbol como sabe. Volvió a enseñar las vergüenzas de defensas contrastados en Primera. Logró que la pelota besara la red de un Rajkovic desconcertado. Lo rubricó todo después con un penalti en el que sacó a bailar a Larin. Al pedir el cambio, en Los Cármenes y en las casas (no solo de los granadinistas sino de cualquiera que ame este juego) las manos rompieron en aplausos hasta mostrar más rojas que blancas sus palmas. Nació la ovación. Mi piel era orgullo y alegría.
36 horas antes tuve también la piel erizada. Pasó lo contrario a lo que sabíamos. «No pienso dimitir», se escuchó. Ese hombre tampoco entendía de categoría. Volvió a enseñar sus vergüenzas propias y arrancó la ajena. No logró que la historia de su beso llegara a otras redes, las sociales, ante un mundo igualmente desconcertado.Él no sacó a nadie a bailar, pero sí hizo patinar a toda una institución centenaria. Al no permitir el cambio, su coliseo también se levantó a aplaudir y nació una ovación de manos llenas y estómagos agradecidos, mientras en las casas muchos se llevaban las manos a la cara. Mi piel era tensión y vergüenza, erizada por el momento histórico que estaba viviendo. Ojalá más pronto que tarde volvamos a hablar solo de Bryan, de la Selección femenina o de nuestro Granada femenino. En definitiva, de fútbol. Por cierto, puestos a aplaudir, Callejón sí que es marca Motril.
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