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FRAN RODRÍGUEZ
GRANADA
Jueves, 20 de junio 2019, 00:28
El 29 de abril de 2017 el Granada daba en Anoeta carpetazo a una de sus temporadas más calamitosas. La inestabilidad del banquillo y la ... deficiente planificación de la plantilla fueron insalvables y el club rojiblanco dejaba su plaza entre los mejores de España. Era el primer año de la nueva etapa asiática del Granada. 766 días después, el presidente era manteado en Son Moix tras el ascenso de categoría. Entre medias, la historia de un volantazo. O mejor aún, un drástico giro de timón, dado el origen pesquero de la familia del dueño del Granada. De cada error, la cúpula del club supo sacar una lección, alcanzando la entidad una evolución en cada una de sus facetas.
En lo deportivo el cambio está claro. Aquellos jugadores cabizbajos vestidos de coral flúor apenas se recuerdan ya como un mal sueño. En Anoeta se confirmaba el rotundo fracaso del proyecto iniciado por Jémez y Piru. Insalvable temporada que devolvía al Granada al segundo escalón del fútbol nacional. En perspectiva, tras décadas y décadas en el barro, la segunda división seguía siendo un regalo. Pero, una vez se encadenaron temporadas como equipo de Primera, todo sabía a poco.
Aquel era un equipo sin alma, al que pocos reconocían. La afición tuvo que aprender tantos nombres nuevos como idiomas regían aquel vestuario en el que ningún entrenador consiguió hacerse fuerte. Aparición fugaz de Lluis Planagumá, ni Paco Jémez, ni Lucas Alcaraz ni el hiperactivo Tony Adams pudieron reconducir aquel navío a la deriva. La plantilla la componían, en su mayoría, jugadores jóvenes cedidos que no llegaron a crear un vínculo con la ciudad o apuestas arriesgadas que acabaron dando la razón a los agoreros estivales.
En cambio, sobre el césped de Mallorca lloraba de alegría un vestuario que, a pesar de no encadenar muchas temporadas seguidas como bloque, había creado un sentimiento de unión hasta antes impensable. Un núcleo de jugadores andaluces, jóvenes y con hambre, la mayoría en propiedad y algún cedido que demostró en pocos meses mucho más compromiso para con la entidad que aquellos inconmovibles de Donosti. La diferencia entre el grupo de los Pozo, Martínez, San Emeterio, Bernardo o Vadillo y el formado por Ponce, Pereira, Gastón Silva o Héctor Hernández es evidente. Un solo entrenador ha obrado lo que hasta siete malograron: tener al Granada en Primera. Lo ha hecho con un discurso desde la coherencia y la humildad, llevado casi hasta la exageración de no verse ascendido nunca. Entre aquellos con los que, poco a poco, se consumó el descenso y Diego Martínez, tres técnicos que no aguantaron las altas expectativas creadas en torno al primer intento de asalto a Primera.
Lo que ocurre en el terreno de juego, casi por norma, se traslada a la grada. La afición rojiblanca presentaba ya un desgaste en los últimos años de la gerencia de Pozzo y Pina. El desapego era notable, con un equipo que no terminó de asentarse y crecer en lo deportivo en Primera, obligado siempre a sufrir en las últimas jornadas para permanecer y sin la ilusión de competir algún día por cotas mayores. El tsunami de granadinismo que azotó la ciudad tras los dos ascensos de categoría no tenían ya réplica y la euforia se fue calmando. La venta del club ya agitó a la afición, que se debatía internamente entre la ilusión y el escepticismo a la llegada de John Jiang. No pudo ser peor la primera experiencia. Un descenso que terminó de ahuyentar a aquellos que apenas se habían acercado al club en las maduras y derivó en la desaprobación de muchos otros que terminaron por tirar la toalla cuando su equipo no se metió en el 'play off'.
Hoy día, la afición vuelve a ser el número doce. Y no por una ola de granadinismo que tiene que ver sólo con el gol o la parada.Este nuevo repunte de apoyo rojiblanco horizontal en la ciudad se ha fraguado lentamente, en los hornos donde se han terminado de cocinar los valores de un conjunto generoso en esfuerzo, humildad y persistencia. De las cenizas de aquella masa social abochornada y deprimida que observaba desde la distancia como su equipo naufragaba en Anoeta, resurgió una con casta de filipina, que tras 25 meses de 'Eterna Lucha', divisó, de nuevo obligada a usar el catalejo, la tierra prometida. En definitiva, el Granada supo trazar un camino esta temporada que, aunque se sabía espinado, ha terminado por conseguir intangibles mucho más importantes que un ascenso de categoría, aunque evidentemente se haya apoyado en este. Los dos años a la deriva sirvieron para el temporal amainara y se recuperara un navío que ahora sí cuenta con tripulantes identificados con la bandera rojiblanca horizontal que ondea en la vela mayor. Y lo mejor, en su puerto lo espera una afición orgullosa pase lo que pase. Y bastó una tarde en la Plaza del Carmen para darse cuenta. Se abrió el balcón y estalló la locura. El momento sanaba y Anoeta quedaba en un mal recuerdo, aunque tocará regresar de nuevo la próxima temporada.
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