La hora de ganar

Pedirles a los aficionados rojiblancos que se entreguen en cuerpo y alma cuando su comportamiento con el destituido Aitor Karanka, sus futbolistas sin fútbol y el palco invisible ha sido exquisito, produce no poco rubor. Que asome la presidenta de turno, o el propietario, o el niño de los recados con cara de susto para hacer esa convocatoria de urgencia a un patrimonio humano ninguneado en la mayoría de las ocasiones, es para avergonzarse.

A esta singular raza de invencibles y pacientes personajes que cada fin de semana acude al estadio impulsada por su ilusión atemporal y por la fuerza del amor primerizo, no hace falta que dirigentes, entrenadores, jugadores ni periodistas (todos ellos pasajeros ocasionales) le indiquen cuál es el momento de estar al lado de su equipo, porque siempre lo está. Hoy la gente granadinista no va a escuchar la llamada oficial, sincera por otra parte, sino la de su íntima relación con el club del que son parte primordial en lo emocional.

La visita de esta noche del Albacete ha sido catalogada como obligado punto de inflexión hacia la huida de los malos resultados y el mal juego. Y el público, el rey de la casa, señalado para que se someta a una nueva transfusión para que los profesionales recuperen la sangre que les ha faltado en una temporada subrayada para retornar a Primera. Pese al entusiasmo del nuevo técnico, no hay razones serias para el optimismo, solo, y no es poco, que la afición jugará como nunca (o como siempre) para que el Granada logre la victoria. Qué más se le puede pedir.