Las seis temporadas continuadas de estancia en Primera propiciada por los dos ascensos meteóricos de la era Pina-Pozzo acabaron en la campaña 2016/17, la del cambio de dueño con la llegada de John Jiang, que dejó un recuerdo negativo imborrable en la ... parroquia. Una errática y deficiente política deportiva comandada por Piru, junto a un iluminado en el banquillo, Paco Jémez, llevó a la onfiguración de un plantel que nunca fue equipo en el campo de juego ni tuvo unión en el vestuario, lastrado por una babel de lenguas dado el variopinto origen de sus miembros. Nadie pudo remediar el desastre, ni siquiera el otrora recuperador Lucas Alcaraz, superado, pese a sus esfuerzos, por la imposibilidad de una remontada que nunca llegó a estar cerca. El final bajo la batuta de Tony Adams fue la guinda de un vodevil impresentable que inundó de rabia y decepción a una afición que nunca llegó a disfrutar desde el retorno a Primera de su Granada en 2011.
La falta de un equipo compacto y unido se hizo notar también en el regreso a Segunda. A pesar de contar con recursos económicos suficientes para conformar la plantilla, tampoco el Granada de la 2017/18 logró ser un equipo competitivo, demasiado condicionado a la explosividad de algunas de sus figuras, como el venezolano Machís, casi el único clavo al que se agarró la entidad para mantener sus aspiraciones de regreso a la élite. Ante la menor adversidad en el marcador, el conjunto se diluía y era incapaz de presentar batalla. Las decisiones desde el banquillo tomadas por Oltra, Morilla y Portugal primaron jerarquías de nombres más que de rendimientos. Ni se atisbó el ascenso al no entrar en los puestos de promoción y se ahondó en la desconexión con la grada, ya labrada en la campaña anterior.
La llegada de Diego Martínez en la 2018/19 trajo consigo la conformación de un bloque compacto donde todos sus elementos sabían a lo que atenerse. Unión en el vestuario, que aprovechó, hay que decirlo, parte de la plantilla del ejercicio anterior; y unión sobre el césped, donde actuaban los más idóneos en cada momento, con cualquier miembro de la plantilla presto para cuando se demandaba su servicio. Aunque hubo jugadores destacados, nadie se erigió en imprescindible. Ni siquiera contó el cuadro con un gran goleador, repartiendo entre muchos la tarea de perforar el marco contrario, sin que ello supusiera pérdida de potencial en ataque. La grada conectó con el nuevo proyecto que culminó en un brillante ascenso como subcampeones de Liga.
Las premisas de un vestuario unido y equipo competitivo se han mantenido en esta temporada inconclusa de 2019/20, en el regreso a una Primera, ahora sí, de auténtico disfrute para la afición rojiblanca. El Granada ha sido, hasta la interrupción de la actividad futbolística, ejemplar en el campeonato liguero de la regularidad y en el torneo copero del KO. A pesar de los infortunios de las lesiones, el conjunto siempre ha competido, ha dado la cara, ha sabido cómo responder a las demandas de cada encuentro, saltase quien saltase al terreno de juego. No ha habido un gran líder, pero nadie ha desentonado. Todos hablan de una familia en el vestuario donde reina la unión, que ha trascendido hasta conformar un cuerpo armónico entre directiva, técnicos, jugadores y afición.
Resulta interesante reflexionar sobre los modelos posibles en la futura salida a esta época de confinamiento que nos ha tocado vivir. Ante las voces que cada vez con menos disimulo hablan de la ausencia de líderes políticos capaces de reconducir la situación posterior a la crisis sanitaria, empiezan a tomar cuerpo reflexiones que hablan más de la necesidad de sociedades cooperativas y unidas para el futuro que de estrategias limitadas. La imagen de un líder, de alguien que encabeza la respuesta, es siempre más fácil de asumir por muchos, ilusionados por ejemplos de grandes hombres que, en la historia, han conducido a sus pueblos a mejores situaciones. Pero no debe olvidarse que ha habido también casos de algunos personajes, aclamados en su momento como líderes incuestionables, que llevaron a sus conciudadanos a la catástrofe. Esa desazón por el líder no encontrado recuerda el ansia enfermiza de algunos aficionados en periodos de fichajes sólo por contar en su equipo con un jugador carismático y excelso, sea éste un buen director de juego o un gran goleador, antes que con un plantel compensado y solidario. Cuando ese ansiado crack falta, el equipo suele perder su capacidad para competir.
En el nuevo mundo que viene posiblemente sería mejor confiar en la fuerza de la unión de equipos de cooperación, compactos, solidarios, capaces de mantener una respuesta eficaz para diferentes problemas, sin grandes figuras brillantes con marchamo de imprescindibles, pero adaptándose camaleónicamente a las dificultades que surjan, convencidos de las estrategias a adoptar para cumplir los objetivos, antes que esperar el surgimiento de una figura indiscutible que lidere las soluciones. Es preocupante la incapacidad que están mostrando las actuales sociedades humanas, tanto para elegir a líderes valiosos que las dirijan adecuadamente, como para dotarse de los instrumentos de cooperación que las hagan más fuertes y versátiles en sus respuestas. Si el rumbo no cambia, estamos abocados a continuar irremisiblemente hacia el abismo, como aquel lamentable curso del 2016 al 2017 donde un Granada sin dirección alguna, disperso, desunido, sin rumbo, jamás abandonó el pelotón de cola de la clasificación, hasta culminar en el más absoluto de los fracasos.
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